Capítulo 03 (Domingo, 04 de julio de 1982)

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Abrí un ojo y vi a mi madre frente a mí. Estaba sentada en la cama y humedecía un paño en un pequeño barreño con agua fría. Automáticamente después, me lo ponía en la frente, mientras me miraba con cierta preocupación. La habitación estaba casi en penumbra. Aun así, me molestaba abrir los ojos. Entre las rendijas de la persiana se dejaba ver la suficiente luz como para asegurar que debía ser media tarde. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero me había parecido un mundo. No recordaba los detalles exactos, pero sí tenía un ligero recuerdo de haber vomitado hasta tres veces. ¿O lo había soñado? ¿Tenía ese recuerdo de hoy o de hace más tiempo? Abrí y cerré varias veces los ojos. Intentaba enfocar y poder ver sin que me dolieran los ojos. Pero me dolían. Giré mi cabeza levemente hacia mi madre, quien se acercó y me susurró con cariño. Me dijo que estuviera tranquila, que no me preocupara y que ella me cuidaría; que en breve estaría bienSe incorporó y me dio un beso en la mejilla, para después girarse hacia la puerta y dirigirse a alguien que entraba en ese momento—Papá, papá ven por favor – dijo mi madre con voz tranquila y sosegada.Mi abuelo entró en la habitación acompañado de mi padre. Entraron a la vez, colocándose mi abuelo a mi izquierda y mi padre a la derecha de mi cama. Me miraron fijamente, preocupados, preguntándome como me encontraba. Mi padre me cogió de la mano, acariciándome el brazo con ternura. Mi abuelo intentó ponerme el termómetro para ver mi temperatura corporal. No llegué a dejarle. Pegué un bote de la cama y me dirigí de nuevo al baño. No recordaba cuantas veces había tenido que ir, pero no recordaba una gastroenteritis tan duradera.—¿Qué le ocurre exactamente? ¿Es algún tipo de virus gástrico? ¿Alguna alergia a algo? —preguntó mi padre a mi abuelo mientras mi madre se levantaba para ayudarme.—No deja de ser un proceso vírico normal y corriente. Se pasa mal, pero son unos días y luego como nueva.—Pero un virus gástrico... ¿un virus gástrico puede provocar que se desmaye como lo ha hecho?Mi abuelo se encogió de hombros, en un gesto que bien pudiera interpretarse como una afirmación, una negación o un gesto de duda. Antes de jubilarse, había ejercido de enfermero prácticamente toda su vida, salvo los primeros años, que trabajó en la construcción para costearse sus estudios. De momento conservaba en secreto lo ocurrido. Dudaba en contarlo, sobre todo por no saber cómo explicar lo que vio y sintióAl volver del baño, me volví a meter en la cama nuevamente. Sonreí al notar el suave tacto de la mano de mi padre con la mía, y aunque ya no me volví a quedar dormida en ese rato, sí que tuve un momento de calma en el que me sentí más relajada.Un rato después, sin que sea capaz de precisar de cuánto tiempo exactamente, mi padre y mi abuelo, hablaban fuera de la casa nuevamente de lo ocurrido. Se habían llevado un buen susto al ver a Nicolás llegar a la casa, conmigo en brazos, los dos manchados de sangre, con mi abuelo con la ropa rasgada y conmigo inconsciente a cuestas. Ahora, ya cambiado de ropa y tras haberse aseado, caminaban hacia unos pequeños bancos de madera, medio caídos por el paso del tiempo, que estaban en el jardín, en la parte izquierda de la casa.—Entonces, ¿la sangre no es vuestra? —preguntó mi padre por enésima vez a mi abuelo.—No, para nada, ya te lo dije. Esta sangre debía de ser de algún animal que atropellaron. Yo solo me caí a un lado de la carretera y me manché. Como puedes observar, no tengo arañazo alguno y estoy bienMi abuelo no sabía mentir muy bien. Por ese motivo mi padre repetía preguntas intentando entender un hecho que no le terminaba de cuadrar. Todavía no se habían repuesto del shock momentáneo de verlos llegar a la puerta principal. Pero mis padres no tuvieron más remedio que creerle aquel día. Su ropa estaba rasgada y ensangrentada, pero no encontraban ni en su cuerpo ni en el mío ninguna herida abierta. Solo una niña que había vomitado y que se había desmayado, producido por un golpe de calor o por algún virus que me hubiese atacado.Nada, salvo su ropa, indicaban que le hubiera pasado algo horas antes. Incluso los pequeños rasguños producidos por la caída, o los arañazos del brazo provocados por el cactus habían desaparecido totalmente.Estuve en cama tres días. Los vómitos cesaron al segundo día y mis visitas al baño, me hicieron compañía hasta el tercero. La fiebre, iba y venía a su antojo, llegando a estar en muchos momentos a cuarenta grados de temperatura. También desapareció al tercer día. No sabía que decirle a mi madre cuando me observaba mientras me levantaba de la cama, puesto que por arte de magia, todos mis síntomas habían remitido. Volvía a sentirme bien, llena de fuerza, como si nada hubiera pasado. En mi cara igualmente se notaba la flojedad de tres días sin comer ni retener líquidos, pero aparte de