EAT
–No lo sé—susurra—ya no sé si puedo hacer esto.
—Sí puedes–susurro—hazlo por mí, abre la boca, sólo una mordida. Lo preparé para ti, te prometo que no tiene ni un gramo azúcar blanca.
Soraru abre la boca. Está encorvado, no parece emocionado por comer lo que le preparé. Suelto un suspiro, bajando la cuchara que estaba a punto de tocar sus labios.
—No puedo obligarte, sé que después te sentirás como la mierda y lo vomitarás.
El silencio nos gobierna, como todo este último tiempo. Me siento derrotado cuando él abre y cierra los labios. A pesar de que no diga nada, sé que tiene muchas cosas que decirme. Doy un gran suspiro, levantándome de la mesa y recogiendo los platos intactos. Cuando llevo a la cocina, tiro el contenido a la basura.
–¿Qué haces?—Pregunta, acercándose rápidamente hacia mí-todavía no comiste.
—Decidí que sólo comeré cuando tú comas—declaro. Soraru hace una mueca de disgusto, hinchando sus mejillas.
Últimamente mis pensamientos han tocado fondo, han probado desde lo más asqueroso y pútrido de lo que se puede llamar vida, estando sólo ligados a mí mismo. No puedo seguir escondiendo mis cavilaciones negativas por más tiempo, de alguna forma ya son parte de mí. O quizás, ellas son y siempre han sido mi verdadero yo. A veces temo de mí mismo, y ni siquiera puedo evitarlo. Cuando me miro al espejo y mi imagen se distorsiona, puedo llegar a comprender la incómoda situación que mi novio pasa día a día desde hace años. No llego a entenderla del todo, pero sí veo su objetivo. No soy estúpido, y he dejado de ser un niño desde que entré a la misma clínica que Soraru-san. He estado actuando como un imbécil, algo hueco e inútil, sólo para tratar de conservar algo que perdí cuando comencé a caer en mis (autodenominados) problemas. Mi inocencia.
No sé cuando comenzó todo esto, quizás cuando las personas comenzaron a odiarme de la nada por ser "distinto" a ellos. Más femenino. Mis gustos en ropa y accesorios parecen haber sido el gatillante de todos mis problemas. Si no me hubiesen roto, yo no me hubiera destrozado a mí mismo, quizás nunca hubiese conocido a Soraru, y quizás él hubiera muerto o sobrevivido de la mano de otros o él mismo. No se puede saber con certeza, pero me imagino cada una de las variantes seguidamente, consciente o entre sueños, es igual. Me pregunto como hubiese sido la vida de todos los que me rodean si yo nunca hubiese nacido.
A veces temo de mí mismo, definitivamente. Como cuando agarro a Soraru-san del brazo, que se ha vuelto casi la mitad del mío, y lo obligo a caminar pegado a mí. Constantemente pienso "es mi culpa", porque no soy capaz de obligarlo a cumplir con una necesidad básica que lastima sus sentimientos. No me siento capaz de obligarlo a hacer algo que no quiere, y cubro mis propias inseguridades con nuestra relación. Trato de tapar cada fuga poniendo excusas irreales.
—Está bien, comeré—dice. Yo lo miro, a los ojos, cosa que nos cuesta a ambos hacer, desde siempre, desde el primero momento en que probamos nuestras miradas. Es un pecado seguido que evitamos cometer—pero come tú, no quiero que te enfermes, Mafu.
Yo sonrío, tratando de ser cálido ante su desesperada expresión. Todo puede volver a la normalidad si yo sólo sonrío, hago comida nueva y la pongo en frente de él, fingiendo no darme cuenta de sus suspiros tristes, de sus pequeñas y eternas mordidas, que culminan en un masticado de horas. Todo es más fácil si sonrío, y refugio mis malos pensamientos en nuestro cariño, que, hasta ahora, realmente no sé si es tan real como quiero creer. Eso pienso varias veces al día, hasta que llega la madrugada, y nuestros ojos chocan, haciendo que nuestras almas se refugien en el oscuro enrojecer de nuestros tristes sentimientos pecadores. En esas horas, vuelvo a enamorarme de él, pero no logro hacerlo de mí mismo.
—Mafu, llegué.
—Bienvenido a casa, Soraru-san—sonrío, levantándome de la mesa y llegando hasta la entrada, dándole un beso en la mejilla como saludo. Su piel está gélida, como siempre. Sus ojos pasan hasta la sala, donde está mi compañero de clases sentado en una silla—él es Sou, perdona si no te avisé, no contéstate mis mensajes y necesitaba terminar un informe con...
—Tranquilo Mafu—suspira dulce, acercándose a mi compañero—creo que nos conocemos, ¿no es así? Eres el hermanito de Rib.
Oh, eso no me lo esperaba. Miro a Sou, esperando una respuesta. El mundo es realmente pequeño.
—Y tú el chico de esa vez—dice, levantándose y tomando la mano de mi pareja en un apretón.—Un gusto verte de nuevo.—Un gusto–responde simple, separando sus manos y yendo hasta la habitación, pasando por mi lado sin mirarme, hasta que me da una mirada de reojo cuando llega a la puerta—dormiré un rato, pueden terminar lo que necesiten, no molestaré.
—Gracias amor, duerme bien.
Vuelvo a mi puesto, y Sou me mira sonriente. Finjo no ver la incomodidad en sus ojos. Es más fácil fingir no saber nada, en todos los casos posibles.
—¿Llevan mucho tiempo juntos?
—Años—susurro, con una sonrisa tonta en la boca—¿unos tres, quizá?
—Wow, mucho tiempo, y eso que eres muy joven—opina, escribiendo algo en su laptop—¿no te aburre?
Yo frunzo el entrecejo. No entiendo a lo que quiere llegar.
—No, claro que no, ¿por qué debería hacerlo?—Uh, no—susurra Sou—por nada.
El sabor agrio de mi boca no cesó hasta que Sou puso toda su existencia fuera del departamento. No me dejó pensando lo suficiente, ¿aburrirme? No podría aburrirme de mi única razón para vivir. Eso pienso, mientras ordeno la mesa, apago las luces, y abro la puerta de la habitación, encontrándome con un Soraru-san dormido tiernamente, con los cabellos revueltos en la frente, y los ojos cansados, cerrados por completo en una pacífica mueca que hace tiempo no veía en él. Me alegro que esté descansando al fin, se veía algo agobiado por el insomnio estos últimos días.
—Eres tan lindo—susurro, recostándome a su lado, y tomado su mano helada suavemente—¿cómo podría aburrirme de ti?
¿Cómo podría hacerlo?
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Honey boy | 2 | soramafu
FanfictionSoraru siempre llegó a tiempo para salvar a Mafu de cada uno de sus problemas en su transición a ser un joven adulto, excepto esa última vez.