Marioneta imperial #thedomains2019

Sybilla

NOTA: Aquí aparece nuestra princesa, para los que no recuerden(vayan al prólogo para entender) apareció en el prólogo, aunque solo como una bebé.Seguro se preguntarán ¿Por qué nos metes a diversos personajes? No se preocupen, todo se conecta(en algún punto no tan lejano) Sin mas que decir ¡Disfruten!

El cielo tenía un color azul intenso y el clima era cálido, aquello reflejaba muy bien su estado de ánimo, se acercaba su decimosexto cumpleaños y  Devron le había prometido el más grandioso regalo, le dijo que era algo que quería darle hace mucho tiempo, " La flor más linda del reino merece el mejor regalo". Realmente sentía curiosidad ¿Qué podría ser? Aquel hombre era todo un misterio cuando se lo proponía, con su abundante melena negra, su piel antes blanca ahora teñida por un leve bronceado y sus oscuros ojos violeta aparentaba todo menos los poco más de 40 años que cargaba encima, cualquier joven por más guapo que fuera ni siquiera osaba competir con él, ese era Devron, el hombre que le daba todo lo que quería y al mismo tiempo la usaba a su antojo.

Con Devron tenía días buenos y días malos. Sabía que era un día bueno cuando la sorprendía con un regalo y una sonrisa, o simplemente lo segundo, sonreía y se le empequeñecían los ojos,  como medias lunas. Y se lo perdonaba todo, cualquier travesura que hubiera realizado, mientras nadie se enterara. Pero en los días malos... no, no quería ni pensar en eso.

Avanzó de forma lenta por el camino de piedra, esta vez no sería descubierta, estaba segura de ello, tenía una gran capa cubriendo su cuerpo y una capucha que le permitía esconder lo que más la delataba : sus ojos.Aquellos ojos violeta eran poco comunes en su reino y, estaba segura, en cualquier otro. "Si tan solo tuviera ojos negros o quizá marrones todo sería más fácil.Otra sería la historia" Pero no, tenía los ojos tan violetas como Devron, una prueba más del lazo que los unía. Avanzó un paso y se dio de cara contra la puerta de roble.

- ¡Ay!¡Maldita sea! -le dolía mucho, sentía como si su frente fuera a abrirse en cualquier instante, en definitiva le quedaría un gran chichón.

- Muy, muy mal.

Al escuchar aquella voz sintió escalofríos. Y entonces cayó en cuenta. La puerta se encontraba semiabierta. Esto no podía estar pasando. "Se supone que estaría ocupado. No debería estar aquí". Se quedó mirando la puerta de forma fija, a la espera de su verdugo.

-Sybilla Blenchart- su voz tétrica y firme como el acero tenía un poco de hastío en ella.La puerta se abrió y dejó a la vista a un hombre alto y pelicastaño, cejas espesas y ojos marrón claro que, en este momento, parecían capaces de traspasarla. Y de la peor forma. - Sabes que esto ya me está cansando ¿Cierto?- Oh, vaya que lo sabía. En los últimos meses se había escapado innumerables veces a recorrer el pueblo. Su pueblo. Y el pobre Lance solo era víctima de las circunstancias. Él dio un paso adelante y el sol iluminó su rostro, era una luz suave que le daba una apariencia menos dura, menos severa de lo que realmente era. Pero el aire amenazante que desprendía seguía siendo el mismo.

- Lance, dejémoslo por la paz, ¿Está bien?- al siquiera intentar responderle estaba jugándose su pellejo. Vio como los ojos del hombre se volvían fríos y fruncía cada vez más el ceño. - Seguro estás muy ocupado como para perder el tiempo con una niña como yo ¿Verdad? Prometo ser buena de ahora en adelante. Seré el modelo perfecto de una señorita, un ejemplo para todas las damas.

- Si crees que puedes jugar conmigo, intentar convencerme, o tocar alguna fibra sensible en mí, pues te equivocas. ¿Verdaderamente crees que no recibirás castigo alguno? Tus dotes de persuasión son muy malas. Te recuerdo que hiciste la misma promesa todas aquellas veces que te escapaste, cada una. Cualquier joven del pueblo se comportaría más como una dama que tú. Debería darte vergüenza después de todo el oro que gastó el rey en tu educación. Y ahora deja de perder el tiempo, vamos.- Lance se acercó y cuando la iba a agarrar del brazo ella lo detuvo poniendo sus manos en el pecho de este. Ya veía su derrota y solo le quedaba algo por hacer.