El got mig ple

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La calma de la noche por fin se había instalado en la habitación portuguesa que compartían los dos jóvenes representantes de España en Eurovisión. Aún se podían escuchar ecos de la fiesta que había invadido toda la ciudad, pero dentro de esa estancia reinaba el silencio. La respiración profunda de Alfred solo se veía interrumpida por el roce de las sábanas cuando se movía. Su cara reflejaba una paz absoluta patrocinada por el descanso tan merecido que estaba obteniendo y por el fin de esa etapa de su vida.

En cambio, su compañera de habitación no estaba tan conforme con la situación. Hacía rato que se había levantado de la cama para no molestar a Alfred con sus movimientos incesantes. Se sentía inquieta, atrapada.

Después de mucho pensárselo, abrió la mochila de Alfred y sacó la cajetilla de tabaco que siempre llevaba con él. Normalmente no solía fumar, pero siempre llevaba tabaco encima "por si acaso". En medio de su agitada noche, agradecía esa costumbre que tanto había criticado en ocasiones anteriores. Salió al balcón y miró detenidamente el cigarrillo, indecisa sobre lo que iba a hacer. Con un débil "a la mierda" sonando a través de sus labios, encendió el pitillo y aspiró. A pesar de haber probado el tabaco alguna vez, la primera calada le rascó la garganta provocándole un ataque de tos con el que temió despertar a su chico. Una vez calmada, agudizó el oído para ver si escuchaba algún sonido extraño dentro de la habitación, pero al no oír nada dio la segunda calada al cigarro. Esta vez el humo entró mejor, más sutil. Dejó volar el aliento paulatinamente, dibujando un río ahumado frente a ella.

Le estaba empezando a coger el gusto a aquello, cuando dos brazos calientes la envolvieron desde atrás.

- ¿Desde cuándo fumas? -preguntó Alfred con la voz ronca.

- Me apetecía -Se encogió de hombros.

Acercó el cigarrillo a la boca del chico ofreciéndoselo. Amaia fue espectadora en primer plano de cómo se envolvía la boca de Alfred alrededor de la boquilla, cómo sus labios se fruncían y la nuez de su garganta bajaba para dejar entrar el humo.

Seguía embobada mirándole, cuando Alfred la agarró por la nuca, acercándola a su boca para poder compartir con ella su cálido aliento. Sentir el humo fluir desde el cuerpo de Alfred hasta el suyo hizo que se le erizase la piel y se girase completamente para poder aferrarse a su cuello, olvidando por completo la tarea que tenían entre manos.

- Llevas fuego entre los dedos -murmuró Alfred sobre la boca de su chica.

- ¿Qué? -preguntó confundida.

Alfred rio suavemente y bajó los brazos de Amaia para enseñarle el cigarrillo casi consumido que aún sostenía en su mano. "Oh", se sorprendió la chica al comprender que había sido un tanto irresponsable.

- Eres un caso -se burló Alfred, agarrándola por la cintura y sentándola en la mesa del balcón-. ¿Qué te pasa? Sé que hay algo que te ronda por la cabecita porque si no estarías durmiendo a pata suelta. Después de llevar meses contando las horas de sueño como si fuesen tesoros, no concibo que estés despierta sin un motivo.

Apagando el pitillo, Amaia enterró la cabeza en el cuello de Alfred y aferró las piernas alrededor de su cintura. Los minutos empezaron a pasar con el chico respetando el silencio de su compañera, hasta que decidió que ya había tenido tiempo suficiente para pensar. Apretándola contra sí mismo, le dejó un recorrido de besos suaves desde el pelo hasta la mejilla, dejándola sentir que estaba ahí con ella.

- Cuqui -susurró el chico-. ¿Estás triste? ¿Preocupada? ¿Enfadada? ¿Te encuentras mal?

- ¿Un poco de todo? -murmuró sin perder su posición.

Son cancionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora