Habían pasado tres días desde la muerte de Lalo. Doble B pudo quedarse unos días en Rivera y se quedó en mi casa para intentar distraerme. No puedo decir que lo logró. Era horrible estar en aquella casa sabiendo que jamás volvería a ver las travesuras de mi abuelo.
Aunque me correspondían más días libres, y el propio presidente del DHIR –el señor Horacio Carrasco– me autorizó a faltar el tiempo que creyera oportuno, decidí volver a trabajar. Si me quedaba más tiempo en casa, era peor.
Lo primero que hice al llegar al DHIR fue visitar a Ruelas en su oficina.
–Lo lamento por su abuelo –me dijo, sin levantar la cabeza.
Recordé que fue uno de los pocos funcionarios del DHIR que no había ido al velorio.
–Ya sé que Diana Smirnov sos vos –dije sin titubeos.
Él levantó la cara.
–¿Así que ya lo sabés? –preguntó, riendo.
–¡Qué inmaduro sos!
–Si supiera cómo me he divertido con esa historia –continuó, riéndose–. ¡Qué pena que ahora ya sabe que soy yo!
Suspiré y me giré para salir.
–Espere –gritó él–. Ahora que tocó en el asunto, vamos a hablarlo.
Intenté recusar, pero su dedo indicándome una silla me llevó a quedarme. Me senté.
–Santino Vega, alias Tino –empezó a hablar al colocarse de pie. Como todas las veces, realizó movimientos superfluos con las manos mientras articulaba frases exageradas, parecía estar discursando. Valentina tenía razón, además de su horrorosa cara de hámster, él tenía gestos afeminados–. Yo controlo cada paso de los miembros de mi sector, inclusive lo que observan en internet. Por eso, me destaco en mi función. Soy muy competente. Y en esas estaba cuando descubrí que usted, además de entretenerse con su Facebook particular, estaba creando una página. Como reconozco que soy muy curioso, en mi casa comencé a seguir a ese tal Tino para ver de qué se trataba. Obviamente que siempre supe que era usted.
Recordé que yo estaba con Doble B el día que lo vi sumarse a la página.
–Entonces –siguió él–. Le confieso que encontré la página una tremenda banalidad, un pelotazo. Me aburrí y dejé de controlar lo que publicaba o dejaba de publicar. Pero usted es muy sorpresivo y se tomó el atrevimiento de querer darme una lección, ¿verdad?
–¿De qué estás hablando?
Ruelas sacó su celular del bolso y demoró unos segundos buscando algo.
–De esto estoy hablando –dijo, mostrándome una foto.
No pude creer. Era la foto de Doble B y su novia, la tal Maite Figueroa. Estaban totalmente desnudos. Era la misma que Doble B me había mandado a mí.
–¿Quién te pasó eso?
–¿Se asustó, Santino? –preguntó, aproximándose de mi cara. Por suerte se volvió a alejar de inmediato–. Yo también soy sorprendente, ¿no? Esa foto me la pasó la propia protagonista: Maite, mi novia.
–¿Ella te la pasó?
Después de esa pregunta, percibí que me estaba denunciando a mí mismo. Debería haber reaccionado de forma natural, como si no supiera quiénes aparecían en la fotografía.
–Ella misma –respondió Ruelas, riéndose–. Con Maite, tenemos un relacionamiento abierto. Nos contamos todo. Ella sale con quien quiere y yo con quien quiero. Nuestra única condición es que siempre sepamos quiénes son los terceros, cuartos, quintos, o lo que sea. Y para su información, tampoco nos limitamos a la heterosexualidad –en el fondo, sentí que me estaba proponiendo una participación–. Volviendo al asunto, cuando Maite me mostró la foto de ese muchacho, ¿cómo es? ¿Benjamín Borges?, y la insistencia con la cual él quería salir con ella, nos llamó la atención y pensamos que algo extraño había. Yo mismo me encargué de revisarle el Facebook y descubrí, principalmente por fotos antiguas, que uno de sus mejores amigos era nada más ni nada menos que usted. ¡Qué coincidencia!, ¿verdad? Maite quiso ir y yo debí aceptar. Confieso que su amigo es muy lindo, es una pena que sea solamente heterosexual. Luego, ella me habló de la insistencia de él para que se sacaran una foto. Entonces, sumando dos más dos: era obvio que usted le había pedido a su amigo que anduviera con mi novia.
En realidad, me sorprendió el exceso de información, y más, la capacidad de deducción del ingeniero. Debo sacarle el sombrero; es un asco, pero es inteligente.
–Qué feo, Santino –continuó el ingeniero ante mi silencio–. Usted estaba mereciendo una lección. Maite es tan vengativa como yo, puedo decirle que ella misma me dio la idea de crear el fake para perturbar su popularidad inexplicable. Entre los dos escogimos el nombre Diana Smirnov porque nos pareció divertido, diferente. Y el resto, se fue dando con naturalidad. El bebé creció, y tanto usted como yo, terminamos sorprendiéndonos con tal repercusión. Me parece correcto hasta agradecerle por todo eso. Dedicarme a Diana ha sido una experiencia muy divertida. Hagamos de cuenta que no sabemos nada y continuemos el juego, ¿qué le parece?
Me levanté con ganas de volver a mandarlo a la puta que lo parió.
–Por favor –me ganó de mano–. Otra vez a la puta que me parió no. Sea más creativo. Sea como Tino.
Me tuve que reír.
–Te felicito por tu cara de huevo frito –le dije.
Él ingeniero se rio a carcajadas.
–Pero que infantilidad, Santino.
Lo dejé hablando sólo.
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Después de mí
RomanceLa monotonía de una oficina pública y las embestidas de un jefe malhumorado, hacen con que el joven y seductor Santino Vega se sienta obligado a buscar un nuevo sentido para su vida. Si es cierto que somos el promedio de las personas con las que con...