Inevitable.

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Trascurrieron días después de la feria y ninguno habló más sobre la mujer con quién se encontraron. Alina habló con su Padre y Amelia, los extrañaba tanto que después de mucha insistencia a su guardaespaldas para comunicarse con ellos accedió. Él portaba un teléfono que solo lo usaría en caso de emergencia, pero no pudo decirle que no a los ojos suplicantes de su protegida.

El pueblo seguía bajo el cobijo intenso del frío, las ramas secas de los árboles eran testigos de la cruel nevada en ese sitio.

Dentro de aquella cabaña todo marchaba bien. La calidez del lugar los cobijaba y hacía de ese lugar un verdadero hogar. Actuaban como cualquier otro matrimonio aunque ellos ni siquiera lo eran. Preparaban la comida juntos, hacían el aseo de la cabaña juntos y sentados en el mismo sofá veían algunas películas, conversaban sin ningún problema, entre risas, miradas de complicidad y de deseo llenaban aquel hogar que sentían como propio. Fue en una de las tantas conversaciones que Alina supo más sobre su guardaespaldas. No tenía hermanos y nunca conoció ni supo nada de su padre. Se inscribió en la agencia cuando cumplió la mayoría de edad y que hace poco cuando cumplió veinticuatro años fue elegido como el mejor en su agencia, aunque ella era la primera a quién él cuidaba. No comprendía como era el mejor si nunca ocupó ese cargo pero decidió no ahondar en ese tema.

Nicolás cada vez que la tenía cerca se sentía como un adolescente, las manos le sudaban, sus labios le cosquilleaban por recorrer cada rincón de su cuerpo que parecía invitarlo a cometer semejante locura y ella ni siquiera lo notaba o eso quería creer.

Tenerla cerca le gustaba y lo asustaba con la misma proporción, la deseaba de una manera preocupante. Nunca en su vida deseó tanto a una mujer lo encendía y lo derretía con la misma intensidad. Era inevitable no sentirse atraído por una mujer tan hermosa como ella, pero más allá del físico, le atraía su manera de ser, tranquila, observadora y de pensamientos desbordados veía siempre el lado bello de las cosas, admiraba su lado fuerte y decidida. Aunque con él lo demostró una sola vez en su primer día, su padre le había advertido de su temperamento y lo obstinada que a veces podía ser. Aún sus labios podía sentir la suavidad de sus mejillas cuando noches atrás le dio aquel casto beso, no le recriminó nada al día siguiente y eso lo tranquilizo, ni siquiera sabía como excusarse de su atrevimiento.

En una noche de un potente frío cada quién se encontraba en sus habitaciones cuando un apagón los alertó a los dos.

Rápidamente Nicolás se levantó y sacó su arma que siempre tenía debajo de su almohada. Se cercioró si la corte de electricidad afectaba a todo el pueblo y comprobó que todo el lugar era reinada por la oscuridad. Habló a los demás guaruras que vivían en los alrededores para que estén alertas ante cualquier peligro. Consumido por la preocupación se dirigió apresuradamente a la habitación de Alina. Entró sin tocar iluminando con la linterna de su teléfono y la encontró sentada al borde de su cama mirándola fijamente.

- ¿Qué sucedió? - preguntó - asustada se acercó a él con el corazón acelerado. Y si el señor Galvany es el responsable. ¿La habrá encontrado?. Pensó.

- No lo sé -respondió preocupado. Si le llegara a pasar algo jamás se perdonaría algo molestoso que no queria ponerle nombre se instaló en él. - el apagón es en todo el pueblo. - informó.

- ¿Crees que nos encontraron?- quiso saber nerviosa. A veces creía que sería mejor enfrentar su pasado una vez por todas y acabar con la persecución.

- Ven, tenemos que irnos a mi habitación - declaró ignorando su pregunta. Tomó su mano y sintió esa agradable sensación que constantemente le sucedía cuando tenía contacto con su piel.

- ¿Porqué en la tuya?. No sabía lo que le sucedía con ese hombre pero tener su mano entrelazada con la suya le fascinó a un nivel innimaginable.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora