II. Pena a desamparo

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El desamparo también ocurre cuando te han atado. Hasta con mil pesadas cadenas podrías sentirlo. Yo lo sentía cuando recordaba mi orfandad, siempre había estado a la disposición de mis dueños, los supuestos padres que me compraban para cuidar de sus propios hijos.
Ahora estaba a disposición de un nuevo dueño. Creía que ese había sido siempre mi mayor deseo, tener a un hombre para que me cuidase, crear una familia libre de pecados.

¿Dónde está mi escopeta? —Preguntó Gudmund mientras vaciaba el baúl de nuestro dormitorio, como un depredador buscando su cría recién nacida entre la interminable maleza.—

No me digas que la has perdido, sabes que es peligroso tenerla cerca de nuestro pequeño. ¿Por qué la quieres ahora?—Había echado leña al fuego con mis palabras casi desafiantes a su parecer, no tardé en ver el cañón del arma hacer presencia entre nuestras pertenencias.—

Cierra el pico. El mariconazo de tu hijo tiene que aprender a estar cerca de armas. Lo que haga o deje de hacer el hombre de la casa, con sus armas, es problema suyo.—Sopló sobre la escopeta para limpiarla, se la echó al hombro y desapareció de la habitación.—

Tras arreglar mi sombrero ya estaba lista para partir a la iglesia, cargué a Manne en brazos y tomé rumbo al lance más esclarecedor de mi vida.
Aquel día, a mí llegada, nadie respondió al saludo. Supuse que estarían distraídas.

Freya, Freya...—Aquellos murmullos interrumpieron mis oraciones. Era la señora Lindgren, arrodillada a mi lado en aquel banco de madera, portando su biblia entre las manos.—

Señora Lindgren, tenga buenos días. ¿Qué se le ofrece?—Aquella beata, Martha Lindgren, era muy apreciada por todo el pueblo, pero su lengua era de las más venenosas que podría haber encontrado.—

Me veo en la obligación de transmitirle las últimas noticias, han abordado de casualidad en todas partes. Sé que no le daré una gran alegría—Sentenció en un primer momento, antes de persignarse frente a la imagen de la virgen.— Yvet Lange tiene una aventura con su marido y el señor Lange tiene pensado saborear la venganza con su arma. Rezaré por el bienestar de su familia.—Murmuró unas últimas palabras, supuse que era el final de su oración pues tras pronunciarlas, se levantó y salió de la parroquia.—

Bienvenidos a Brodnica.

Confesando el adulterio de mi marido como si de una noticia de periódico se tratase. Quizás la similitud sucedía porque, si no calmaba las aguas entre él y el cornudo Lange, saldría en la necrológica. No me importaban sus aventuras, sus pecados no eran los míos, pero el porvenir de mi hijo estaba ligado a su padre.

Compasión era lo único que podía sentir en aquel momento, pobre Yvet Lange, que había compartido cama con un hombre necio, rudo y mal padre. Miserable Gudmund, que no podía crecer su masculinidad con una única mujer.
No, no estaba desamparada, no necesitaba una familia extensa, un marido fiel o una vida sin pecados. Tenía a Manne, a mi amada criatura, sacrificaría cualquier cosa por su bienestar.

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