III

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Les dijeron o la nombraron como la gran guerrra. Millones de millones de personas murieron en esa matanza de hombres. Al final, sólo uno obtuvo la victoria y se mantuvo en el poder hasta ese día.
Otro loco subió a ese trono y lanzó las ojivas hacia sus enemigos. Cinco misiles impactaron en las capitales, mientras aquel desquiciado festejaba la "gran victoria patriota". Sus devotos aplaudían y sus enemigos huían a la tierra de la cordura. ¿Cómo no iban a festejar el ataque? Tenían tanques de oxígeno, comida, agua y todos los lujos. Sus soldados, dopados cada segundo de su existencia, desfilaron en todas las calles del coloso. Al llegar frente a los gobernantes, cayeron convulsionando y escupiendo sangre.
Los vencidos atacaron sin que nadie supiera. Nunca dispararon una ojiva, sabían lo que la devastación nuclear ocasiona. Simplemente enviaron cientos de pandemias a su enemigo y dejaron que miles de muertos  y el furor de la victoria, les ayudaran para aniquilar a los locos.
En un par de años , todos los países del cuarto, tercero y segundo mundo murieron. La élite escapó a su paraíso de la cima, pero ahí fueron asesinados por sus iguales extranjeros. No iban a permitir que la muerte entraran por un calcetín, una camisa, un acto de piedad. "Pero yo no soy un inmigrante ilegal" eso, en las palabras de alguien que antes ganaba entre ocho a veinte millones de dólares al día, rompió con la ultimas dos clases sociales. Ya no había clase media ni baja a la que despreciar. Solo una élite dividida entre los que ganaban más de lo que una calculadora podía marcar y el resto.
Poco a poco, desaparecieron. Sin muchedumbre, sin productos, sin nada que los validara como superiores, sus pocos aliados los traicionaron. Ofrecieron sus fortunas, pero ninguno las aceptó. Deseaban un pan mohoso, un vaso de agua verde y un suspiro de aire puro. ¿Dinero? Esa madre ya no tenía valor.

Rico era una palabra que se olvidó, riquezas tenía el que comía un trozo fresco, y hombre era el que no tosía sangre cada tres palabras. El último de los grandes hombres nos enseñó un trozo de papel, tenía un número tan largo que abarcaba toda la superficie:

-Esto era suficiente para vivir en lo más alto. Hoy no puede conseguirme ni una migaja.

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