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Se le denominó: la gran crisis económica global. Empezó con masivas migraciones, de países que apenas sobrevivieron la guerra. De un punto a otro, las batallas perdidas, la derrota de lo democrático, de la voz y la buena voluntad de los hombres, orilló a un éxodo masivo en diferentes naciones. La buena fe de algunos gobernantes, que apoyaban la ayuda humanitaria, los recibían con los brazos abiertos, seguros de poder con la carga.
-Ellos son las víctimas de los malos gobernantes, del amo del capitalismo y la corrupción.
Ese discurso fue aplaudido por sus defensores y por muchos que entendían el horror de la guerra. Sin embargo, mientras el número aumentaba, también lo hacía la gente nativa de los países samaritanos.
Rápidamente la población se triplicó y los recursos empezaron a escasear. Todo empezó a sobrepasar las buenas intenciones y el odio se hizo presente. Mientras estos países luchaban por mantener el orden, las naciones del cuarto mundo, surgidas del caos, desaparecieron. Esos gobiernos dejaron de existir. Sus aliados ayudaron como pudieron, pero de un momento a otro, todo falló. 

Los reyes del mundo construyeron enormes muros en su frontera, en el momento que recibieron la noticia: ya no tenemos el control, pero aún con sus enormes murallas, fueron los siguientes en caer. Los monstruos empresarios no tenían materia prima. Lo poco que producían era insuficiente para la élite, y el pueblo descontento arremetió contra el gobierno. En cada rincón del mundo, las balas volaban en todas las direcciones. Ni las guerras mundiales tuvieron tanta violencia y muerte. La élite fue decapitada, por segunda vez en la historia; las reservas fueron consumidas y la perdición quedó asentada. 

No había líderes. Los asesinaban tan rápido como se proclamaban. Nadie confiaba en los estudiosos y los imbéciles se la pasaban peleando tantas veces que a las semanas habían muerto.
Cada raza culpó a la otra: Por la moneda de aquel pasó, por la codicia, por el gobierno, por éste o por aquel, todos tenían la culpa.
El pueblo ignorante, el estado fallido, el modelo económico que desde un principio se fundamentó en la existencia de recursos infinitos, lo cual era un sueño guajiro, derramó la última gota. En un par de años, se vieron los últimos avances de la humanidad surcar el cielo y explotar en lo alto, en el mar y en la tierra.
Desprovista del ochenta por ciento de sus bosques, sin las máquinas de oxígeno, el agua completamente contaminada, todas las monedas con un valor igual a cero y solo con productos que cualquiera, antes de esto, hubiera matado por tener, el hilo de una humanidad al borde se rompió y caímos sin paracaídas.
El cuerpo del hombre se estrelló tan fuerte que explotó, esparciendo nuestra existencia en un mundo árido. Así es como el modelo que nuestra mano hábil, en la mayoría del hombre, acabó por empujarnos hacia lo que decían que evitarían.
Todo eso me lo contó alguien que decía con tristeza su apellido.
-Antes de todo eso, con lo decirte mi apellido, bastaba para que intentarás lamerme las botas.

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