VII

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Te deseo la suerte, la que no te mereces
La que no andas buscando, la que nunca precisas
Mientras dure...
Ese cuerpo perfecto que se gasta en el tiempo

—¿Cómo te fue con Gia, Erza?— la primera pregunta acerca de su extraña salida venía nada más y nada menos que de su madre

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—¿Cómo te fue con Gia, Erza?— la primera pregunta acerca de su extraña salida venía nada más y nada menos que de su madre. La pelirroja bebió un poco de agua para ocultar lo mucho que la molestó el simple hecho de que lo llamara justo como ella lo hacía tiempo atrás. Zeref también arrugó la nariz, no le gustaba para nada como su mujer pronunciaba aquel nombre.

—Todo perfecto mommy— susurró casi para ella misma y sonrió.

El silencio los invadió. El gran salón rojo con su inmemsa mesa lujosa y todos los comensales se sumió en una calma. Los cubiertos de plata resplandecían y de vez en cuanto se oían repiquetear sobre un plato, el de Natsu casi siempre, nunca perdió la costumbre de comer como si tuviera que ir a apagar un incendio.

Erza esa noche estaba especialmente pensativa. Sabía lo que venía, pero no sabía cómo evitarlo y eso la abrumaba. Para una mujer que estaba acostumbrada a tener control sobre las personas y las situaciones, un fenómeno como éste representaba una caída. No tener control sobre algo la hacía sentirse impotente, y eso no era bueno.

—Erza... ¿No tenías algo que mostrarnos?— la miró Natsu con una enorme sonrisa que iluminaba todo su rostro. Erza maldijo internamente, le habría gustado poder alargar esa farsa por unos días más, pero ciertamente el efecto de la última inyección de anestesia local ya había pasado hace tiempo y si seguía con eso corría el riesgo de ser descubierta y eso empeoraría su situación.

—Casi lo olvido— se dió un golpe en la frente riendo y Natsu corre hacia ella para mover la silla hacia atrás.

Miró a su padre primero, con los cabellos azabaches raramente peinados hacia atrás. Tenía una sonrisa de pura tranquilidad y terminaba de degustar un trago de vino. Erza sonrió automáticamente. Luego miró a su madre, seria, siempre se llevaba la información en el aire, sabía que era algo grande lo que iba a presenciar. Le daba miedo cada vez que la miraba así, si bien quería a su madre mucho más que cualquier otra persona en el mundo también sabía lo mucho que le gustaba leer las expresiones de las personas y mucho más la de sus hijos. Observar detenidamente y armar una historia con puros detalles, un cabello por aquí, un hilo levantado por acá, el esmalte un poco desgastado de una de las uñas y la suela de tus zapatos y ya sabía más de tí que tu currículum. Le aterraba pensar que ella supiera más de lo que aparentaba tras esa cara de neutralidad.

—Erza... Deja de pensar y hazlo— murmuró Natsu cerca de su oído y la estremeció del susto, estaba tan concentrada en su propia paranoia que se olvidó de todo.

—Si— balanceó las piernas alternando, como cuando eres pequeño y los pies te cuelgan del columpio.

—Increíble— susurró Zeref y corrió a abrazarla, Irene le siguió.

Mujer de lujoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora