Capítulo 39

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Mariano alzó la vista hacia la puerta cuando Sebastián irrumpió de pronto en su oficina. Tenía el teléfono pegado a una oreja y profería una serie de insultos a quien se encontraba del otro lado de la línea. Su rostro denotaba enojo, apremio, pero también miedo y eso llamó de inmediato su atención. No supo por qué, pero algo le dijo que tenía que ver con Facundo. Al verlo cortar, lo miró a los ojos a la espera de que le dijese lo que estaba pasando. Entonces, lo oyó maldecir aún más fuerte a la vez que se pasó una mano por el rostro con gesto nervioso. Definitivamente estaba empezando a alarmarlo.

Sebastián le contó entonces lo que había pasado la noche anterior. Le habló acerca de la llamada de Facundo, de lo inquieto que estaba por la agresión que había sufrido Paula y de cómo los había ayudado para que pudiesen esconderse en la cabaña del delta. Mariano escuchó con atención todo lo que su cuñado le estaba diciendo, perfectamente consciente de la tensión en su cuerpo. Sabía que toda esa introducción no sería para darle una buena noticia y pronto comenzó a impacientarse. Una intensa furia lo invadió al descubrir lo que habían hecho. No solo actuaron pasando por encima de él, sino que, además, sin duda, algo había salido mal.

Sebastián continuó con su relato haciendo hincapié en las precauciones que había tomado para evitar sorpresas convencido de que la situación estaba bajo control. Sin embargo, —tal y como suponía Mariano—, todo se había ido rápidamente al carajo. El agente encargado de vigilar a Andrés en todo momento lo había perdido de vista. Al parecer, este se había subido a su auto hacía poco menos de una hora y había salido de la empresa en dirección a la zona donde se encontraba su domicilio. Siguiéndolo con extrema precaución para no ser visto —aun sabiendo que eso no sucedería ya que no había manera de que sospechase—, se detuvo ante el descenso de las barreras que impedían la circulación cuando llegaron al paso a nivel que se encontraba de camino.

Entonces, sin previo aviso, lo vio acelerar a gran velocidad y avanzar entre los autos haciendo una maniobra en extremo arriesgada justo antes de que la formación pasase y bloqueara por completo el cruce. Sorprendido, esperó hasta que terminase de pasar y se dirigió con premura a la casa del sujeto confiando en que lo encontraría allí. Sin embargo, no estaba. Consciente de que su jefe lo mataría al enterarse de lo sucedido, llamó a la agencia para que rastrearan su móvil. No obstante, sus compañeros le comunicaron que no podían hacerlo porque el GPS se encontraba deshabilitado. Eso significaba que no tenía posibilidad alguna de saber dónde había ido.

—¡Mierda, Sebastián! —maldijo Mariano a la vez que se apresuró a teclear en su computadora.

—Nano, pará, no tiene sentido. Ya te dije que lo intentaron y no pudieron localizarlo. Lo único que sabemos, por el rumbo que tomó, es que se dirige a zona norte. Es imposible que sepa dónde están, es decir, ¿cómo podría? Pero no deberíamos arriesgarnos. Creo que sería mejor ir...

—¡Ese hijo de puta está en el Tigre! —lo interrumpió con un rugido, a la vez que se puso de pie y tomó su arma.

—¿Qué? ¿Cómo hiciste para...?

—Creéme, no querrás saberlo —volvió a interrumpirlo—. Lo único que importa es que esa es la ubicación que indica su teléfono. Me voy ya mismo.

—Ok. Vamos en mi auto —le dijo antes de ir a buscar su pistola dispuesto, por supuesto, a acompañarlo.

Ya en camino, Sebastián le dio más detalles sobre lo que había pasado. Le contó que Paula había huido de la casa luego de que su marido la agrediese y que había dejado su auto en la empresa para despistarlo. También le contó sobre la conversación que ella le escuchó tener acerca de unas fotos que les habían tomado a ambos.

—¿Me estás diciendo que ese tipo le pagó a un detective para que investigara a mi hijo? Dios, Sebastián, tendrías que haberme avisado. ¿En qué mierda estabas pensando?

Bloque de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora