Capítulo V

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Era un día oscuro en Londres, el cielo amenazaba con arrojar una enorme tormenta, amaba este clima frío y con una luz tenue, era tan relajante, tomé una ducha y me dispuse a elegir que usaría en este día tan Perfecto, había algo en él que me tranquilizaba, opté por unos jeans negros, un suéter enorme negro de rayas grises y mis botas vino tinto, tomé mi reloj y bajé las escaleras, - Buen día papi- dije dejándole un beso en la mejilla.-¡Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños querida Lyanna, feliz cumpleaños a ti!- cantaba mientras ponía una tarta de huevo en mi plato con una pequeña vela, soplé pidiendo un deseo (si no lo hacía, vaya sermón que me ganaba)- Gracias pa, pensé que lo habrías olvidado- dije metiéndome un trozo de tarta a la boca, saboreando esta delicia, papá había aprendido a cocinar, era todo un chef, pasó de hacer solo sándwiches a grandes comidas.

-¿Cómo iba a olvidar el cumpleaños número diecisiete de mi pequeña? eso nunca- dijo riendo- No crezcas más, a este punto me haré viejo y me quedaré solo.-

-Papá ¿te llegó la menopausia o qué? Estas muy sentimental últimamente, te dije que prefiero morir antes que dejarte solo- dije tomando un delicioso jugo de naranja.

-Solo quiero que no me olvides nunca cariño- dijo soplando un poco el café que se disponía a tomar.

-¿Está todo bien? ¿Qué te salió en los resultados de los exámenes que te hiciste hace un mes—

-Todo está bien hija, ¿ahora no puedo ponerme sentimental? espera... creo que... -dijo poniéndose en pie de forma dramática - ¡Me llegó la menopausia!-

-Muy gracioso- dije mirando mi reloj- es tarde debo irme te amo, nos vemos en la noche.-

Tomé mi mochila y mi teléfono, puse mi música y emprendí camino hacia la escuela. Me gustaba caminar hacia esta, no porque amara ese horrible lugar, sino porque podía pensar mientras me dirigía al lugar de las torturas, con mi música a todo volumen todo era mejor, me detuve un momento gracias al semáforo, a mi lado se posó una mujer alta con cabello rubio, llevaba de la mano a su hija, no mayor de diez años, podía ver como aquella mujer protegía a su pequeña, me recordó a Madison, habían pasado seis años y nunca me buscó, ni siquiera para remediar las cosas, o para siquiera estar bien, simplemente decidió bloquearme de todas las redes sociales y casarse, hacer una nueva vida, y desecharme como basura, aunque le demostrara a mi padre que era feliz, la verdad era otra, estaba destruida, me sentía vacía, amaba a mi padre y eso debía ser suficiente, pero quedó ese vacío de ella que creo, jamás podré llenar. El semáforo cambio a verde, y entonces me dispuse a continuar mi camino, la verdad es que nunca había dejado de pensar en lo que nos pasó, cambié, y no fue precisamente para bien, odiaba la idea del amor, me parecía patética, las personas siempre van a estar dispuestas a dañarte, destruirte para el bien de sí mismas y jamás se detendrían un momento para ver a quienes lastimaron, simplemente siguen su camino y te dejan ahí, casi muerta, porque así me sentía, muerta en vida. Con el paso del tiempo te das cuenta de que todo a tu alrededor es una completa mentira, la felicidad que todos se esfuerzan por demostrar es completamente falsa. Solo hay dolor en su interior sin embargo, siempre tienen una luz de esperanza que los espera al final del camino. Esa luz que todos ven de alguna forma, tú no logras siquiera divisarla, porque por más que quieras cuando llega la noche, la oscuridad es la única que te abraza y se convierte en tu fiel amigo, tú protector.
Casi llegando al lugar de tortura llamado School Harrow, algún idiota con bicicleta tropezó conmigo, tirando mi bolso. -¡¿Acaso no ves? Gusano!- dije enojada, ¡carajo! ¿Es que acaso no podía ser simplemente invisible?

– lo siento, de verdad lo siento- dijo levantando mi bolso y unas cosas que se cayeron de este, -Te vi, solo que traté de frenar, y esta cosa... al parecer se averió- tartamudeó entregándome mis pertenencias, como si me fuera a creer aquello , seguramente no sabe manejar bicicleta¿ pero quién no sabe manejar una maldita bicicleta? entonces tenía frente a mí a un imbécil, ya me encontraba demasiado irritada, arruinó mi día perfecto, como si no me bastara tener que lidiar conmigo.

-Sí, seguro- dije enojada.- Imbécil- solté alejándome.

-¿Qué?- preguntó.-

-Imbécil- Repetí ya muy irritada, me di media vuelta para observarle, estaba sonriendo, ¿quién mierda sonríe mientras le dices imbécil? estaba hecho, iba para mi lista, donde estaban todas las personas que en algún punto, tendrían su merecido y que me irritaban demasiado, pero era curioso, no estaba segura de si meterlo en aquella lista, seguramente no lo volvería a ver, después de todo es un año nuevo en esta pocilga de escuela. Hoy veintiuno de enero, mi cumpleaños ¿y mi regalo? Ese tipo de sonrisa algo encantadora tirando mis cosas... vamos que no es encantadora, solo es un retardado que no sabe usar una mendiga bicicleta.

Casi Llegando a mi aula de clases, o como yo le digo, el calabozo de la muerte, porque así se siente, una horrible presión y el horrible y detestable hecho de tener que pasar al frente a exponer alguna tarea, a la vista de todos, mientras te analizan, se burlan, hacen chistes sobre ti, o simplemente ni te prestan atención, siempre he preferido esta última, pasar y que nadie me ponga un poco de atención. Este era mi último año, según el periódico de la escuela este año ingresaron más de cien jóvenes de otras escuelas, odiaba el hecho de tener que ver más rostros, detestaba la multitud, todas esas chicas plásticas y falsas que de lo único que se preocupaban era de su maquillaje y de si su falda iba lo suficientemente corta como para llamar la atención de todos los hombres de este infierno, en serio, no podía soportarlo. Tomé asiento en la última silla, no había hecho amistad alguna estos últimos años, desde que entre en esta escuela todos me parecían falsos, los hombres que no se cansaban de criticar si una mujer estaba buena o no, pero ni siquiera se miraban en el maldito espejo, su cuerpo de jabalí, y sus ocho centímetros de pito, la cara de artesanía prehispánica que se cargaban, eran unos imbéciles con todas las de la ley, y las mujeres, "las populares" encargadas de hacerle la vida mierda a aquellos indefensos, estas tipas, carentes de cerebro solo utilizaban su vagina para lo que necesitasen. Sumida en mis pensamientos, logré notar como este tipo se sentaba a mi lado, era un torpe, me recordó al tipo de hace apenas unos minutos en la entrada y su estúpida bicicleta, logró sentarse después de haber hecho tanto ruido que estoy segura se escuchó en venus, ¡diablos!, era torpe.

-¡Hola!- Se atrevió a decir.

¿Hola? Quién se creía para poder saludarme, no soy nadie, solo, déjenme en paz, no existo en esta aula. Me di la vuelta y era él, el torpe de la bicicleta, ¿Cómo no pude deducirlo? Había hecho tanto ruido para simplemente sentarse, claramente era el torpe de los torpes. Lo miré retante tratando de enviarle un mensaje con una de esas miradas amenazantes de "no hables, ya muérete". –Una vez más, lamento lo de esta mañana-Dijo sin quitarme la vista de encima, odiaba que lo hiciera, no me gustaba, -Olvídalo- dije sin más y aparté la vista. El profesor llegó al fin, y con un –Buenos días jóvenes- Tan pesaroso supe, que sería un largo día.

Hasta la última lágrimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora