1: Prólogo: Atardeceres rojos

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SI ERES MENOR, RECOMIENDO DISCRECIÓN.

[WARNING]
Esta historia tiene situaciones que podrían conmocionar al lector. Se recomienda discreción.
No fue hecha para crear debate ni polémica, todo es ficción.
Las opiniones que tengas sobre ciertos temas son solo tuyas y se respetan.

Basada en la obra de M. Blake

1: Prólogo: Atardeceres rojos.

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"Oh Señor, ¿no me salvarás? Sálvame de mi alma, oh señor, ¿me perdonarás? Por haber perdido el control"
Oh Lord, In this moment
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Su mente no paraba de recordar todas aquellas varillas.

>>Positivo<<

Había llevado días haciéndose pruebas de embarazo caseras para asegurarse, pensaba que se estaba tratanto de una broma cruel. En los primeros momentos había estado un tanto feliz pero con el pasar de las semanas el sentimiento se fue convirtiendo en tristeza y dolor. Todo aquello llevándola a tomar la decisión de terminar la vida que crecía en su interior.

Las dos líneas retumbaban fuerte en su cerebro, una y otra vez repasaba sus idas al médico de las últimas 10 semanas. Se sentía atrapada y aturdida. Ya había gastado demasiado tiempo y dinero entre visitas médicas propias y las de su madre enferma. Sus finanzas ya estaban en números rojos.

Desde hacía días que una pesadez en su pecho la acongojaba. El estrés le estaba provocando una migraña terrible. Sacó su móvil y abrió los mensajes, estuvo tentada a mandar uno a la persona que mantenía al tanto de aquel embarazo inesperado pero se detuvo.

Marinette esperaba en aquella salilla, la silla era incómoda y no lograba encontrar una posición que la mantuviera quieta por más de treinta segundos.

Su panorama le deprimía, había al menos un par de parejas en la sala, las mujeres que estaban esperando su turno para consulta tenían su embarazo algo avanzado.

Era una pena tremenda para ella que no fuera a verse a sí misma en ese estado, acariciando con ternura su vientre. Eso provocó que el puñado de hormonas le sacaran algunas lágrimas.

-Dupein-Cheng -llamó la enfermera.

Marinette se levantó con difcultad, no porque no pudiera moverse sino por la decisión que acababa de tomar. Las piernas le flaqueaban al dirigir sus pasos a l chica que la aguardaba en la entrada del cuarto de chequeo.

-Puedes cambiarte detrás de la cortina -le indicó la enfermera.

Marinette divisó la habitación con lentitud, había una potente luz a su alrededor, la enfermera tomó asiento detrás del escritorio y comenzó a teclear rápidamente. Detrás del cortinero miró una bata perfectamente doblada, un par de toallas gigantes de papel sobre la camilla de revisión, lentamente se comenzó a despojar de sus prendas para ponerse aquella bata color celeste, se detuvo a ver su vientre, el cual ya lucía una pequeña curva, respiró profundo para ahogar sus lágrimas recordando el momento en el cual ese bebé estaba siendo concebido.

El vívido recuerdo de las caricias, el calor del cuerpo de su amante, los suaves besos, como todo aquello terminó en esa vida creciente dentro suyo. Apretó los puños con fuerza para darse valor.

-No puedo - murmuró para si misma.

Nuevamente a su mente vino el recuerdo de aquel hombre dormido a su lado, se sentía feliz en ese momento. La vida era injusta y cruel, se pensó.

Soltó un pequeño sollozo y se llevó las manos a la boca. La enfermera paró de teclear para verle.

-Podemos parar el procedimiento si así lo desea -dijó la chica.

Marinette lo consideró pero no por mucho, estaba totalmente desolada. No tenía caso, no había manera ni futuro. Renunciar era la opción más dolorosa pero la más viable.

-Debo hacerlo -le respondió a la enfermera-. Entre más pronto, mejor.

-En un momento te pasaré a la siguiente habitación y ahí te verá el doctor.

Los minutos fueron eternos, guiaron a Marinette a la siguiente habitación, ahí aguardó varios minutos antes de que el doctor apareciera y le explicara el procedimiento en el cual iba a someterse. No hubo más preguntas de: ¿Estás segura? O frases como: Aún puedes arrepentirte. El doctor conocía la historia y no habría porqué incomodar a su paciente para hacerle sufrir más emocionalmente.

Marinette pasó las próximas dos horas en la sala de recuperación, meditando sobre la acción que acababa de tomar, estaba tan medicada que no tenía noción de sus emociones todavía. Era como si estuviera en un profundo trance.

Al fin de esas dos horas fue pasada a otra habitación, no quiso probar bocado y pasó el resto de su estadía derramando lágrimas hasta que sus ojos se hincharon y se pusieron rojos. No durmió esa noche pensando en la tristeza y el dolor.

Antes de salir del hospital, tomó el taxi que la llevaría a casa, inmutada en el mismo ánimo.
Llegó a casa y se echó sobre el sofá, estiró su brazo para tomar el teléfono y marcó a su madre.

-Está hecho -aseguró con una triste voz.

-¿Cómo te sientes? -preguntó su madre.

-No lo sé -ahogó su voz en un pequeño sollozo.

-Puede ser díficil, querida, así que llora todo lo que tengas qué llorar, estás en todo tu derecho.

-Duele, mamá -contestó ella con sus ojos llorosos.

-Lo lamento, hija -consoló la madre a su hija.

-De todas formas, no creo estar lista para ser madre.

Marinette sabía que se estaba engañando con aquellas palabras, eran la forma de escudar y mantener al margen aquel profundo dolor que le ahogaba en el pecho.

Suspiró y continuó la charla con su madre sobre si la visitaría al día siguiente al hospital debido a su enfermedad. Su madre se negó diciéndole que era mejor que descansara y que llorara su dolor.

Renunciar a su bebé fue la decisión más díficil de su vida, afrontarlo sola fue algo que la iba a dejar marcada. No paraba de lamentarse y de llorar, iban a ser días duros y la sanación tardada pero la vida tenía que continuar. Nada sucedía al azar, siempre había un motivo para todo.

Iba a salir adelante, sabía que tenía que superarlo, los recuerdos eran tan dolorosos que sentía dagas por todo el cuerpo. Sabía que debía dejar de pensar en ese bebé y en aquel hombre que lo había engendrado.

Al menos tenía la fortuna de no lidiar con él, seguramente no iba a importarle mucho dado que habían acordado no verse de nuevo. Ni siquiera le había informado de la existencia del bebé. Era lo mejor para ambos, o al menos eso es lo que Marinette pensaba.

Continuará...

Dos Veces tú (A MLB A.U. Story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora