Capítulo final

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Asomada por la ventana, espiaba todos los vehículos que aparecían por la verja. Hacía rato que estaba lista. No quería llegar tarde. No importaba que solo tuviera que bajar las escaleras y atravesar el vestíbulo hasta la puerta que da al jardín. No le importaba lo que la tradición dictara, ella no haría esperar al novio.

Otro automóvil se detuvo frente a la escalinata de la mansión; la sangre le corrió vertiginosa por todo el cuerpo cuando el pasajero descendió. Ahí estaba él, vestido con un frac negro y con sus rebeldes hebras castañas recogidas en una coleta baja.

«Mío», fue la palabra que acudió a ella.

Porque sí, ese elegante y guapo novio era suyo.

Él elevó la cabeza y ella se escondió tras la cortina. A hurtadillas lo vio dirigir la mirada hacia ella, y por un momento temió que la hubiese visto. El chico se colocó una mano en el corazón y le sonrió, como si presintiera su presencia en la ventana.

A su mente llegó el recuerdo de aquella tarde en Pittsburgh, cuando le contó que, siempre que soñaba despierta con el día de su boda, lo imaginaba engalanado con un elegante frac negro y una blanquísima camisa blanca. En ese momento él solo sonrió y luego la abrazó.

Y ahí estaba ahora, cumpliéndole uno más de sus sueños.

Quiso abrir la ventana, pero Patricia no la dejó.

—No, señorita. Todavía no es el momento —dijo la castaña. La mano puesta en el cristal por encima de la cortina.

Candy regresó a la realidad que la rodeaba. Por un momento se había olvidado de sus amigas, quienes la ayudaron con su arreglo y ahora la acompañaban en espera del momento de bajar.

—Lo siento —murmuró apenada por haberlas ignorado.

Las chicas sonrieron, restándole importancia a lo dispersa que estaba la joven.

—Nervios de novia primeriza —diagnosticó Patricia mientras se ajustaba los lentes sobre la nariz.

Menos de cinco minutos después, un par de suaves toques sonaron en la puerta de la habitación. Annie fue a abrir. Era William Albert Andley.

—Estás hermosa, pequeña. —Albert se introdujo en la habitación, emocionado por poder estar ahí sin mentiras de por medio.

—Gracias, tío abuelo.

El rubio hizo una mueca. Desde que le contara la verdad sobre su vida, la chica lo llamaba así. Era su modo de mostrar el descontento que le causó el engaño, y al mismo tiempo hacerle pagar por él.

—El novio acaba de llegar —ignoró la pulla y le ofreció el brazo—. ¿Estás lista?

El semblante de Candy se iluminó. ¿Si estaba lista? No veía la hora de que el juez los declarara marido y mujer. Se colgó del brazo de su padre adoptivo y salieron de la habitación.

Patricia y Annie los siguieron.

Fuera, sentados en las sillas dispuestas para la ceremonia, los invitados aguardaban a que esta iniciara. El novio ya estaba en su posición frente al juez.

En la primera fila, con tres sillas de por medio, se encontraban el padre y la madre del novio. Tensos, nerviosos, pero con la vista fija en el hijo que hoy se casa.

El hijo no podía estar más ansioso. No es que la novia lo fuera a dejar plantado. Ese tipo de pensamientos no pasaban por su mente. Sin embargo, le era imposible no traspirar. Quizás era el engorroso frac que se puso solo para complacer a su pecosa, importándole un bledo que la ceremonia no fuera de noche y que se realizara al aire libre.

Tú eres mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora