Diane había acabado con su vida, sin voltear a mirar a las personas que dejaba atrás. Estuvo tan cegada con sus propios problemas y temores, que en ningún momento se detuvo a pensar en las personas que lastimaría con su partida.
Una de las personas más afectadas sin duda sería Richard, ya que ningún padre llega imaginar que les tocaría enterrar a sus propios hijos, cuando la ley de la vida dice que debería ser al revés. Hace muy pocos meses sepultó a su esposa, y cuando por fin creía que lo había "superado", una nueva tragedia se reía en su cara.
—Señor, está prohibido el paso, no puede pasar... —un oficial de tez morena trataba de impedir que Richard ingresara a la casa que alguna vez fue su hogar.
— ¡Yo vivo aquí! ¿Qué está pasando? ¡Déjeme pasar!
Richard gritó con todas sus fuerzas, llamando la atención de todos los presentes.
—Tom, déjalo pasar —un hombre de gran altura abogó por que se le diera permiso de entrar a Richard. Sin decir nada más dio media vuelta entrando en la casa, Richard lo siguió.
El padre de Diane le explicó al oficial que hace unos minutos se encontraba en el trabajo cuando recibió una llamada obligándole a ir inmediatamente al lugar. No entendía muy bien que pasaba, pero por el número de oficiales, ministeriales y forenses... desde que se bajó del auto se podía oler de lo que se trataba. El hombre que le dejó pasar trataba de prepararlo para lo que vería a continuación. Pero ni con diez años de anticipación se podría preparar para afrontar tal situación.
Su corazón terminó de romperse cuando vio a su única hija colgada de una cuerda de las aspas del abanico. Los ojos de la chica seguían entre abiertos, al igual que su boca. En su rostro aún había rastro de las lágrimas que habían resbalado por sus mejillas, parecía como si aún estuvieran frescas. Su cuello estaba muy lastimado y tenía muchas marcas con sangre por la soga, eso solo significaba una cosa, en sus últimos momentos había luchado por intentar zafarse de la muerte.
— ¿Ella es su hija? —Preguntó uno de los ministeriales que estaba relatando los hechos en papel.
—Sí... —Richard logró decir sin romper en llanto—. ¿Pueden bajarla? No puedo seguir viéndola así.
El oficial les dio la orden a los forenses que bajaran a la chica, sin quitarle la soga la bajaron, metiéndola dentro de una bolsa especial de color negro. Richard no pudo más y se tiró a su lado sobre el suelo. Quería acariciarle el rostro, pero cuando lo intentó inmediatamente se le prohibió todo tacto, ya que tenían que llevarla a la morgue para hacerle la autopsia legal.
No podía hacer más que llorar desconsoladamente al lado de su hija muerta, se sentía culpable, y en parte lo era. Como loco le pedía perdón, y sin obtener el perdón de su hija lloraba cada vez más fuerte. Podía sentir como su alma se desgarraba por completo. Él quería regresar el tiempo que no pasó a su lado, quería revivir los tiempos en los que su pequeña Diane corría sin temor entre un campo de flores.
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Fiel enamorada
RomanceDiane era una chica tentativamente normal. A la cual le gustaban las historias de amor, pero jamás imagino que su vida acabaría con una cuerda rodeándole el cuello, por no lograr ser correspondida. Zev había sido su fin. Aún en la muerte seguiría...