eso, volví incluso a tener hambre. Y mucha. Mis padres me vigilaban de cerca y me insistían en que debía cuidarme y me impusieron unas tostadas con carne de membrillo y una manzanilla. Pero yo quería chocolate, galletas, bollería, magdalenas, dulces y más dulces. Era ya lunes y tenía ganas de comer y comer, recuperar todas las fuerzas perdidas.Hubo algo que si que tardé días en volver a recuperar: mi sonrisa. Todavía estaba asustada. Era una sensación de miedo, incredulidad. Deseaba hablarlo con mi abuelo, el único testigo y el único por tanto que pudiera entenderme. Pero tanto él como yo nos evitábamos las miradas, hablábamos por cuenta gotas y no sabíamos como comenzar una conversación que ambos sabíamos que era incómoda, a la vez que irremediable.Mi hermano Emilio también guardaba silencio esos días. A pesar de ser un niño inquieto, sociable, cariñoso y simpático, no había podido ver nada, y lo que había escuchado le había dejado despistado. Primero escuchó los gritos de miedo de mis padres al verme, el no poder hablar conmigo porque estaba débil e indispuesta y ahora que todo parecía haber pasado, se sentía incómodo ante tanto silencio de mi abuelo. Y es que para él, lo normal en la mesa, es que esta familia, hablara mucho. Mi abuelo y mi padre hubieran hablado de fútbol, más con un mundial disputándose en esas fechas, mi abuela y mi madre organizarían la tarde y mi hermano y yo conversaríamos de cualquier banalidad. Pero no llevaba nada bien el silencio, ya que intuía con razón que algo no iba bien.Ya por la tarde, fue mi abuelo quien tomó las riendas y me propuso dar un pequeño paseo alrededor de la casa. —¿Cómo te encuentras Elena? —Por sexta o séptima vez en ese día, volvía a responder a esa pregunta.—Bien, no sé. Me siento rara. No me duele la cabeza, no me encuentro mal, pero no entiendo lo que... Lo que ha pasado —No encontraba las palabras e incluso me costaba mirarle fijamente—Ya, ya entiendo. No te preocupes. ¿Sabes? No tenemos por qué hablar de ello si no quieres, pero creo que tanto a ti como a mí, nos vendrá bien hacerlo. Tienes que entender que llevo tres días nervioso, preocupado por ti. Te pusiste con mucha fiebre tres veces y te encontrabas fatal. Nos has dado un buen susto. Creo que hablarlo es la única forma de superarlo y volver a la normalidad. ¿Normalidad? En mi cabeza no veía que la normalidad fuera a llegar nunca. Me sentía asustada, no me consideraba valiente en ningún aspecto y menos aún a cosas que se escapaban a mi entendimiento.—Ante todo me gustaría darte las gracias por curarme. Y decirte que no has hecho nada malo, así que por favor, alegra esa carilla tan dulce que Dios te ha dado. ¿Te parece?—Ya —asentí a desgana con la vista perdida al frente.—Y también quiero decir, que lo hiciste el otro día, sea como sea la forma en que te haya venido ese poder, has de verlo como algo positivo. Me has ayudado, me has curado y lo has hecho tú, así que enorgullécete de haber hecho algo muy positivo y maravillosoDicho eso, aún me costaba más mirarlo a la cara. Medio cerré los ojos, en parte provocadas por esas primeras lágrimas que empezaron a deslizarse por mis mejillas. ¿Poderes? ¿Soy un superhéroe? ¿Maravilloso? ¿Ayudado y curado? Todo me sonaba extraño. Como cuando repites en voz alta una palabra de manera muy seguida y luego te suena rara. Me veía como un bicho raro, un extraterrestre, un monstruo, mientras me venían a la cabeza imágenes mezcladas. Tan pronto veía la pierna rota de mi abuelo, como un vómito, mi madre colocándome un paño de agua fría en la frente mientras tiritaba de frio o esa luz azulada que emanaba de mis manos mientras notaba frío y calor a la vez.—¿Te había pasado esto antes?—No.—¿Sabes cómo...? Es decir, ¿sabrías como lo has hecho? —No.—¿Fue algo innato?—¿Qué es innato?—Innato es... Algo que no has aprendido. Que es tuyo de siempre dijéramos.—No lo sé—¿Estás bien?—NoMi bloqueo a la hora de hablar del tema me duró casi una hora. Tras muchos silencios, muchas lágrimas y muchos abrazos de mi querido abuelo, poco a poco me fui sintiendo mejor, sin que ello arrojara ninguna luz que pudiera esclarecer lo acontecido.Yo sabía que había hecho algo bueno, que no debía sentirme mal por ello. Está mal hacer daño a las personas, no se debe faltar el respeto a nadie, no se debe insultar, no se debe pegar, y se ha de poder ayudar al prójimo siempre. Y de manera repetitiva, él intentaba que me llegara la idea de que podía sonreír, que podía dejarlo atrás, que no debía tener miedo, que juntos lo afrontaríamos, y que nunca debía sentirme mal por tener algo tan maravilloso como el poder de sanar a alguien. Desde aquel día, seguimos hablando levemente de todo aquello, pero poco a poco lo fui asimilando, olvidando, guardándolo en un rinconcito de mis recuerdos. Hasta que volvió de nuevo a pasar.

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⏰ Última actualización: May 01, 2019 ⏰

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