Segunda parte

176 11 0
                                        

 Parte 2

      Elena se apoyó por quinta vez en un árbol, tratando de mantener el equilibrio. Solo había tomado una copa o dos de más, no era para tanto. Sin embargo, ahí estaba ella, la chica que presumía de soportar el alcohol mejor que nadie, tambaleándose, perdida en el bosque. No entendía nada de lo que le ocurría, o si era cosa de la borrachera o no, pero sentía una presencia fría junto a ella. El frío le ayudó a despejar su mente, y echó a correr. Dicen que el miedo da alas, pero su perseguidor también las tenía, y a Elena no le daban los zapatos de tacón para correr mucho más. Sintiendo el aliento de la muerte en la nuca, se detuvo abruptamente. Poco a poco, sintió como el frío se alejaba, hasta no ser más que una ligera sensación que también podría haber sido debida a su corto vestido de fiesta. Trató de controlar su respiración hasta que, sin que ella lo supiera, el ángel negro se alejó, dejándola vivir. Con el paso de los días, y después de haber matado a algunas personas, había tomado la decisión de acabar solo con las que corriesen, y dejar en paz a aquellos que, como esa chica, se detuviesen a pesar del pánico. Ellos serían los inteligentes, los que se salvaran de su odio hacia el mundo. Eric se había convertido en una especie de ángel vengador. Se creía a sí mismo una especie de enviado a la Tierra después de la muerte para acabar con los cobardes, como el ladrón que le mató. En su odio paranoico, el joven soñaba con encontrar a algún familiar del ratero con quien acabar, pero hasta ahora, no había encontrado a nadie que diese signos de conocerlo.

      El que en un  tiempo fue vagabundo, se transformó en demonio. Y eso él lo sabía mejor que nadie.

 *-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-

      Salió de caza temprano. Hacía frío, pero su helado corazón no le permitía sentir. La gente, ajena a todo, pasaba por su lado. Eric pensaba que eran patéticos, todos estremeciéndose y sin ser capaces de verlo. Incluso para él, aquella era una situación absurda: caminando solo y a la vez acompañado, atravesando a la gente, que se estremecía ante el inexistente contacto y con sus oscuras alas haciendo peso sobre su espalda; alas inútiles porque ni siquiera le servían para volar. La rutina empezaba a hacérsele aburrida. No comía, no dormía, ni siquiera tenía una pequeña aspiración a corto plazo. Solo seguía esos nuevos instintos que aún no llegaba a comprender: el odio, la rabia, el irrefrenable deseo de matar… No se detenía ni de día ni de noche, elegía con cuidado a sus víctimas, y las sabía distinguir de las demás, la que corría, debía morir. No sabía si las almas de aquellos que mataba acababan siendo, como él, ángeles caídos, o si simplemente disfrutaban, como siempre, de privilegios que a él le estaban vedados. Pero ahora no le importaba. No era feliz, por supuesto, pero la rabia y el odio lo impulsaban a seguir adelante con su cometido, el que él mismo se había impuesto.

      Sabía que llegaría el día en que tendría que dar cuenta de sus pecados, pero no esperaba que ese día llegase tan pronto. Cuando amaneció el lunes de la quinta semana como ángel negro, Eric salió de entre las sombras, dispuesto a acabar con la persona número veinticinco de su lista. Para entonces, la policía ya buscaba un asesino en serie.

      Nunca en toda la historia de la ciudad, los agentes forenses se habían visto tan metidos en un lío. Veinticuatro personas habían pasado ya por la mesa de autopsias: jóvenes y viejos, guapos y feos, listos y tontos… No tenían nada en común, ningún patrón que seguir. Tampoco presentaban signos de violencia. Lo único que indicaba que fuesen asesinatos era su mueca de horror y la palidez de sus labios, como si hubiesen sentido un intenso frío. Pero a pesar de que estaban en invierno, no hacía el frío suficiente para matar a nadie. Lo único que podría haber acabado con la vida de esa gente era el veneno. Un veneno rápido, intenso, que no apareciese en la sangre. Y eso estaban investigando, pero ninguno de los conocidos hasta el momento parecía el adecuado. Eric los escuchaba hablar y sonreía. Nunca lo encontrarían.

  *-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-+

      Para esta ocasión, escogió un escalpelo. Sabía que no podría usarlo en contra de sus víctimas, pero le encantaba la cara que ponían al verlo. Caminó sonriente por las calles llenas de gente y se dirigió a los barrios más nuevos y elegantes. Espero junto a una farola a que alguien saliese. De una casa de varios pisos y fachada gris perla salió un joven vestido con ropa para correr. Configurando su reloj, echó a andar calle abajo. El ángel se acercó a él y le sopló al oído. El chico se llevó una mano a la oreja y se paró de golpe. Eric soltó una risita divertida y le pasó el índice por el cuello. Le sorprendió que no huyese, sino que se frotase el cuello con molestia. Soltó una maldición y le habló con su voz más siseante:

   - Hola.- Musitó. El chaval se giró en todas direcciones, de pronto asustado.- ¿Crees en los fantasmas?- Le dijo un poco más alto.

      A pesar de que intentó por todos los medios no asustarse, aquello fue demasiado para Johan, que soltó un alarido y batió sus piernas con toda la velocidad que podía, tratando de salir de ahí. Que el joven huyese era lo que Eric quería. Corrió tras él y, por supuesto, lo atrapó. Se dejó ver y el muchacho se resistió, aullando de pánico. Sacó el escalpelo y él estuvo a punto de desmayarse. Pero oyó voces y tenía que acabar rápido, así que con una mirada hastiada por verse obligado a acabar con la diversión, hundió las manos en el interior de Johan y las sacó, helando su corazón.

      Los transeúntes lo encontraron pocos segundos después.

Alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora