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La evolución del cerebro no sólo extendió las necesidades del hombre prehistórico en el
pasado, en la actualidad también representa el único ejemplo de evolución que le ha provisto a la especie un órgano que no sabe cómo usar.

ARTHUR KOESTLER



Imagina que estás tratando de recordar algo, lo que sea, la última vez que lloraste, el
número telefónico de alguien, los nombre de los siete enanos, no importa qué. Sólo busca en tu memoria, trata de recordar algo, y luego, cuando ya lo hayas hecho, trata de imaginar cómo lo hiciste. ¿Cómo encontraste lo que estabas buscando?, ¿con qué lo buscaste?, ¿exactamente en qué partes de tu cerebro lo hiciste?, ¿cómo supiste por dónde empezar y cómo reconociste lo que estabas buscando?

Si alguien le hubiera hecho esas preguntas a Harry, él no hubiera sabido qué responer, sólo hubiera dicho tal vez algo como: “Bueno, sólo lo hice, porque lo que está dentro de mi cabeza, de mi cerebro, sólo hace lo que tiene qué hacer. Primero me dije que tenía que recordar algo, y luego, lo que está en mi cerebro hizo el resto.”

Porque era su cabeza, su cerebro, y lo convertía en lo que él era en general, pero Harry no tenía idea de cómo funcionaba.

Aquel día, él estaba recostado en su cama, escuchándo a la distancia el rumor de sonidos mudos, y sólo en eso podía pensar. Pensaba en el hecho de que su cabeza y su cerebro lo
convertían en lo que era, sin embargo, en ese momento había algo más ahí, algo que, de alguna manera, se había convertido en una nueva parte de él. Y entonces, de pronto se trataba de eso, y de que todo lo que ocurría unicamente estaba cumpliendo con su labor: conectar y encontrar una infinidad de cosas a pesar de que Harry no supiera cómo lo hacía.

Pero lo hacía y funcionaba.

Estaba funcionando en ese preciso momento.

Le mostraba fragmentos de páginas web, páginas aleatorias de sitios aleatorios; palabras,
sonidos, letras, números, símbolos, imágenes, información. Revisaba una inmensidad de correos electrónocos, mensajes de texto y un mundo lleno de llamadas telefónicas. Se conectaba, calculaba, fotografiaba, videogrababa, descargaba, realizaba búsquedas de cosas sin sentido, almacenaba, localizaba… Hacía todo, realmente todo, lo que un iPhone era capaz de hacer. Eso era, lo sabía, era el iPhone lo que provocaba en su cabeza toda esa locura. Los fragmentos de iPhone que se habían quedado incrustados en su cerebro de alguna forma debieron haber fusionado con parte de él, con partes de su mente, con partes de todo y nada. Mutando, evolucionando, mezclando. Y tal vez, en el proceso de fusión, los
poderes y capacidades de iPhone seguramente mutaron y evolucionaron porque, además
de hacer lo que un iPhone hace, también le había otorgado a Harry la capacidad de hacer mucho más. Podía escuchar llamadas telefónicas de números desconocidos, de personas desconocidas, leer correos electrónicos y mensajes de texto sin importancia, podía meterse
a bases de datos completamente prohibidas para las personas más o menos comúnes. Tenía libre acceso a absolutamente todo.

Desde el interior de su retorcida cabeza.

Estaba conectado.

Ahora sí que lo sabía. Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Pero todavía no sabía nada al respecto.No sabía cómo estaba sucediendo. No tenía control alguno sobre ello. Era algo que sólo pensaba, y ocurría. Pero se lo planteaba una y mil veces y seguía siendo imposible.

Sin embargo, no lo era.

Sucedía.

No se detenía.

También le ocurrían otras cosas, algunas aún más extrañas y exageradas. Cuando estaba ahí acostado sobre su cama tratando de digerir todas sus posibilidades, la imposible verdad, sintió un fulgor en su cabeza, un cálido cosquilleo alrededor de su cicatriz. Fue algo realmente loco. Más loco que todo el resto de las demás locuras que presenciaban todos sus sentidos. Era como un resplandor. Pero a Harry no le gustó nada.

Se levantó rápidamente de la cama y se dirigió asustado al espejo que colgaba de la pared.

Al principio no pudo creer lo que estaba viendo. Tenía que ser otra cosa menos descabellada, un efecto de la luz o algún reflejo distorsionado. Pero luego se inclinó para ver más de cerca, observando con cuidado y precisión su rostro en el espejo. Entonces supo que sí era real. La piel que rodeaba su herida, resplandecía, casi vibrara, como si estuviera viva. Se veía radiante, brillaba con una infinidad de colores, formas, palabras, símbolos. Iban cambiando constantemente haciéndole sentirse con miedo; se mezclaban entre sí, flotaban
y se amontonaban, se hundían, emergían, pulsaba como un diminuto banco de peces multicolores.

Levantó su mano, aún sintiendo miedo de él mismo, y acercó su dedo índice al resplandor que había en su herida. Se detuvo y luego recordó que la última vez que la había tocado sintió una descarga. Respiró hondo y exhaló poco a poco. Después de eso, de alguna manera, sin siquiera estar conciente de cómo lo hizo, cerró algo dentro de su cabeza y el resplandor desapacerió.

Como si se hubiera bloqueado a sí mismo, no lo sabía.

—Okey —se escuchó susurrar con voz tambaleando entre las palabras—, todo está bien, confía en ti mismo, Harry.

Volvió a acercar el dedo a la herida con mucho cuidado, casi temiendo a que algo realmente malo le pasara, como si no fuera suficiente con lo que ya le ocurría. Vaciló por un momento, burlándose de su cobardía, y luego la tocó.

No sucedió nada.

No hubo toque eléctrico.

Sólo un tenue cosquilleo.

Recorrió suavemente la cicatriz con el dedo. Sintió la piel inflamada; le había crecido un nuevo tejido y, debajo de todo, o tal vez dentro de todo, se sentía capaz de detectar esa sensación de poder. No era algo físico, era más bien como una sensación de potencial que lo hacía sentirse especial y distinto al resto de todas las demás personas; el tipo de sensación que da cuando se toca la superficie de una laptop, de un iPod, o de algo como eso.

No es algo que realmente se pueda sentir, sino algo que nos dice que debajo de las puntas de nuestros dedos hay poder, el poder de hacer cosas maravillosas.

Así lo sentía Harry.

Quitó el dedo.

Se miró.

Agitó la cabeza.

Seguía siendo imposible.

Cerró los ojos por un momento, apagando el verde opaco de estos, los abrió de nuevo y, click, tomó una fotografía de su reflejo en el espejo. La miró, se la envió por correo, la geocodificó, la guardó, y finalmente la borró.

Imposible.



Todo es teóricamente imposible hasta que se lleva a cabo.

Robert A. Heinlein, The Rolling Stones (1952)

http://www.quotationspage.com/search.php3?=impossible



Adiós normalidad, me dio gusto conocerte.

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⏰ Última actualización: Feb 24, 2019 ⏰

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