Capítulo 4. Cuestión de dinero

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Gracias por vuestros hermosos comentarios.  Cuando pueda los contestaré con mucho gusto. Besos 


La llorera de Catherine tirada de barriga sobre la cama, fue entre lastimosa y repugnante. Lastimosa porqué daba verdadera pena que una joven tan bella y capaz mal gastara su tiempo y su energía en derramar lágrimas por un hombre que no merecía la pena. Y repugnante porqué había llenado todos los pañuelos que Nina había podido encontrar y a falta de más pedacitos de tela, echó mano de la sábana. 

—Milady, por favor, deje de llorar. Le van a salir bolsas en las ojos y va a quedar como un sapo.

—¿Tampoco puedo llorar? Dime Nina. ¿No puedo? ¡Me apetece! Me apetece llorar a moco tendido si es menester. He probado la miel de sus labios —se dio la vuelta y quedó mirando al techo—. Pero me he dado cuenta de que detrás de ese dulzor existe una enorme placa de amargura. Marcus no tiene corazón y no pretende robárselo a alguien para tener uno. Es un hombre completamente vacío, inhumano, y se congratula de serlo. En resumidas cuentas, he entregado mi amor y mi vida a un ser que no le importa ni lo uno ni lo otro. Nunca pensé que el amor pudiera doler así, debería haber una ley contra los hombres que van por ahí rompiendo el corazón de las mujeres. Marcus...¿Cómo has podido hacerme esto? —volvió a esconder la cabeza entre las almohadas mientras se sonaba la nariz.

—Pero milady, todavía tengo una duda. ¿Será que puedo preguntarle?

—Espero que no sea sobre nada relacionado con Marcus, porqué ya te he dicho que no quiero hablar de él. Ni me lo menciones.

—No, milady. Se trata de Harold. ¿Dónde se ha quedado él?

—¡Oh Dios mío! —dio un brinco digno de un potro y con la primera bata que encontró en medio del desorden corrió hacia el jardín, palideciendo al mismo ritmo que chocaba el viento contra sus piernas pero no dejó de correr hasta llegar a los arbustos. 

—¡Milady! ¡Milady! —la siguió Nina temiendo tropezar con las sandalias de dormir. 

—¡No está! ¡Oh Nina! ¡No está! Se lo habrán comido los chacales o peor aún... alguien habrá robado su cadáver para experimentar con su cuerpo. 

—¿Pero por qué? ¿Quién lo ha matado? —miró a su alrededor buscando rastros de un crimen.

—¡Marcus! Marcus le ha dado un golpe con su bastón y ha caído tieso. ¡Oh Nina! —rompió en llanto abrazándose a su doncella—. Soy cómplice de un asesinato.

—A ver...a ver...pensemos con la cabeza fría. —Cogió a Catherine por los hombros y la apartó un poco de su cuerpo para reclamar su atención— Es imposible que en tan poco tiempo unos chacales hayan devorado el largo y entero cuerpo de Harold. Además —giro la cabeza dramáticamente fingiendo mirar hacia los horizontes—, no creo que haya este tipo de animales por aquí. Segundo, no olvides que estamos en la propiedad de los Condes de Pembroke. ¿Quién quisiera robar un cuerpo en medio de su jardín?

—Sí, tienes razón —se calmó cogiendo aire y apretando los brazos de su confidente en señal de haberse sentido reconfortada con sus palabras—. Será mejor que volvamos —<<Por fin algo de paz y cordura>>, pensó Nina — mañana tendemos que ir al lugar ése de donde sacaste a Harold. No. No me mires así. Debo disculparme. ¿Qué clase de dama sería si no lo hiciera? Es imperdonable que me haya olvidado de él. 


Dos capas y dos pares de botines anduvieron a través de las calles del pueblo a paso presto. A pesar de que parecía una población decente en su mayoría, había callejones repletos de maldad e insolencia. 

Catherine NowellsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora