La primera vez

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    Me acuerdo de la primera vez que nos conocimos. Sí, la primera, porque el resto son más bien una maraña de malos recuerdos anclados a mi cerebro. Me parece que fue en el año que actualmente llamamos 435 a. C., en Atenas. Ella quería comprar leche, y yo tenía vacas.

   Naturalmente, me intentó vender gato por liebre. ¿Una gallina muerta por un cubo de leche? Cabe a destacar que la gallina no estaba ni en buen estado.

   De todas formas, yo le di el cubo y la gallina pasó a pertenecerme, a pesar de que apestase.

    Al día siguiente, volvió a venir, esta vez a por un racimo de especias.

   —¡Voy a hacerte una oferta que no vas a poder rechazar!— exclamó, entusiasmada, aunque procurando mantener un tono profesional.

   —Sorpréndeme.— resoplé, frotando mi frente con mi sucia mano para apartar el sudor y el pelo.

    Guardó silencio por un par de segundos, y ahora puedo apreciar que eso era algo inusual en ella. La observé mientras cambiaba su peso de una pierna a otra, balanceándose.

   —Para empezar, me llamo Airilia, y me encanta debatir.— se presentó, sonriendo.

   —Encantado— dije, al tiempo que me erguía —. Yo me llamo Aeneas.

   —Aeneas, ¿estarías dispuesto a venderme tu voto? — dijo, aún sonriente, como si me comentase cuánto ha llovido en el último mes.

   —¿Perdón?— inquirí yo, confundido — ¿Mi voto?

   —Verás, Aeneas— comenzó, sentándose sobre una gran piedra e indicándome que me sentase a su lado —, como bien sabes, vivimos en una democracia.

   Asentí.

   —Sin embargo, a pesar de ser "el gobierno del pueblo", sólo los hombres nacidos en la polis en la que quieren votar pueden hacerlo.— explicó, perdiendo la sonrisa poco a poco— Y yo quiero votar. Así que te daré lo que quieras y como quieras a cambio de votar a quien yo te pida que votes.

   Medité unos segundos sobre lo que acababa de proponer. Realmente no me importaría entregar mi voto, aunque fuese gratis. Nunca me había interesado mucho el tema de votar. Sin embargo, el hecho de que estuviese dispuesta a pagar me intrigaba.

   —¿Y si (hipotéticamente) te vendiese mi voto, qué me darías a cambio?— ella ladeó la cabeza, como si no entendiese mi pregunta —Es decir, que has dicho que me darías lo que yo quisiese, aunque ambos sabemos que hay una línea que no cruzarías. Así que, dime, Airilia, ¿qué delimita esa línea?

   Bajó la mirada mientras pensaba en mi pregunta. Supongo que lo ofreció esperándose una respuesta inmediata pidiendo dinero o sexo o algo por el estilo. Finalmente, tras meditar, me contestó.

   —No estoy dispuesta a hacer nada que perjudique a un ser humano. Ni a mí ni a nadie— estableció —. Es decir, si buscas a alguien para sacrificar a Cronos, lamento decirte que no soy yo.

   —Es totalmente comprensible, sí.— dije, mientras volvía a asentir.

   Se levantó, y me dijo que me daría dos días para pensar en qué quería. No pude evitar sonreír al darme cuenta de que lo dijo con una actitud que indicaba que ella ya sabía que yo estaba dispuesto a venderle mi voto.

   Hablé con mi vaca (bueno, más bien yo le hablaba y ella mugía), y decidí que unos ochenta dracmas(1) serían suficientes, eran muchos, sí, pero al fin y al cabo, los votos decidían el futuro de la polis, así que lo consideré justo.

¿Para siempre?Where stories live. Discover now