Problemas en el bosque

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El paraje rústico y abandonado de aquel bosque resultaba aterrador a primera vista puesto que no era necesaria una gran imaginación para anticipar que cualquier alma que lo atravesase seguramente no llevaría cuerpo hacía años. El lugar más que una arboleda rodeando un campo mal trabajado parecía una especie de cementerio abandonado hacía siglos: las ramas negras, un frío penetrante inundándolo todo, aquel olor nauseabúndo proveniente de la basura avejentada y empeorado por la humedad, una penumbra inconstante ocasionada por las hojas formándo una bóveda incompleta por sobre las cabezas del grupo de muchachos hacían que los bellos se les erizaran en la medida que un sentimiento de temor los iba invadiendo.

—No creo que esté por acá, mejor vámonos —opinó Dunior haciendo un ademán que lo involucrara todo a su al rededor, como queriendo decir que su mentor jamás transitaría un camino en semejante estado.

—Te digo que lo vi ayer desde el colectivo —se apuró a decir Jenny—; estaba entre los árboles, cerca de la parada.

—¿Estás segura que no te lo imaginaste? Porque en serio no tiene sentido.

—¿Y si no tiene sentido por qué nos acompañaste, Juanchi?

—Porque si los dejaba solos en los arbolitos después iba a tener que verlos cambiar pañales, y ni ganas.

—¡Sos un tarado! —La chica persiguió a su amigo con la mano en alto, como pretendiendo darle una palmada en el hocico, pero las habilidades defensivas del muchacho parecían ineludibles.

—¡Quédense quietos, par de tórtolos, que ya llegamos a la parada!

Consumidos por la curiosidad los chicos apuraron el paso para poder ver más de cerca la estación donde frenaban los colectivos completamente vacía. No había nadie por ahí.

—Sabía. —Juan quiso acercarse para estar lo más seguro posible de que no hubiera rastros del campamento citado por su amiga, pero antes de pasar a su lado la chica le estampó los dedos en toda la cara.

—Te lo merecías —indicó Dun momentos antes de que ella lo golpeara a él también.

—Vos también te hiciste el vivo. —Los chicos la observaron incapaces de decir palabra. No querían hacerla sentir mal, pero ella, hábil en la tarea, los supo leer incluso sin decir una palabra—. ¿Qué, ya piensan dejar de buscar? ¿O qué, me van a decir que esperaban encontrar la carpa todavía armada con Etaí a la vista, comiéndose un pescado al lado de una fogata como en la películas?

—Bueno, tan así no, pero al menos un indicio: leña quemada, pasto pisado, restos de basura de campamento, ¡algo!

—Lo que el boludo de Dunior quiere decir —interrumpió Juan— es que si no encontramos algo de eso, lo mejor va a ser que abandonemos esta búsqueda y nos ocupemos mejor de los asuntos del gimnasio sin perseguir soluciones mágicas, ¿está bien?

—¿Yo quería decir eso? —El mayor del grupo le dio un pisotón— ¡Auch!, digo, ¡sí! Yo quería decir eso.

Jenny los ignoró. Sabía lo que había visto, sabía que no era una solución mágica, pero por sobre todas las cosas, sabía que su viejo amigo había vuelto. Ella no estaba ahí para buscar una solución, estaba en ese lugar para encontrar a alguien a quien consideró un hermano mayor.

Caminaron desganados y mirando sin mucho interés, a ver si algo de aquella locura tenía sentido, pero por más que revolvieron no pudieron encontrar más que hojas secas y un panorama de película de terror. Pronto los ánimos descendieron hasta alcanzar el piso e incluso la perseverante Jen acabó por reconocer que era momento de desistir. Quizás los chicos tenían razón y todo aquello había sido producto de sus ansias.

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⏰ Última actualización: Jan 23, 2019 ⏰

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