☙ Capítulo I: El cuadro en la habitación.

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Había una vez un joven llamado Edmund Pevensie que años atrás se convirtió en el rey de un fantástico país llamado Narnia. Viajó hasta ahí con sus hermanos y una chica de su escuela, y vivieron muchas aventuras de todo tipo. Sin embargo, en ese momento, se encontraba muy nervioso pues había escapado de los ojos de los demás para ingresar en el museo más cercano de la ciudad. Su intención era pedir empleo.

El muchacho había visto un anuncio que solicitaba un guía para los turistas y visitantes del famoso museo, y él se consideraba bastante apto para ello. Se acomodó en la fila y esperó por su turno, con la identificación arrugada entre sus dedos. El hombre encargado de llenar las solicitudes de los aspirantes lo miró con desconfianza cuando fue su turno.

— ¿Estás seguro de que tienes veintiún años? —le preguntó alzando una ceja.

— ¿Por qué? —inquirió Edmund— ¿Me veo mayor?

El encargado le pidió su identificación y cuando se la dio, pareció todavía más desconfiado. Edmund trató de actuar relajado, pero comenzaba a ponerse nervioso.

— ¿Alberta Scrubb? —inquirió el hombre al ver el nombre escrito en el papel.

—Es un pequeño error tipográfico—explicó Edmund —, se supone que debe decir Albert A. Scrubb, señor.

— ¿Edmund? —el chico se giró al escuchar la voz de Jill, quien estaba frente a la puerta del museo en su acostumbrado overol de mezclilla y el cabello castaño corto hasta los hombros, algo que había decidido hacer a inicios del verano, además tenía las manos ocupadas con una enorme y pesada caja—Se supone que tenías que ayudarme con las compras.

El muchacho que estaba detrás de él en la fila comenzó a reírse. Edmund resopló cuando el encargado le regresó la identificación sin ponerle mayor interés. Detrás de Edmund estaba un chico rechoncho y rubio, pero incluso era más bajito que él. Se sintió molesto al verlo burlándose.

—Buena suerte para la próxima, niñito—le dijo entre risas.

A regañadientes, el muchacho de cabellera azabache abandonó la fila de aspirantes al empleo y acompañó a Jill a la salida, donde estaba Lucy esperándolos. Edmund se acomodó la camiseta y resopló con molestia.

— ¿Niñito? —inquirió y tomó la pesada caja entre sus manos para ayudar a la chica—Si apenas tendría como dos años más que yo... ¡Soy un rey! He peleado guerras y liderado ejércitos.

—No en este mundo—dijo su hermana al escucharlo, pues ella se encontraba en la entrada cuidando las bicicletas en las que se transportaban.

—Sí. En lugar de hacer eso estoy aquí, soportando a un mocoso idiota como Eustace Clarence Scrubb—se lamentó—, aunque bien creo que se merece ese nombre.

las crónicas de narnia | volumen IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora