0.- Prólogo.

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   Todo niño ha soñado alguna vez con ser un superhéroe, con tener grandes poderes y vivir una vida llena de aventuras. Yo solo quería vivir en paz.

   Desde hace cientos de años algunos humanos evolucionaron obteniendo poderes. De normal eran simples y no demasiado poderosos, como la capacidad de ver en la oscuridad de la noche. Otros eran auténticas maldiciones, como mi poder.

   Nací en tierras checas, en una ciudad de clima seco y árido, donde todos eran personas trabajadoras que querían simplemente pasar sus vidas tranquilas. Eso incluía a mi madre, Belia, y a mi padre, Bohdam Hustovi. No tenían poderes, pero en cuanto notaron que algo era diferente en mí, ahorraron para poder pagar al mejor médico posible. Tras analizarme y hacerme pruebas cuando tenía 5 años, el doctor les contó a mis padres que podía manipular a las personas con mi voz. En cuanto se enteraron, hicieron un esfuerzo titánico para enseñarme a controlarlo, aunque todo intento fue fútil, pues sin darme cuenta, cualquier orden imperativa hacia que los controlase sin excepción. Viendo que no era capaz de controlarme y controlarlo, decidieron que lo mejor era callar. Durante un tiempo esa solución funcionó, pero todo secreto acaba desvelándose, y la gente teme lo que es incontrolable, o lo que nadie es capaz de entender.

   Con solo 7 años ya empecé a tener que faltar a la escuela y estudiar en casa. Mamá decía que era porque era demasiado lista para mi clase. La realidad era que los padres y propios profesores se habían quejado y tenían miedo. Por suerte mamá era muy lista y conocía tanto lenguaje de signos como inglés y checo, lo que me permitía comunicarme con ella sin necesidad de utilizar la voz. Al principio era complicado, pero recuerdo perfectamente cada signo y la sonrisa que precedía en la boca de mi madre cuando lo aprendía. Pasaba cada día con ella.

   Por el contrario, a mi padre lo veía poco. Trabajaba desde temprano en unas minas cercanas de carbón. Pese a no tener poderes y cavar de la manera tradicional, ninguna otra persona podía igualarlo en velocidad y eficacia en su trabajo. Trabajaba muy duro todo el día desde antes de que el sol saliese y después de que se ocultase, pero por cansado que estuviese, siempre venía con energías para abrazarme y pasar un rato conmigo. Todo parecía irnos bien hasta que un día nos llamaron por teléfono para avisarnos que había ocurrido un desprendimiento en la mina. Mi madre y yo lloramos desconsoladas temiendo lo peor, pero el destino quiso ser benevolente, y a la mañana siguiente encontraron a mi padre con vida. No obstante, había pagado un tributo a la vida, perdiendo la pierna izquierda por completo. Tenía nueve años cuando eso ocurrió, y lo que mejor recuerdo de ese fatídico momento es mi padre abrazando a ambas con mucha tranquilidad. Él decía que el destino le había permitido vivir y ver a las dos personas que más amaba. Otros muchos hombres habían muerto, por lo que mis padres estuvieron yendo a funerales los días siguientes. En el pueblo todos se conocían, y siempre se había sido muy buenos todos con todos. Yo me quedé en casa, esperándolos. 

   Durante unas semanas estuvimos los tres en casa. Vivíamos en un tercero en un piso céntrico, y pese a que las vistas no eran las mejores ni tampoco era el lugar más espacioso, era nuestro hogar y el lugar donde pasaba todas las horas. Me sentía mal ver que a mi padre le costaba caminar con muletas, por lo que si ya ayudaba en casa, ahora más. Llevaba los platos de la comida y ayudaba a mi madre en la cocina, siempre con una sonrisa de oreja a oreja. En el fondo sabía que lo hacían por mí, pero ocultaban su dolor solo para que yo no estuviesen mal. Eran los mejores padres que yo podía desear.

   Mamá era quien hacía la compra todas las mañanas, pero cada vez le era más complicado debido a tener que hacerse cargo de mi padre. Por mi décimo cumpleaños pedí de deseo que me dejasen bajar a hacer la compra. Llevaba años recluida en el piso, y quería ayudar. Tanto mi padre y mi madre se negaron con la excusa de que las calles eran cada vez menos seguras debido a que las ciudades vecinas habían empezado a tener confrontaciones entre ellos, y nuestro pueblo estaba en mitad del conflicto, llegando a ser una posible zona bélica. Yo movía mis dedos enfadada, hablando en lenguaje de signos con mi madre, que no daba el brazo a torcer. La discusión acabó cuando mi padre alzó la voz para decir que era suficiente, que no iba a ir y se acababa la discusión. Mi reacción fue irme a mi cuarto donde pasé la noche llorando. Mi madre intentó entrar para volver a razonar conmigo, pero mi respuesta no fue otra que unos gruñidos de rabia opacados por la almohada donde estaba tumbada. Tras eso, cerró la puerta y decidió irse.

Charlotte HustoviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora