1.- La cuidad, la guerra y la asesina.

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     Recuerdo como aquel día escuché de lejos los disparos. Las calles cercanas estaban vacías y mis padres me escondieron debajo de la mesa junto a ellos. Mi padre me calmaba diciéndome que todo estaría bien, que en cuanto cesase el ataque nos mudaríamos a otro lugar.

     Siempre enseñaba su dentadura cuando hablaba. Eso no lo olvido. En todos estos años, sigue siendo la sonrisa más perfecta que he visto.

     Lo siguiente que sucedió es confuso, pues pasó demasiado rápido: Recuerdo que todo el piso se derrumbó por una explosión. Lo siguiente que recuerdo es por imágenes: Estar en el vacío, ver la cara de horror de mi madre y finalmente, sentir como me abrazaba y apretaba contra su pecho mientras caíamos.

     En cuanto la polvareda desapareció, no pude ver nada salvo a mi madre muerta encima mío mientras cientos de escombros nos tenían sepultados. Su cuerpo inerte estaba rígido, como si la fuerza de voluntad de protegerme fuese más allá de la muerte.

     Me horroricé al ver a mi querida madre así. Tal fue mi shock que ni siquiera me brotaron lágrimas. Tampoco podía hablar, no estaba acostumbrada a ello, ni si quiera cuando me asustaba.

     Pasaron unos minutos que se hicieron eternos. Por milagro o pura casualidad, junto a los escombros se había formado una pequeña bolsa de aire, permitiendo que pudiese respirar y sobrevivir por un tiempo.

     Escuché los ladrillos y piedras moverse, y los gritos de mi padre que barbuceaba mi nombre. Algunos pequeños rayos de luz atravesaron la última capa de piedra, pudiendo ver como mi padre me rescataba. Sus reacciones fueron dos: Mirarme aliviado, y poner una cara de dolor indescriptible al ver el cuerpo de su mujer.

     Él lo entendió todo. Entendió lo que mi madre había hecho por mí, y asumió que ahora era su trabajo hacer que yo pudiese vivir. Gracias a él pude salir del último abrazo de mi madre para volver a contemplar la superficie.

     En cuanto salí movió mi cabeza para que le mirase y revisó como estaba. Mi vestidito blanco estaba hecho jirones, tenía moratones, rozaduras y pequeñas heridas, pero aparte de sangrar un poco, estaba bien. En cuanto vio que no me había roto nada y que seguía milagrosamente casi ilesa sonrió. Me dedicó una gran sonrisa cuando pudo sacarme, pero no pude ver la perfecta dentadura de mi padre. Tenía sangre en la boca, le faltaban dientes, y le brotaban lágrimas por la perdida de mi madre.

En cuanto me soltó y pude mirar al exterior, lo vi.

     Una guerra. Dos bandos, pero las verdaderas víctimas eran los ciudadanos. Mujeres, hombres y niños inocente yacían entre casa derrumbadas. El único sonido que escuchaba era una sinfonía de gritos con la predominancia de disparos y explosiones, aunque en ese momento yo solo escuchaba ruido blanco. El suelo donde pisaba no era más que una pila de cristales, ladrillos y piedras que serviría como entierro a mi difunta madre. Cerca mío pude visualizar un soldado de uno de los dos bandos, portador de un arma, un megáfono y una bandera. Eran hombres de primera línea que gritaban para animar a su bando en la batalla, pero ahora sólo era un cadáver con un reguero de sangre. A lo lejos se podía contemplar el horror de soldados usando sus poderes para crear una gran masacre. El olor a muerte y desesperación hizo que me estremeciera.

     Me giré para buscar de nuevo con la mirada a mi padre, teníamos que huir y no teníamos mucho tiempo. Era lo único que podíamos hacer ahora, pero lo que vi fue como no podía moverse. Su pierna estaba totalmente rota, en una posición imposible. Me decía que escapase, que si iba hacia el sur tendría una vía de escape, pero esa no era ya una opción para mí.

     Me lo habían quitado todo, a mi madre, mi casa, mi futuro... Y yo quería venganza. Solo tenía 13 años, pero era lo suficientemente lista como para saber que si dejaba a mi padre ahí, moriría. Solo había una única opción: Acabar con la guerra.

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⏰ Última actualización: Feb 18, 2020 ⏰

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Charlotte HustoviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora