Todas las flores

1.2K 101 90
                                    

"Señorita Romero, señorita Romero" gritó alguien a mi alrededor mientras me zarandeaban. Abrí los ojos lentamente, parecía que mis párpados estuvieran pintados por una capa de cemento y no por la sombra de ojos que seguro no me había quitado. Me llevé las manos hasta la cabeza que me martilleaba, al mismo tiempo que dolorosas punzadas me atravesaban el estómago queriéndolo volver del revés.

Caí al suelo intentando levantarme para ir al baño, dándome un fuerte golpe en la frente al no tener los reflejos lo suficientemente despiertos como para poner las manos delante. Mierda, iba a pasar otra vez.

Vacié todo el alcohol que había ingerido la noche anterior sobre la cara alfombra que aquel interiorista había considerado necesaria para mi salón. Si este era el sabor que tenían los sueños, entendía porque mi vida era tan amarga.

Tosí un par de veces y apoyé la cabeza en la mesilla de cristal que tenía a mi lado. Estaba fresquita, que gusto.

- Señorita Romero, siento molestarla, pero tiene una reunión en 30 minutos -explicó temerosa mi asistente.

- Cancélala -gruñí.

- Es la tercera que cancelaría esta semana, no creo que le convenga -insistió.

- ¿Tengo cara de que me importe? -pregunté de mal humor-. Y haz el favor de llamar a alguien para que se lleve esta puta alfombra.

Con piernas temblorosas y el cerebro fuera de órbita, caminé hasta el baño que había en mi habitación. Abrí el armario y me tomé un par de relajantes y un analgésico, así todo iría mucho mejor.

Me metí bajo la ducha y dejé que el agua caliente se llevase todo rastro de la fiesta a la que había asistido la noche anterior. El olor rancio del tabaco y el pungente tufo a alcohol se fueron perdiendo por las tuberías.

Me arrastré con las pocas fuerzas que me quedaban hasta mi cama y caí rendida. Bienvenida inconsciencia.


- No pienso ponerme zapatos de tacón, así que deja de insistir de una vez -ordené a mi asistente.

El coche estaba llegando al sitio donde se celebraban los premios, estaba nominada a mejor canción, así que no había podido escaquearme. De todas formas, la recompensa me llegaría en forma granulada después del paripé que sería la ceremonia.

- Está bien -aceptó-. De todas formas, antes de entrar creo que debería saber algo...

- No me interesa -rechacé la información-. Lo único que quiero es que se acabe la maldita entrega de premios y empiece la fiesta -declaré-. Espero que no tenga nada en la agenda para mañana, porque si es así, te voy avisando de que no pienso ir.

- Sé hacer mi trabajo, no hay nada programado para mañana -espetó un poco indignada.

Realmente sabía que tenía que agradecer todo el trabajo que hacía esa mujer, sobretodo aguantándome, pero no entraba en mis planes hacerlo. Le pagaba por su trabajo, eso no implicaba ser agradecida.

Caminé por la fatídica alfombra roja, saqué mi mejor sonrisa para que los fotógrafos vieran lo feliz que era y corrí a sentarme. Si tenía que aguantar esta tortura, lo mejor sería empezar a animarme. Disimuladamente, saqué una botellita del bolso de mano y le di un trago. Sabía a gloria. Está bien, miento, sabía asqueroso, pero los efectos serían maravillosos.

La gala pasó sin más, muchas risas forzadas, chistes insultantes y postureo por doquier, nada nuevo.

Tropecé al levantarme de mi asiento, tal vez había empezado a beber demasiado pronto, tendría que buscar a mi asistente para que me acompañase a la fiesta.

Son cancionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora