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La mecerá no llegaba y mi ser físico la esperaba. Habían pasado 45 minutos, a mi ser físico se le estaban acumulando las ganas de irse. De repente, mientras yo físico miraba los autos de la calle, llegó la mesera disculpándose por la demora.
- Quedaban unas cosas que hacer en el bar -se disculpaba con una sonrisa en la boca-.
- No te preocupes, no ha sido tan grave. -dijo mi ser físico-.
- ¿Nos quedamos o nos vamos a otro lugar?
- Vamos a otro, uno más barato -propone mi yo físico-.
Se para y los dos se dirigen a otro bar. Yo físico propone uno que quedaba cerca de su departamento, sin decir esa última parte. Ella acepta y caminan al metro. El bar estaba en el centro, a unas cinco cuadras del departamento. En el camino al metro la mesera intenta tener una conversación con mi ser físico, pero él solo se limita a responder sus preguntas con un sí o no, o una frase simple. No dejaba de mirar el piso, no daba alguna señal de interés por la conversación o su compañera, solo se enfocaba en caminar.

Al llegar al metro, la mesera sólo pudo sacar unas cuantas palabras a mi ser físico, solo unas cuantas respuestas. Se pararon frente al anden en silencio, se notaba que el nerviosismo de la mesera comenzó a aumentar, yo físico estaba tan ensimismado en su mundo, en sus fantasías y pensamientos que no notaba que había alguien a su lado. Al cabo de un par de minutos, el tren llegó y se subieron, estaba bastante vació así que se sentaron. El trayecto hasta la estación que tenían que bajar fue completo silencio, solo escuchaban la respiración del otro. Se podía ver que la mesera se estaba arrepintiendo de su momento de valor de haber invitado a ese extraño poeta a salir. El extraño poeta se estaba arrepintiendo de haber ido.


No quería hablar con ella, no quería ir a un bar, sólo quería irme a acostar. No sé por qué acepte la invitación. Mi cabeza está llena de pensamientos, no podía concentrarme en nada. Ella debió darse cuenta, no me siguió haciendo preguntas, solo miraba el horizonte. Lo único que escuchábamos era el chirrido del metro y las conversaciones lejanas que estaban teniendo las otras personas, personas que se deben conocer hace tiempo.
Nos bajamos en la estación que debíamos, nos dirigimos a la salida que correspondía y llegamos al bar prometido.
Nos sentamos en las mesas de afuera, pedí una chela y ella un mojito. Mi ansiedad está en un punto tan alto que tuve que decir algo:
- ¿Trabajas como mesera por gusto?
La pregunta idiota, pero podría haber sido que trabajará en eso solo para poder tener algo que comer, tener donde dormir.
- No -me respondió-, estoy haciendo unos talleres de pintura. Lo que en verdad me gustaría ser es ser pintora.
- ¿Por qué no estudias en alguna u?
- No tengo plata para pagarla y no quiero tener una deuda eterna.
La conversación comenzó a fluir, empezamos a hablar de todo tema, del arte en la actualidad, de nuestros artistas favoritos. Las cervezas y los mojitos comenzaron a desaparecer, los diálogos que comenzamos a entablar hicieron que dejáramos de percibir el pasar del tiempo. No sé si fue porque el alcohol me estaba pegando o en verdad lo estaba pasando bien.
Ella comenzó a desinhibirse más, a perder esa vergüenza a estar al frente q una persona extraña, me estaba pasando lo mismo. Yo diría que inicié a "jotear", con el alcohol me comencé a calentar, pero no la iba a obligar a nada. Quería que todo pasará siguiendo el curso natural de las relaciones, esa emoción de que gracias a mí personalidad e interese ella quisiera llegar un poco más lejos. Hace tiempo que no me pasaba eso de querer estar con alguien, de querer compartir con alguien, ¿será por la conversación con mi padre?
Ya se estaba haciendo tarde y nos estaba dando sueño, se notaba que ella quería irse, en ese momento no sabía si invitarla a mi departamento. No quería forzar el momento ni sentirme mal por el rechazo. Mi acompañante revisó la hora, abrió sus ojos hasta el límite, se notaba que tenía que irse.
- Lo he pasado muy bien, pero me tengo que ir -me dijo- mañana me tengo que despertar temprano.
- Tranquila, está bien. Yo también me tengo que despertar temprano.

No me atreví a invitarla a mi casa, a que nuestros bailaran una sinfonía perfecta, a que nuestros olores se mezclaran en la luz de la habitación. Después de pagar lo que consumimos la acompañe hasta el metro, nos despedimos y ella se sumergió en la tierra. Yo me fui caminando a mi casa, no fumé, no tenía ganas.

Al llegar, me desvestí en la entrada, dejé mi ropa en la primera silla que encontré y me dirigí a mi cama. Me acosté entre las sabanas sucias, me puse de lado mientras pensaba en el día que acaba de pasar, logré contener las lagrimas. Me logré dormir sin esfuerzo.

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