2. Flores

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— ¿De nuevo vas al parque?

Yugi se giró hacia la voz de su abuelo, el tricolor estaba ajustándose los zapatos frente a la puerta, casi listo para salir.

—Así es jii-chan —le sonrió en respuesta — ¿necesitas que traiga algo de regreso? —consultò, atándose las agujetas.

El anciano solo suspiró, formando una sonrisa entre divertida y resignada —No, nada en particular. Solo ten cuidado.

—Sí, nos vemos al rato, abuelo —se despidió, poniéndose en pie para abrir la puerta y salir de su casa, cerrando tras de sí.

Yugi era un chico de 17 años, un estudiante promedio japonés como cualquier otro en la pequeña ciudad de Domino.

Tenía grandes y vivaces ojos morados, relucientes como amatistas, que reflejaban la bondad y gentileza de su gran corazón, así como una infantil inocencia e ilusión, que muy pocos conservaban a esa edad, cuando se trataba de las cosas que más le gustaban; los juegos, los chocolates y las hamburguesas, la música y... las flores.

A Yugi le gustaban mucho las flores en general, hacía parte del pequeño grupo de su escuela que se dedicaba a los jardines de la misma y tenía su propio mini jardín en el alfeizar exterior de la ventana de su casa, con unas pocas flores que cuidaba con esmero.

Yugi adoraba las flores desde siempre y eso, en parte, era debido a su madre.

Por un momento, durante su embarazo, Keiko Motou había pensado que su primogénito iba a ser sietemesino. Un día la había pillado desprevenida una oleada de incomodidad y calambres que le dieron a su marido el susto de su vida y lo hicieron llevarla al hospital histérico.

Por suerte, solo había sido una falsa alarma. Una desafortunada mezcla de haber estado caminando más de lo que era recomendable -a esas alturas de un embarazo- por el parque central, observando el hanami; una pequeña baja de azúcar y el hecho de que el pequeño bebé estuviese inquieto, dando pataditas y moviéndose todo lo que el espacio en el vientre de su madre se lo permitía.

Sin embargo, a fin de cuentas, Yugi nació en Junio, como estaba previsto. Nació un poco pequeño, pero saludable, que era lo importante.

Aun así, después de esa dramática falsa alarma, Keiko no podía evitar reír al pensar que su pequeño Yugi también había querido disfrutar del florecimiento, por lo que al año siguiente, y con solo 10 meses de edad, Keiko se llevó a Yugi con ella al parque central de la ciudad para el hanami.

Esto se volvió una tradición. Año tras año, Keiko se llevaba a su hijo a ver el florecimiento de los diversos árboles que poblaban el parque.

Cuando Yugi tenía tres años, conocieron a Lunet y a Yami, otra dupla de madre e hijo que iban al parque a disfrutar del hanami.

Las dos jóvenes madres se sorprendieron bastante -para bien- al ver a sus retoños juntos pues, cada uno a su modo, los tricolores habían tendido a tener poco interacción con otros niños.

Pese a esto, Yugi y Yami parecieron congeniar de forma maravillosa desde el principio.

Para lástima de los pequeños, Lunet y Yami no vivían en la ciudad e iban de visita solo unos pocos días al año, pero siempre y sin falta al florecimiento en ese mismo parque.

Yugi y Yami aprovechaban todo su tiempo juntos. Hablaban de todo, paseaban con sus madres, comían helado y dulces, y jugaban.

Ellos tenían un juego especial, uno que era solo de los dos.

Las 14 Flechas de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora