04: 𝑳𝒖𝒏𝒂 𝑪𝒓𝒆𝒄𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆 𝑪𝒐𝒏𝒗𝒆𝒙𝒂.

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El beso continuó hasta que ambos ya no sentían el aire en sus pulmones. Los labios de los dos se despegaron suavemente al compás de la tensión. Sus miradas se chocaron al instante y no dejaron de hacer contacto visual por unos segundos. Stiles contaba esos segundos, mientras que Derek los sentía como horas.

—¿Qué fue eso?—preguntó Derek, arqueando las cejas.

—Un orangután vino a tu casa y te besó—rió sarcástico—. Te besé, ¿no te importa?

—¿Porqué lo dices sarcástico? Si un orangután realmente me acaba de besar.

Derek estalló a risas, pero por otro lado, el pálido se quedó observándole la sonrisa como un tonto embobado. Pero el castaño se retractó enseguida, y aflojó sus huesos para acompañar la carcajada de el azabache.

Pronto las carcajadas disminuyeron y un silencio incómodo se generó entre ambos, aunque poco duró, ya que Derek tomó ventaja e incrustó en los labios del menor un beso un poco más tierno. El moreno logró olfatear el olor en la boca de el chico de lunares: alcohol. Se arrepintió al instante de lo que estaba provocando.

El lobo se separó de manera abrupta de los labios y el contacto físico de Stiles. Observó los ojos del chico, y se levantó de su propia cama para darle la espalda a el humano. El castaño lo observaba con sus pupilas vastas, pero con su corazón comenzando a latir de una manera mucho más común. Se alarmó cuando logró oír que Derek se resoplaba la nariz, y logró sentirse culpable aún sin saber qué crimen había cometido.

—Estás alcoholizado—remarcó el mayor, sin molestarse en mirar la cara de preocupación del chico.

—Derek, yo-

—No fue buena idea que vengas aquí. Mañana no te acordarás de nada, no hay de qué preocuparse—se repitió a sí mismo.

Stiles se quedó quieto, sin poder desatar aquel nudo que se le hizo en su garganta. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se culpó por su impotencia.

—Déjame hablar, Derek.

—Qué estás ebrio—afirmó, con su voz quebrantada—. ¿Todo lo que dijiste? Mañana será un vago recuerdo. Tú no sientes nada hacia mi, te gusta Lydia.

El humano empezó a sentir ciertos mareos, y una sequedad en su boca. Las palabras no le salían como comúnmente solía pasar, ni podía ver con claridad la imagen de la espalda trabajada de Derek delante suyo. Por sus niveles de preocupación y de poco razonamiento a porqué le estaba pasando esto, caminó con dificultad hasta la enorme puerta del lobby de el azabache. Pero Stiles no se fue sin dejarle claro.

—¿Sabes que el agua reduce el alcohol, no?—dió una pequeña pausa, y logró visualizar a Derek comenzar a mirar en la dirección donde él estaba—. La lluvia me quitó el alcohol, Derek. No estoy ebrio.

Las palabras de Derek se confundían cada vez más entre sí, y este mismo no lograba pensar en qué decir o como reaccionar a lo que acababa de oír. Pero cuando pensó en la manera perfecta de hacer que el de tez pálida se quede, Stiles ya se había esfumado.

<<Soy un idiota.>> pensó, y se confirmó esa teoría. Tomó su barbilla, y se acostó decepcionado en su cama azuleja. Suspiró rendido y las lágrimas empezaron a caer de sus ojos, mojando toda sus mejillas. Pero a Derek parecía no molestarle, ya que se estaba ahogando en estas, pero había nada más que el moreno deseara en estos momentos que morirse de cualquier manera que incluya la palabra tortura por lo que acabó de hacer.

...

Hacía mucho frío.

Stiles no se considera ni cerca de un genio y mucho menos en temas tan delicados como el clima, pero encontraba inusual que en la primavera —temporada caracterizada en hacer que las flores crezcan y que te mueras de alergia por el polen—, exista tanto frío. Pero como resuelve casos tan fácilmente, el porqué de que se sienta invierno en mitad de primavera es por los problemas del calentamiento global. Caso resuelto.

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