Preludio

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«Our lives are not our own. We are bound to others, past and present, and by each crime and every kindness, we birth our future»

David Mitchel, Cloud Atlas

***

1981.

—¿Qué quiere con el niño?

La voz sonó dura. Como pensó que sonaría, claro. A Narcissa no parecía importarle que él la escuchara. Narcissa siempre había tenido cierta aura desafiante en sí misma. Era parte de sus filas, pero sólo lo necesario. Sólo porque Lucius estaba allí. De otro modo, se hubiera mantenido tercamente neutral. Era por eso que aquello le venía tan bien.

Una manera de hacer a Lucius sentirse importante.

Una manera de atar a Narcissa a su lado.

El niño. La promesa de gloria para el niño —como quiera que se llamara, Draco, recordaba que Lucius le había dicho—, que no pensaba cumplir.

—No sé. —La voz de Lucius era apremiante, del tono nervioso del que se sabía escuchado—. No fue una petición, Narcissa. Fue una orden.

Se pasó la cadena del guardapelo entre los dedos, sintiendo lo que estaba dentro de él. «Pronto, pronto», le dijo. Tendría un nuevo hogar. Un mejor hogar. Uno infalible.

Se oyó un suspiro, pasos, una puerta que se cierra. Y apareció Narcissa, frente a él. Rubia, alta, pálida.

—No le hagas daño —pidió.

Él le dedicó un asentimiento.

Era mentira. Pero todo aquello iba a quedar entre el niño —Draco— y él.

***

1993.

Pensaba mucho más rápido que Harry Potter, que sólo parecía moverse por la desesperación que tenía, por querer salvar a Ginny Weasley. Pero él ya la había salvado —tanto como Lord Voldemort podía salvar a alguien— antes de que Harry Potter si quiera pensara en clavarle el basilisco al diario. Le dedicó una función de teatro cuando alzó el colmillo y lo clavó en el diario.

Gritó. Fingió desaparecer. Pero no lo hizo.

Simplemente, volvió al cuerpo de Ginny Weasley, que empezó poco a poco a calentarse de nuevo. A él le tomaría tiempo recuperarse de las heridas. Le tomaría tiempo averiguar qué había pasado en todos aquellos años. Por qué Harry Potter lo había derrotado.

Pero, mientras tanto, podría refugiarse allí, sin que nadie lo buscara. Dormitar hasta que llegara el momento correcto.

Ginny Weasley había demostrado ser una de las mejores armas que había tenido.

***

1994.

Le quitó la carta al cuervo con el hocico antes de que Filch tuviera tiempo de verlo merodeando por allí. Después lo dejó partir. Supuso que no era buena idea intentar matarlo. Los cuervos siempre eran unos desgraciados y rasguñaban terriblemente. Después salió corriendo antes de que alguien la viera con un pergamino en el hocico y se dirigió hasta la zona de las mazmorras, prácticamente deshabitada. Se metió en un aula sin ventanas de aquella parte del castillo y volvió a trasformarse.

Llevaba casi catorce años sin cambiar de forma. No había tenido necesidad. Había acabado por acostumbrarse al nombre horrible que le habían puesto, a ser odiada —aunque en realidad eso nunca le había molestado en realidad— y a que un ridículo squib la adorara.

Horrocruxes [Drarry] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora