Capítulo 14

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Era martes. Llegué al DHIR pocos minutos antes de las 7.30hs para marcar mi huella en el reloj biométrico. Me dejó feliz no atrasarme como el día anterior.

–Buen día, Juanca –dije, al entrar a la oficina–. Hola, Carlita.

Valentina también ya estaba. Me miró, pero no la saludé.

–¿Querés una buena noticia? –me preguntó el viejo Juanca cuando me senté junto a él en su escritorio.

–¿Ruelas murió? –dije.

Juanca se rio. Creo que la gorda Carla me escuchó porque también se rio. Valentina no debió escuchar.

–Ruelas avisó que está con diarrea –siguió Juanca–. Hoy no viene.

Eso fue música para mis oídos. La adrenalina casi me llevó a agarrar a la gorda Carla a besos.

La mañana continuó tranquila. Valentina no nos dirigió la palabra nunca, al contrario, se colocó los lentes y se concentró en sus diseños de la misma forma que la gorda cuando estaba en el submundo del ordenador. Me pregunté qué estaría proyectando. Cuando el jefe no venía, era el día perfecto para no hacer absolutamente nada. Eso aprendí los primeros días que entré al DHIR. Me dieron ganas de avivarla, de la misma forma que me avivaron a mí. Pero no se lo merecía, además era mejor que pensara que yo aún estaba enojado.

El ocio era tan grande que intenté entrar al Facebook otra vez. Juanca estaba fumando afuera. Lo experimenté por falta de cosas por hacer, porque sabía que la página estaba bloqueada. Resulta que, para mi sorpresa, pude navegar. Logré el acceso sin ningún impedimento. ¿Qué sucedió? ¿Era lo que estaba pensando? Sí. El día anterior no había estado bloqueado, apenas se había caído la página. Eso significaba que fui injusto con Valentina.

La miré. Por coincidencia, ella también me miró. Giré la cara, por más que reconociera que actué mal, no era motivo para que le tuviera confianza. Tal vez ella volvió a hablar con Ruelas para que desbloqueara la página. Repito, no pongo las manos en el fuego por las mujeres.

Lo más extraño de la mañana fue el silencio de Pilar. No me mandó mensajes ni apareció en mi oficina. Su sector quedaba a pocos metros del mío. Cuando fui al baño pasé por allí pero no logré verla, las venecianas estaban cerradas.

El teléfono sonó.

–Departamento Hidrosanitario de Rivera. Sector de Planeamiento. Buen día –dije al atenderlo.

–Buen día, pasame con el ingeniero.

–Ruelas no vino hoy –contesté–. ¿En qué puedo ayudarlo?

El hombre me cortó el teléfono en la cara. Era una voz de viejo, estaba seguro de que ya la había escuchado antes. De pronto, el hombre invadió nuestra oficina. Me di cuenta enseguida, era Horacio Carrasco, el presidente del DHIR.

–¿Cómo puede ser que Ruelas no vino?

El viejo estaba desesperado, pero no puedo decir que estuviera enojado. Era alto, robusto y tenía una melena crespa muy despeinada. Todos decían que él era una persona buena. No sabría decir por qué, pero era la segunda vez que lo veía, y no me atemorizaba. Reconozco que Ruelas me impresionaba más que él.

–Está descompuesto –justificó Juanca–. Avisó a primera hora que iba a faltar.

–¡Qué cagada! –no supe si lo dijo de forma literal–. Hoy tenemos que verificar los reservorios nuevos. Lo voy a matar. Y el intendente me va a matar a mí.

El viejo me miró.

–¿Qué sos vos?

–¿Cómo? –pregunté.

Después de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora