Destino cruel.

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Un nuevo amanecer. Como odiaba las mañanas, aún recordaba aquel fatídico accidente, esa mirada de odio de aquel hombre que antes de lo sucedido la adoraba, aquella voz que resonaba constantemente en su cabeza, aquella imagen de él tendido en el piso ensangrentado.

Se levantó rápidamente evitando recordar esa parte de su vida que tanto daño ha causado a su frágil corazón, la imagen de mujer fuerte, fría sin un ápice de fragilidad era una simple fachada por dentro sufría y por sobre todo lloraba, su alma se debilitaba con cada recuerdo, dolía hasta lo indecible.

Se arregló y bajó para desayunar. Su padre la esperaba en el comedor, hoy conocería a su nuevo guardaespaldas, ya perdió la cuenta, eran tantos los hombres que han pasado por su casa que ya le daba igual, todos han renunciado por no soportar su carácter y el estilo de vida que llevaba, nunca estuvo de acuerdo con tener uno pero su padre se empeño en que tenía que tener a alguien cuidando de ella y más después de los ataques que recibió años atrás.

- Buenos días padre. - saludó al hombre que estaba sentado en la mesa, con un periódico en la mano, le dio un beso en la mejilla y se acomodó a su lado.

- Buenos dias hija. - contestó - dejando de lado lo que hacía.

Su nana se acercó con el desayuno y los saludó con una gran sonrisa, ella era una más en esa disminuta familia, Amelia una señora no más de sesenta años, ojos claros de estatura media, la única imagen materna que Alina tenía, nunca conoció a su verdadera madre. Ésa parte de su vida era un total misterio, nunca su padre le dijo realmente lo que sucedió con la mujer que le dio la vida y ella dejó de insistir, suponía que era algo grave, que tal vez su padre quería evitarle otro dolor.

Cómo siempre el desayuno fue agradable, hablaron de cosas sin importancia poniéndose al día, riendo del mal chiste matutino que su padre contaba.

Cuando terminaron de engullir lo que había en la mesa, su padre se  acomodó la corbata para hablar seriamente con esa niña que era su adoración solo esperaba convencerla de que ésta vez actuara de manera diferente con el hombre que la cuidaría.

- Está por llegar. - anunció Eduardo mirando su reloj. Era un hombre de cincuenta años, ojos color miel, muy apuesto, dueño de varios hoteles y de los más importantes. Su hija su mayor debilidad.

La chica hizo una mueca de disgusto sabía de que hablaba. Pero no tenía las ganas de hablar de eso, sucedía siempre lo mismo. Llegaban, ella les hacía la estadía imposible, renunciaban y volvía otro. Su vida definitivamente era un verdadero dejavú.

- Alina - lo escuchó decir - levantó la mirada desconcertada, su padre casi nunca la llamaba por su nombre y si lo hacía era solo para reprenderla - ésta vez tienes que comportarte es el último guardaespaldas que nos proveerá la agencia. - habló serio.

Asintió sin apartar su mirada de él, ¿que podía decir? no quería discutir tan temprano.

El timbre les indicó que el muchacho ya había llegado.

- ¡Ah ya está aquí! - informó su padre levantándose - el silencio de su hija lo hizo creer que ésta vez ese hombre no saldría corriendo de la casa, o eso esperaba.

- Buenos días. - saludó el guardaespaldas, adentrándose en el comedor, con una actitud que irradiaba seriedad, profesionalismo y algo más. Tanto que a Eduardo y a Alina los dejó sin habla.

Intentó pronunciar algo pero su voz simplemente la había abandonado, se quedó ahí de pie, sin poder moverse, sin poder creer lo que observaba. Tan parecidos, sus ojos verdosos, su pelo negro, sus labios, era él. Por Dios era él.

Cerró los ojos y negó levemente con la cabeza. No era Denam se repetía, no es él, se parecen bastante a decir verdad pero no era él. Dominó su deseo de querer abrazarlo y pedirle perdón. No podía actuar como una loca. Trato de serenarse y fijó sus ojos en el rostro de su padre que estaba también muy sorprendido por la presencia de ese hombre.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora