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La fórmula para calcular la velocidad de un objeto en caída desde una altura dada, es: v = √(2ad), en donde v = velocidad, a = aceleración (9.81 m/s²) y d = distancia.


El teléfono móvil que le hizo pedazos el cráneo era un iPhone 3GS de 32 GB. Pesaba 135 gramos, medía 115.5 mm x 62.12.3 mm, y en el momento del impacto, viajaba a 120 kilómetros por hora aproximadamente. Sin embargo, Harry no estaba al tanto de esa información en ese momento. Lo único que sabía, lo único de lo que estaba vagamente consciente era del objeto negro que caía volando hacia él a toda velocidad, a través del cielo del atradecer, y luego...

¡CRACK!

Un flash momentáneo de dolor cegador...

Y luego, nada.

Veinte minutos antes, todo parecía perfectamente normal. Era viernes 5 de marzo y en las calles aún permanecían los restos de nieve de la semana anterior. Salió de la escuela a las tres en punto, la misma hora de siempre, y caminó a casa sintiéndose como casi siempre se sentía: más o menos bien, pero no genial. Solo, pero no solitario. Un tanto abatido por lo que sucedía, pero en realidad no estaba preocupado por algo en particular. Estaba en su estado natural, perfectamente normal y ordinario. Era Harry Styles, un chico de diecinueve años del sur de Londres. Sin grandes problemas, sin secretos ni fobias, sin vicios ni pesadillas, sin talentos especiales... No tenía una historia propia qué contar. Era sólo un chico, eso era todo. Por supuesto que, al igual que todos los demás, tenía esperanzas y sueños, pero es era precisamente lo que eran: esperanzas y sueños.

Y mientras caminaba por la Avenida Principal y luego por Crow Lane, hacia el conjunto de departamentos en donde vivía, la conocida zona de expansión urbana conocida como Crow Town (su nombre oficial es Conjunto Crow Lane, pero todos lo llaman Crow Town), una de esas esperanzas, uno de aquellos sueños era justamente el chico en el que estaba pensando.

Su nombre era Louis Tomlinson.

Llevaba años de conocer a Louis, desde que ambos eran pequeños y vivían en departamentos contiguos. A veces, su mamá trabajaba como niñera de su abuela, y, en otras ocasiones, su abuela trabajaba como niñera para ella. Después, Harry y Louis crecieron un poco, y entonces solían pasar mucho tiempo jugando. Jugaban en los departamentos, en los corredores, en los ascensores, en los columpios, y en todos aquellos artefactos de la zona de juegos que había en el conjunto de departamentos. Ahora Louis ya no vivía junto a él, pero continuaba en el mismo edificio (Compton House). Estaba unos cuantos pisos más arriba y Harry se llevaba bastante bien con él todavía. Lo había visto algunas veces en la escuela. Ocasionalmente caminaba justos de regreso a casa y, de vez en cuando, iba a su departamento y se quedaba un rato, o él venía al suyo...

Pero ya no jugaban juntos en los columpios.

Y como que extrañaba eso.

Había muchas cosas que extrañaba de Louis Tomlinson.

Fue por eso que le pareció agradable que se acercara a él en el patio de la escuela ese día y le preguntara si podía visitarlo al salir de clases.

–Tengo que hablarte sobre algo –dijo.

–Okey –contestó–. No hay problema. ¿A qué hora?

–¿Cómo a las cuatro?

–Okey.

–Gracias, Harry.

Y desde estonces sólo pensaba en eso.

Justo ahora, mientras atravesaba la porción de césped que separaba la calle Crow Lane de Compton House, se preguntaba sobre qué querría hablarle Louis. Tenía la ilusión de que fuera algo sobre ellos, pero, en el fondo, sabía que lo más probable era que no fuera así. Lo más seguro era que, una vez más, el asunto tuviera que ver con su estúpido hermano. Zayn tenía dieciocho años, era un año mayor que Louis (pero como cinco años más estúpido), y recientemente había empezado a desviarse un poco del camino: no asistía a la escuela, se juntaba con los chicos equivocados y fingía ser alguien que no era. A Harry realmente nunca le había caído bien Zayn, pero no era un chico del todo malo. Era sólo un poco idiota y se dejaba manipular, pero, claro que eso no es lo peor que puede haber en el mundo. Sin embargo, Crow Town es el tipo de lugar en el que los idiotas que se dejan manipular se convierten en presas faciles. Porque el lugar los devora, los escupe y los convierte en nada. Mientras atravesaba la reja que llevaba a la plaza de Compton, adivinó sobre lo que quería platicar Louis. ¿Estaba enterado de qué se traía entre manos? Porque él quería enterarse. ¿Había escuchado algo?, ¿podía hacer algo al respecto?, ¿podía conversar con él, tal vez?, ¿podía tratar de hacerlo entrar en razón? Y, por supuesto, él le diría: “Sí, claro. Hablaré con él y veré qué puedo hacer”. A pesar de saber que no serviría de nada, pero con la esperanza de que, de cualquier manera, Louis en verdad valorara su intervención...

Miró el reloj.

Eran diez para las cuatro.

Le quedaban veinte segundos de normalidad.

Mientras caminaba por la plaza hacia la terraza frontal del edificio, comprendió que, a pesar de la pasta de nieve en el piso y de la helada sensación del aire, en realidad era un día muy agradable. Era fresco, brillante y claro; los pájaros cantaban en el soleado cielo primaveral. El típico barrullo enloquecedor del conjunto de edificios casi apagaba las canciones de las aves. Gritos distantes, coches acelerando, perros ladrando, música desparramándose desde una docena de ventanas a distintas alturas; y a pesar de que el sol brillaba en lo alto y de que el cielo se veía más azul que nunca, sobre la plaza que rodeaba Compton House se cernía una inmensa y lúgubre sombra.

A pesar de todo, era un día bastante bonito.

Se detuvo un momento y volvió a mirar el reloj, preguntándose si no estaría llegando demasiado temprano. A las cuatro, había dicho Louis, y todavía faltaban diez minutos. Pero entonces recordó que no había dicho exactamente a las cuatro, ¿verdad? Había dicho como a las cuatro.

Volvió a mira el reloj.

Eran nueve minutos y medio para las cuatro.

Eso era como a las cuatro, ¿o no?

(Le quedaban cinco segundos.)

Respiró hondo.

(Cuatro segundos...)

Se dijo mentalmente a si mismo que no debía ser tan estúpido...

(Tres...)

Y estaba a punto de comenzar de nuevo cuando escuchó un grito lejano que venía de lo alto:

–¡Hey, STYLES!

(Dos...)

Era una voz masculina que venía de muy arriba, de algún lugar cerca de la parte más alta del edificio. Por un momento creyó que era Zayn, pero no había razón alguna para que Zayn le gritara. Seguramente lo pensó porque estaba pensando en él y vivía en el piso treinta, y era hombre...

Miró hacia arriba.

(Uno...)

Y entonces fue que lo vio: el pequeño aparato negro que caía volando hacia él, a través del cielo del atardecer y luego...

¡CRACK!

Un flash momentáneo de dolor cegador...

Y luego nada.

(Cero)

El fin de la normalidad.

iBoy [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora