Mamá y papá caminaban por el puerto de Barcelona como si aún tuviesen 20 años, abrazados, dándose besos fugaces y soltando risillas tontorronas. Bufé desesperada y avancé a grandes zancadas hasta ellos para poder llegar a su altura.
- ¿Queréis dejarlo ya? No se os puede sacar de casa -critiqué-. Tenéis casi 60 años y parecéis dos adolescentes en celo. Me avergonzáis.
Mi padre clavó su dura mirada en mí y sentí cómo me encogía frente la intensidad de sus ojos.
- Mira, Emma, el amor es algo de lo que no te debes avergonzar nunca. Jamás -sentenció con un aura de seriedad que no había visto hasta entonces-. Hay tantas cosas deplorables en el mundo por las que deberíamos preocuparnos, que no merece la pena agobiarse por lo que pensarán los demás. El amor es lo más puro del universo, es lo que nos mueve, lo que le da sentido a la vida. ¿Por qué deberíamos ocultarlo?
Bajé la cabeza y reflexioné sobre lo que acababa de decirme mi padre. Tenía razón, como casi siempre que decidía darme una de sus "lecciones de vida", como él las llamaba.
- ¿Crees que tu madre y yo no sabemos lo que piensas de las muestras de cariño? ¿Que no sabemos que tus amigas te hablaban de nosotros? -cuestionó sin esperar respuesta-. Nunca hemos dicho nada porque no estábamos preparados para contarte nuestra historia, pero tal vez ya ha llegado el momento.
Aprecié cómo mi madre dirigía una mirada cargada de significado a mi padre, hablándole en un lenguaje que solo ellos entendían. Esa era otra cosa que me había causado curiosidad toda la vida, la forma en que se complementaban el uno al otro. Pensándolo bien, ¿por qué siempre había repudiado algo tan bonito como eso? Supongo que mi odio hacia la forma de ser de mis padres empezó en el instituto, cuando mis amigas no paraban de decirme que eran unos salidos, que sus padres les decían que no vinieran a mi casa porque papá y mamá eran raros.
Seguimos caminando en silencio hasta una cafetería con vistas al mar. Percibía la inquietud de mamá, se frotaba las manos y no paraba de buscar a papá con la mirada, a pesar de saber que no lo iba a encontrar porque había entrado a buscar las bebidas.
Alargué una mano y cogí la de mi madre, quien se sobresaltó al notar mi tacto.
- ¿Tan malo es, mamá? -pregunté preocupada-. Mira, lo siento, nunca os he querido hacer sentir mal, pero entiende que no sois los padres más típicos del mundo... todo el día con los besitos y las carantoñas.
- Ahora ya no es malo -compartió sin apartar la mirada de la puerta del local-. Pero lo fue. Hace muchos años, antes que tu padre o yo pudiéramos siquiera soñar en estar juntos de esta forma.
Papá llegó en ese momento y se sentó junto a mi madre, pasándole un brazo por los hombros y besando su sien con ternura. Nadie podía dudar de lo enamorados que estaban. En ese momento recordé a Fernando, mi marido, y pensé en por qué nosotros no podíamos tener algo tan profundo como lo de mis padres. De hecho, Fernando se había quejado más de una vez porque creía que por culpa de ellos, yo tenía las expectativas demasiado altas. "Y no creas que le van a meter toda su mierda bohemia en la cabeza a nuestro hijo", decía de tanto en cuando.
Suspiré y pensé que no había de qué preocuparse, mis padres podían ser algo excéntricos a veces, pero eran las mejores personas que conocía.
- Está bien, acércate cariño, es hora de que te contemos una historia -declaró mi padre.
Pamplona, muchos, muchos años atrás...
Oí a mi madre toser otra vez. Sintiendo cómo una lágrima se deslizaba por mi mejilla, continué removiendo el arroz blanco que tenía en el fuego. No entendía qué habíamos hecho tan mal en otra vida para merecer todo lo que nos había pasado, todo lo que nos seguía pasando.
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Son canciones
FanfictionEl otro día estaba trabajando y se me ocurrió una idea para compensarme a mí misma sin tener que gastar dinero: escribir. Para mí, plasmar ideas en forma de palabras es una desconexión de la realidad, así que no puede haber mejor forma. No puedo com...