Capítulo 3.2.Cuestión de besos

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Disfruten de la lectura mis Astros Bellos. Me encantan vuestros comentarios, ¡gracias!

El tic-tac del reloj marcando las cuatro de la mañana no era más que el indicativo de que todavía no se había dormido a pesar de estar rozando la madrugada. Las risas de la culpable de su inminente mal humor mañanero se habían apagado hacía prácticamente dos horas. ¿Estaría durmiendo? ¿Se habría ido ese canalla? ¿O estaría en su habitación? Decidió comprobarlo por sí mismo. No supo si fue el efecto de la falta de sueño, las copas de más o simple curiosidad aventurera pero se echó la bata por encima y salió con su bastón en mano. Todavía pesaba la oscuridad en medio del pasillo, pero el brillo amatista de sus ojos era suficiente para alumbrar su camino. 

—¿Dónde está escondido? —demandó al entrar en la estancia de la muchacha haciendo repicar el báculo a cada paso que daba sobre aquel suelo impregnado del perfume de Catherine—. ¿Me has escuchado? Despierta. 

»Dio dos considerados toques sobre la cabeza de Lady Nowells con la punta de su vara para despertarla. Ella giró sobre sí misma haciendo mala cara y obstinada en seguir durmiendo con algunos sonidos indescriptibles pero que venían a decir <<déjame en paz>>.

—¡Condenada holgazana! —decidió servirse a sí mismo mirando por todos los rincones del lugar hasta confirmar que no había nadie. Dejó ir un fuerte suspiro de alivio o de lo que venía siendo un aviso a la llegada del tan ansiado y deseado sueño. Dispuesto a retirarse para dejar que la cama hiciera con él lo que le viniera en gana, anduvo hasta la puerta en silencio. 

—Marcus...Marcus, mírame. ¿Por qué no me miras? Mírame. 

Miró de soslayo a la bella durmiente que hablaba en sueños. <<Siempre serás mía>>


Catherine esperó ansiosa a que Marcus se levantara, pasaban de las tres del mediodía y todavía no lo había hecho. ¿Lo espiaba? Sí, obviamente. Ése era uno de sus principales trabajos y pasatiempos favoritos: espiarlo, seguirlo y acosarlo. Lo conocía todo de él. ¿Su nombre completo? Marcus Frederick Raynolds, Duque de Doncaster. ¿Edad? Rozaba los treinta seis años pero aparentaba cuarenta debido a sus excesos. ¿Estado? Libertino empedernido. ¿Hora de levantarse? Diez de la mañana. ¿Qué había cambiado su rutina? No lo sabía y por muchos interrogatorios que había hecho al servicio no había conseguido saber nada más que lo obvio: que estaba durmiendo. 

Harold se había colado por la puerta trasera de la mansión de los Pembroke por la mañana y esperaba el turno de su actuación pacientemente sentado en un sillón repleto de complementos femeninos. La habitación de Catherine era un caos, por mucho que Nina tratara de ordenar y limpiar: las medias, los corsés, los guantes, los polvos faciales...Todo, estaba fuera de su lugar y amontonado por los rincones. Eso se debía a que cuando Catherine quería vestirse sacaba el armario entero y hacía cambiar su vestuario varias veces hasta convencerse de que el atuendo que llevaba era el idóneo. Había días de todo en su desequilibrada vida, por supuesto.  Había días en los que ni se peinaba, otros en los que quería un trenzado mejor que el de la reina y otros que, simplemente, detestaba cualquier cosa. Ese día en particular, había escogido la camisa más abierta que tenía. Aquella que sólo había usado en ocasiones especiales y a escondidas de su madre. Una pieza de la atracción indispensable en su largo repertorio de necesidades básicas y utensilios para cazar a Marcus. 

—Aprieta Nina. Aprieta como si fuera el último trabajo que tuvieras que hacer en este mundo. —exigió Catherine sosteniéndose al palo de su cama con fuerza y ahínco. 

—¡Pero milady! Se va ahogar. —Levantó una pierna Nina para colocar un pie encima del colchón y tener un punto de apoyo que le permitiera tirar de los cordones del corsé con mayor facilidad. Tiró de ellos hasta que los nudillos de sus puños se tornaron blancos— ¿Más? —preguntó enrojecida y con la voz truncada por el esfuerzo.

Catherine NowellsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora