Y un trueno ahogado habló toda la noche

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Ranma ½ y todas sus situaciones y personajes son propiedad de Rumiko Takahashi.

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~Sinalefa

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3.- Y un trueno ahogado habló toda la noche

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Se miraron el uno al otro por encima de la mesa, aunque Cologne en realidad no le estaba prestando atención, estaba repasando mentalmente los ingredientes que había usado en el hechizo y el orden exacto en que los había mezclado. ¿En qué parte se había equivocado? ¿Cuál había sido el punto débil en el conjuro? Las palabras se encadenaron como era menester y en la entonación correcta también.

Por tres veces revisó la lista de útiles necesarios, no había error, no había titubeo, la deficiencia debía estar en su propio poder y ahora tendría que lidiar con las consecuencias del trabajo mal realizado. No era la primera vez, sin embargo, ya se había enfrentado otras veces a conjuros que se salían de su cauce y espíritus, incluso demonios, que alcanzaban este plano y no tenían intención de marcharse pronto. La magia no era una ciencia exacta, solo la experiencia enseñaba a ejercer dominio sobre ella y aun así su caprichosa energía no podía ser contenida del todo.

Cologne respiró profundo, concentrándose para controlar la situación, igual que un domador que somete a las fieras a sus deseos.

—Revélate ante mí, demonio —exigió con voz grave en su lengua natal.

—Ya le dije que nada de eso es necesario —respondió el visitante, también en chino. Su voz tenía un tono extraño, casi sedante—. Sus poderes no me alcanzan, señora, no tienen ningún efecto en mí... Además, ¡me ofende! No soy ningún demonio.

Cologne tragó saliva y se movió despacio hasta alcanzar la pequeña lámpara que estaba cerca, a su derecha, y encenderla. Cuando se hizo la luz, pestañeó y miró por primera vez en detalle al visitante, era anciano, muy anciano, las arrugas se le agolpaban en el rostro marcando todas sus líneas de expresión; los ojos rasgados parecían casi cerrados por los años que los aplastaban, y aunque en la cabeza el cabello era escaso tenía, por el contrario, largos bigotes y una barba que le nacía en el mentón y continuaba sedosa y gris hasta casi la mitad del pecho. En ese momento tenía las manos metidas en las amplias mangas de su túnica verde oscuro y estaba sentado frente a ella con total tranquilidad, como si fuera algún pariente haciendo una visita de cortesía.

—... ¿Quién es usted? —preguntó finalmente la mujer, aprensiva.

—¡Vaya! ¡Creí que nunca lo iba a preguntar! —sonrió animado el hombre—. Mi nombre es Lǎo Yuè-liàng.

—¿Lǎo Yuè-liàng?

—Y puedo contarle una pequeña historia al respecto —sentenció con su modulada voz, dando a entender que no importaba si ella quería oírla o no, la contaría igual—. Existe una vieja leyenda que dice que en la luna vive un hombre muy anciano que sale cada noche a buscar entre las muchas almas de la Tierra aquellas que nacieron para conocerse y estar juntas. Cuando las encuentra, ata sus dedos meñiques con un hilo rojo e invisible para que nunca puedan perderse. A ese hilo le llaman el hilo rojo del destino, es el que conecta a todas las personas destinadas a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o las circunstancias, es un hilo que puede tensarse o enredarse, pero nunca se romperá —terminó de narrar el viejo, y después agregó muy emocionado—. ¡Qué bellísima historia!

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