Milla 2: DOS MUNDOS
¿Saben cómo se siente un caluroso día de verano el súbito alivio de echarse un clavado en una alberca fría? Bueno, eso fue lo que sentí cuando regresé a casa de la escuela, después de un día particularmente difícil, para enterarme de que Disney había llamado. Margot, una agente de talentos que se había interesado en mí, nos informó que Disney le había solicitado videos de todas las chicas que representaba y cuyas edades fueran de entre once y diecisiete años. Ellos querían un video mío leyendo el papel de Lilly, la mejor amiga de una chica llamada Chloe Stewart, para un programa nuevo de televisión titulado Hannah Montana. Desde la primera vez que mis padres y yo leímos el guión supimos que Chloe Stewart era mi sueño hecho realidad. El alter ego de Chloe, Hannah Montana, era una estrella de rock. La actriz que representara ambos papeles interpretaría las canciones de Hannah Montana. Cantar y actuar. Ambos eran mis sueños y si conseguía el papel, no tendría que renunciar a ninguno de los dos. Después de que mi papá leyó el guión, comenzó a repetir: 'Esto está hecho para Miley. Miley está hecha
para esto'.
Pero, diablos yo me hubiera sentido feliz con representar a Lilly. Hubiera sido afortunada con ser la planta parlante de Chloe Stewart, para el caso. Entonces grabamos el video, lo enviamos y casi de inmediato recibimos una llamada de Disney en la cual me pedían grabar otro video de audición, y esta vez querían que leyera el papel de Hannah. Yo estaba emocionadísima. Hablando en serio, creo que mis gritos asustaron a los caballos allá afuera, en el campo. En mi cabeza ya había abandonado todo para mudarme a Los Ángeles. Claro, se suponía que Hannah tenía quince años de edad y yo tenía doce. Casi doce. De
acuerdo, tenía once años. Ése era un problema. Sin embargo, de cualquier forma ellos ya sabían mi edad cuando me pidieron el video, así que no debía importar mucho. Excepto que si importo. Enviamos el segundo video y al día siguiente recibimos un mensaje por correo electrónico que decía que era demasiado joven y pequeña para ser Hannah.
Me sentí decepcionada. No. ¿Qué es diez veces decepcionada? Ésa era yo. Mi papá dijo: 'Disney acaba de cometer un grave error. Mi intuición me dice que tú eres Hannah Montana'. Todo lo que yo pensaba era: 'Hasta aquí llegó la intuición de Papá'. Ahora volvamos a nuestro programa de tortura cotidiana: sexto grado ¿Existe alguna guía para torturar chicas de once años de edad? Si no es así, esas chicas con quienes comencé a juntarme, ya las recuerdan, mis 'amigas', podrían escribir una.* (Pero, ¿Qué he dicho? Ésa es una idea terrible). En el invierno de aquel año, cada día trajo una nueva y creativa táctica en la Operación Haz Miserable a Miley. Ellas me enviaban recados crueles. Se robaban mis libros y me hacían llegar tarde a las clases. Se burlaban de mi ropa y de mi cabello. Ellas le dijeron a Rachel, la amiga que se había unido a ellas al mismo tiempo que yo, que, si se sentaba conmigo durante el almuerzo, también se volverían en su contra. Por tanto, yo me sentaba sola en una mesa día tras día y contemplaba a los chicos góticos mientras me preguntaba cómo luciría con el cabello negro y con cadenas. Desde entonces decidí que no luciría bien. La lista continúa:
Rachel dejó de hablarme. Cuando intenté hacer la prueba para ingresar en el equipo de porristas, mis supuestas amigas le dijeron al director que yo había hecho trampa y que me había aprendido de antemano el baile de prueba. Era una mentira total pero el director les creyó y no me permitió presentar la prueba para entrar al equipo. Oh, y nunca olvidaré que una de ellas fue amable conmigo durante algunos días. Ella me dijo que quería que la 'batalla' terminara. Me hizo decirle con exactitud lo que
pensaba acerca de 'nuestras amigas', que yo no comprendía por qué no me querían, que creía que ellas eran crueles, y entonces fue con las otras chicas y les dijo que yo era una presumida. Había fingido todo el tiempo. En retrospectiva, pienso que tal vez debió haber sido ella quien se convirtiera en actriz. Si todo esto les parece una historia común como Tales of a Sixth-grade Nothing* de Judy Blume (El título real es Tales of a Fourth-Grade Nothing, un libro escrito para niños que habla de un incorregible chico de cuarto grado), bueno, lo era. Yo no ignoraba los asuntos como el hambre en el mundo o las pandemias. Sabía que mis problemas eran relativamente insignificantes. Pero eran míos y me parecían más pesados que si cargara a todo el planeta sobre mis hombros. Por tanto, si quieres saber si me gustaba la escuela en aquel tiempo, mi respuesta es definitiva: no.
Por suerte, yo tenía todo un mundo distinto fuera de la escuela. El asunto de la actuación sólo era una pequeña parte de mi vida de entonces. Había comenzado a participar en los equipos de porristas para competencias cuando tenía seis años de edad y durante mucho tiempo, eso lo fue todo para mí. Mi mamá me metió en ello. Vivíamos en una granja grande, lo cual era increíble, pero no teníamos vecinos cercanos; no había niños con quienes pudiéramos jugar, excepto nosotros mismos, lo cual no estaba mal, según mi opinión. Adoraba a los animales y me encantaba divertirme con mi genial hermano mayor, Trace (yo lo llamo Trazz); mi fabulosa hermana mayor, Brandi; mi hermano menor Braison (yo lo llamo Brazz); y mi hermanita, Noah,
cuando llegó. Sin embargo, mi mamá quería que yo tuviera otros amigos además de los caballos, las gallinas y mis hermanos. No en ese orden. (De acuerdo, tal vez en ese orden.) Dado que a mamá le habíaencantado ser porrista cuando era niña, quiso que yo lo intentara. El primer día que se suponía que debía asistir al entrenamiento, yo no estaba contenta. Supliqué '¡Por favor no me obligues a ir!' ¿Qué tiene de malo que mis únicos amigos sean los caballos, las gallinas y mis hermanos? Ellos no me decepcionarán, ellos no se burlaran de mí. Claro, apestan un poco (Lo siento, Brazz), pero está bien. No soy tan superficial. Quizá no sea evidente en mi vida actual pero el hecho de estar cerca de gente desconocida me causa ansiedad. La simple idea de entrar a una sala llena de extraños me provoca insomnio. De cualquier manera, sabía que mi papá estaba de mi parte con todo ese rollo de no asistir al entrenamiento de porristas. Él viajaba tanto que sólo deseaba que sus hijos estuviéramos cerca de él cuando estaba en casa. No obstante, mi mamá se aferró a su idea y fui. Como cabe esperar, dado que las mamás tienen razón en demasiadas ocasiones, me encantó al instante.* (No le digan a mi mamá que dije esto) El equipo de porristas demandaba mucho de mi tiempo. Yo asistía al gimnasio todos los días. Entrenábamos, nos caíamos, practicábamos rutinas de dos minutos y medio una y otra vez. Me hice la mejor amiga de Lesley y de las demás chicas del equipo, y mi mamá se hizo amiga de sus mamás. Viajábamos juntas a competencias, nos hospedábamos en moteles, nadábamos, bromeábamos, nos arreglábamos el cabello y nos maquillábamos con nuestras mamás y participamos en intensas e increíblemente difíciles competencias. Yo estaba muy comprometida con ello. A veces estaba demasiado comprometida. En cierta ocasión me puse muy enferma justo antes de una competencia en Gatlinburg, Tennessee. No podía dejar de vomitar. Ya saben, una de esas enfermedades del estómago que, incluso si bebes un trago de agua, lo vomitas. Si, fue terrible. Pero, ¿cuánto tiempo podía durar? Estaba segura de que me recuperaría justo a tiempo para la competencia; entonces convencí a mi mamá de que me llevara y pasé las cuatro horas y media de trayecto acostada en el asiento trasero del auto, con un bote de basura junto a mí. Dormía, vomitaba y dormía un poco más. Llegamos al hotel en Gatlinburg y no me sentía mejor, pero aún quería competir. Mi entrenadora dijo que no había manera de que lo lograra. Intentó impedírmelo pero insistí. Yo sabía que podía hacerlo si me empeñaba en ello. Treinta minutos antes de nuestra presentación me obligué a salir de la cama, me bañe y nos dirigimos a la contienda. Yo entré al escenario, realicé la rutina, salí y vomité en un basurero. Sin embargo, lo hice y eso era todo lo que importaba.
Cuando nos subíamos al auto después de cada competencia, incluso si habíamos perdido, mi mamá decía: '¡Aquí está tu trofeo!', y me entregaba un reluciente trofeo con mi nombre grabado en él. A medida que crecía, mi habitación se llenaba de trofeos. Todos de mi mamá, la más grande y mejor admiradora que una niña puede tener, Tal vez no merecía cada uno de aquellos trofeos pero sabía que merecía el trofeo de Gatlinburg.