Cápitulo 3

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Entré en la capilla con el corazón acelerado aún por el bombazo que acababa de escuchar. Aun no terminaba de aceptarlo, y si me lo hubiese dicho otra persona jamás le hubiese creído, pero venía de la boca de Liam, así que no tenía excusa para dudar. Quise pensar que era demasiado duro con él mismo, que su pecado no podía ser muy grave, pero una parte de mi no pudo evitar trasladarse a aquella calurosa tarde de principios de otoño hacía ya varios años.
Tan ensimismada estaba en mis ensoñaciones que no me di cuenta de que la sala se había ido llenando poco a poco hasta que casi no cupo ni un alfiler, tal era la expectación que despertaba el nuevo Papa.
-Buenos días, hermana- Me saludó cordialmente Sor Rita y yo la correspondí con un asentimiento. Era lo más cercano a una amiga intima que tenía en el convento. Fue ella la que me regaló el que sería mi rosario favorito cuando llegué aquí y me enseñó a hacer alfajores. Confiaba más en ella que en el resto de mis hermanas para confesarle mis debilidades, aunque esté mal decirlo. Sin embargo, no me vi con fuerza suficiente como para compartir mis pensamientos en ese momento.
La misa dió comienzo y durante toda ella no pude apartar mis ojos de su santidad. La luz del sol se colaba por las vidrieras y lo iluminaba con todos los colores del arcoiris, realzando su serena belleza. Tal era la imagen que proyectaba que no pude evitar sentir que el éxtasis me invadía mientras nuestras miradas se cruzaban. Nunca había dicho amén tan convencida.
Luego llegó la hora de comulgarse y nos dividimos en tres filas. A mi me correspondió la de Liam, aunque procuré ponerme casi al final para poder recuperar la templanza antes de verlo de cerca. Cuando llegó mi turno ya estaba más calmada, aunque por alguna razón a él le temblaban ligeramente las manos mientras introducía la hostia consagrada en mi boca a la vez que evitaba mi mirada todo el tiempo. Una vez hecho esto me apresuré a dejar la capilla sin dejar de sentir una mirada insistente en mi nuca.

La cena de aquella noche consistió en puré de nabos, queso y pan, con una porción de tarta de Santiago en honor de su santidad, aunque este insistió en que se le profesaran los honores mínimos e incluso se sentó entre las demás monjas y conversó con ellas, para decepción de la madre superiora, que le había reservado un asiento a su derecha.
Quizá fueran imaginaciones mías, pero me pareció que evitaba nuestra mesa.
Al finalizar, su santidad nos dio su bendiciones y se retiró a su celda, así que aproveché para salir a dar un paseo por los jardines del convento y poner en orden mis pensamientos. Me disculpé ante Rita, ya que ella siempre me acompañaba en mis paseos y salí del comedor.
Caminaba entre los nomeolvides aspirando en perfume de la noche cuando escuché el eco de unas pisadas sobre el pavimento tras de mi. Cuando escuché el sonido de su voz que se deslizaba como chocolate caliente en el silencio de la noche no pude evitar apretar las cuentas del rosario que llevaba entre las manos.
-Hace una noche preciosa para pasear-Dijo de forma suave. Virgen santa, podría estar horas escuchandolo hablar (Y también escuchándolo hacer otras cosas, para decir la verdad. Mentir, aunque sea  uno mismo, también es pecado)
-Pensé que se había retirado a su celda- Le contesté sin girarme,
-No podía dormir y, por favor, no me hables de usted, no somos dos extraños- Noté un deje de nostalgia en su tono.
-Quizás no lo fuésemos en otra vida, pero ha llovido mucho desde entonces- Apreté aún más el rosario, tanto que sentí como las cuentas se clavaban en mi piel.
-Quizá sea como tú dices, pero aún así quería darte esto- Sentí el calor que conllevaba su proximidad y el suave tacto de sus manos ásperas sobre mi cuello y no pude evitar un estremecimiento similar a que tuvo que sentir Santa Teresa- Cuando lo vi no pude evitar pensar en ti, lo he guardado todo este tiempo. La esperanza de poder dártelo algún día en persona me ha dado fuerzas para seguir adelante en mis momentos de máxima debilidad.
Me quedé sin palabras por un momento, intentando asimilar sus palabras, pero para cuando pude recuperar el control sobre mi cuerpo y girarme, él ya se había ido.
La luz de la luna arrancó un destello del rosario de plata que ahora colgaba de mi cuello.

Aquella noche casi no pude dormir, tal era la montaña de pensamientos que se agolpaban en mi cabeza. Si me concentraba aún podía sentir el tacto de sus manos y el suave perfume a incienso que lo envolvía siempre. Giré de nuevo sobre el colchón hasta quedar de cara al escritorio, donde descansaba mi nuevo rosario. Aún no había decidido qué hacer con él, ya que lo más correcto en mi opinión sería devolverlo, pero rechazar un regalo así del mismísimo Papa estaría visto como una ofensa.
Di otra vuelta y recé dos padres nuestros antes de quedarme dormida.

En el sueño el cielo era de un azul tan intenso que hacía daño a la vista. El olor de las manzanas asadas que hacía mi abuela lo impregnaba todo, y el camino de tierra estaba surcado de nubes de polvo, como si alguien acabara de usarlo.
Estaba en casa, solo que esta vez no tenía 16 años, pero el sentimiento de culpa seguía ahí. De pronto, el cielo se oscureció y sentí la férrea mano de mi tio sobre el hombro.
-Sabes que lo hacemos por tu bien.
Me desperté con el corazón lleno de angustia y latiéndome desbocado. Aún no había amanecido, pero decidí que era buena hora para confesarme. Justo antes de salir de mi celda dudé sobre si coger el rosario, pero si a Liam le había dado fuerzas cuando más las necesitaba bien podría dármelas a mí, así que me lo llevé. Recorrí los pasillos vacios del convento hasta llegar a la capilla donde se hacían las rondas, ya que en ella siempre había alguien para aliviar el peso de los pecados, fuera la hora que fuera. Descorrí la cortina del confesionario y me senté en el pequeño banco acolchado.
-Perdóneme, Padre, porque he pecado.- Dije intentado calmar el temblor de mi voz sin éxito.- Hace dos días que no me confieso.
-Adelante, hija mía- Contestó una voz ahogada al otro lado de la celosía.
-He tenido pensamientos impuros últimamente...-Paré, preparándome para lo que iba a decir- Pero hay algo más, un pecado más antiguo que nubla mi juicio. Yo era joven y tonta, aunque sé que eso no me exime de culpa ni justifica mis actos...
-Hablame de esos pensamiento- Me dijo mi confesor con voz suave.
-He fantaséado con un hombre, un hombre casado con Dios.-Susurré.
-¿Y lo has disfrutado?-Me preguntó.
-Yo...si, lo he disfrutado mucho.
-¿Piensas a menudo en ese hombre?
-Antes no tanto, solo a veces- Confesé- Pero últimamente se cuela en mis pensamientos al menor descuido. Me persigue en sueños e incluso cuando paseo.- Mis dedos rozaron el rosario que colgaba de mi cuello.- Padre, necesito ayuda del Señor para volver a su senda.
-¿Tan fuerte es la tentación, hija mía?
- Ay, padre, si usted supiera. Cuando lo veo solo puedo pensar en que daría lo que fuera por ser sotana y poder amoldarme a su cuerpo.
Tomé aire, cogiendo fuerzas para contarlo todo, cuando escuché que la cortina de al lado se descorría, seguida de la mía. Una figura se recortaba sobre el fondo oscuro, impidiéndome ver sus rasgos, pero cuando me llegó un leve olor a incienso se me cayó el alma al suelo.
-¿No prefieres una confesión cara a cara?- Habló en voz baja, casi en un susurro, aunque se notaba que su voz estaba ronca. Me qué muda por la sorpresa al descubrir que mi confesor era también el motivo de mi confesión

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⏰ Última actualización: Feb 02, 2019 ⏰

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Fundámonos juntos en el infierno/Enamorada del Papa(Liam&Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora