Tú no deberías estar aquí

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    Lucio y yo nos miramos; para después darnos la vuelta, para encarar a el dueño de la voz.

    Era un hombre de rasgos delicados, etéreos. Su pelo era oscuro, corto, y rizado. Su nariz era ligeramente aguileña, aunque no lo suficiente como para ser considerado como tal. Sus ojos eran color miel, y relucían como gemas ámbar al sol. Sus labios, finos y rosados, con la sombra de una sonrisa asomándose permanentemente. Era alto y estaba en forma; cosa que, junto con su túnica (púrpura), denotaba que probablemente estuviese implicado en la milicia.

    —¿Buscáis a Nemesio?— repitió, impacientándose.

    —Sí, así es. — contestó Ayesha, sin saber siquiera quién era Nemesio.

    —Muy bien. — replicó el chico, para después ordenar— Acompañadme.

    Nos miramos entre nosotros, pudiendo adivinar, más o menos, nuestros pensamientos, que iban desde "socorro" hasta "vamos".

   Seguimos a el hombre, a través de recónditos callejones, alejándonos cada vez más de la muchedumbre. Los terrenos irregulares nos dañaban los pies, aunque al hombre no parecía importarle lo más mínimo.

    Finalmente, llegamos a una pequeña puerta, cuyo aspecto horrible y descuidado nos hizo sospechar de nuestro guía aún más.

    Tocó la puerta seis veces, y, cuando una pequeña puertilla en esta se abrió, murmuró algo dentro de ella.

    La puerta se abrió, y nos indicó con un movimiento de cabeza que le siguiésemos.

    Lucio comenzó a caminar felizmente hacia el interior, aunque le agarré del hombro y le susurré:

    —Cuidado.

    Le dije lo mismo a Ayesha, quien simplemente sonrió y me dio una palmada en la espalda.

    El interior era simplemente precioso. Coloridos murales decoraban las paredes, juntándose harmoniosamente con los mosaicos del suelo.

    Todo se hallaba perfectamente iluminado, y tan limpio que hubiésemos podido comer del suelo.

   Nos llevó a un triclinio con cuatro klinai, y una mesa baja, que rebosaba de apetitosa comida.

    Se recostó sobre uno de los klinai, y nosotros le imitamos.

   —¿Y bien? — pregunté, impaciente.

    —¿Conocíais bien a Nemesio? — contestó el hombre, evadiendo la pregunta.

    —¿Cómo te llamas? — preguntó Lucio.

    —Llamadme... Alair. — dijo, tras pensárselo momentáneamente.

    —¿Dónde está Nemesio, Alair? — insistió Lucio.

    —No os he traído aquí para eso. —respondió Alair, estirándose.

    —¿Para qué nos has traído? — inquirió Ayesha.

    Alair levantó las cejas.

    —¿Por qué nos has traído? — se corrigió Ayesha, rápidamente.

    Alair asintió, complacido.

    —He notado ciertas cosas... peculiares. —comentó él, con tono pesado.

    Me removí en mi asiento, incómodo. Sentí una única gota de sudor recorrerme la espalda.

    —Ciertos hábitos que... me han llamado la atención. — continuó.

    —¿Hábitos? —inquirió Lucio.

    —Cállate. — ordenó Alair —Tú no deberías estar aquí.

    Alair se levantó rápidamente, dirigiéndose al klinai de Lucio, quien, a su vez, se levantó velozmente.

    Lucio era un pelín más alto que Alair, aunque Alair ganaba por masa muscular.

    —Te he dado una oportunidad y las has malgastado. Sal de aquí inmediatamente y vuelve a tus quehaceres. No le digas una palabra de esto a nadie. Las noticias vuelan como moscas, y yo tengo una tela de araña. — ordenó Alair.

    Lucio abrió la boca como si quisiese decir algo, aunque la mirada de Alair lo hizo callar. Nos dirigió a Ayesha y a mí una mirada, para despedirse, y salió de aquel lugar, no sin antes empujar a Alair con el hombro bruscamente.

    Alair esperó a que saliese, y volvió a recostarse.

    —Sé quiénes sois. Es inútil que finjáis que no sabéis de lo que hablo. — dijo él, solemne.

    —¿Quiénes somos? — repetí yo, confuso.

    Miré a Ayesha, quien se hallaba igual que yo.

    —Grecia. — dijo él, como si eso lo explicase todo.

    Me invadió el pánico, aunque decidí no darme por aludido aún.

    —¿Grecia? —repitió Ayesha.

    —Sí, Airilia. Grecia. — dijo Alair.

    ¿Airilia?

    Inspeccioné a Ayesha, Airilia, o quien fuese esta mujer. Físicamente no se parecía en absoluto a Airilia, aunque sí que tenía cierto sentido aquello que decía Alair. Si yo volví a nacer tras vivir como Aeneas, ¿quién decía que a Airilia no podría haberle pasado lo mismo?

   —¿Tú? —inquirí, mirando a Ayesha/Airilia.

   Ella asintió, aunque no alzó la vista de nuestro huésped.

   —Entonces, espero que entendáis lo que voy a hacer. —dijo Alair.

   Algo azotó mi cabeza bruscamente, y todo se volvió oscuro.


Nota de autora: este es un final convencional para el concurso. La trama seguirá avanzando si la historia tiene cierto éxito.

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⏰ Last updated: Apr 02, 2019 ⏰

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