Día 4: Rece, querido Leo, rece...

72 23 14
                                    

—Ya va, ya va. —dijo algo confundido Pette Clarson—. ¿O sea que sólo le diste un golpe en el cuello y hasta ahí existió su ego de fortachón? —preguntó emocionado y en forma de admiración el reo del otro lado de la celda.

—Un mes sin poder ir a clases de canto, tuvieron que operarlo. —continuó alegre y orgullosamente Charles.

Pette Clarson es un ladrón de joyas. Tiene 35 años y ningún heredero por ahora. Había hecho unos nueve robos a joyerías y ningún fracaso hasta su décimo atraco. Una joyería en Manhattan llamada Tiffany & CO.

Todo indicaba que se iba a salir con la suya, pero desafortunadamente tuvo que usar por primera vez su arma.

Autodefensa, reflejos o como quiera llamarle, ni el juez ni el jurado van a creerle; después de todo él era quien había entrado a la Joyería a escondidas y, aunque el vigilante sigue con vida internado en un hospital ya fuera de peligro, sin intención de disparar su arma lo traicionó.

Sus cargos no sólo se reducen a allanamiento a la propiedad privada e intento de saqueo, sino también a intento de asesinato con arma de fuego, posesión ilícita de armas y lesión física. Como mínimo unos 30 años en la cárcel con derecho a libertad condicional y/o pago por fianza. Esto porque no saben de sus otros hurtos.

—Señor Black. —llamó uno de los policías que se encontraban custodiando—. Tiene cita con el oficial Jhonson. —comunicó momento en que abrió la puerta de su celda.

Se levantó con desganas, pero con una sonrisa en el rostro dirigiendo su mirada a Clarson.

—Nos vemos, amigo. —dijo para luego salir de su respectiva celda, el aludido le respondió con una sonrisa y un saludo de mano que consistía sólo en levantarla.

—¿Cuándo será el día en el que pueda entrar a esta habitación sin esposas en las muñecas y policías tomándome de los hombros? —preguntó irónicamente entrando a la dicha habitación para luego tomar asiento.

—Cuando no seas considerado un peligro por el estado y el cuerpo policial. —contestó el oficial con una pequeña sonrisa forzada para luego regresar a su postura natural, centrada y de seriedad.

—Sólo les quiero informar que aún no me voy a escapar. —comentó sin perder la sonrisa en su rostro.

—De eso estamos seguros, Señor Black. —dijo el rubio inclinándose hacia delante y entrecerrando sus ojos—. Usted no escapará. —continuó con aire seguro—. Y de la cárcel en Fremont menos. —¿Quién diría que el oficial que se encontraba allí sentado derrochando seguridad y serenidad estaba lleno de dolor, amargura y nostalgia? Tanto así, que él mismo se estaba destruyendo por dentro. ¿Quién lo diría?

—En eso último estamos de acuerdo, oficial. —aclaró riendo por lo bajo. ¿Su plan? Su plan era no llegar nunca a esa prisión, ni siquiera, a los camiones blindados con rumbo a Colorado. Ese era su plan, y no tenía ganas de echarlo a perder. ¿Que si podría planear un escape de los camiones tipo las películas de acción de Hollywood? Tal vez, pero no se quería arriesgar.

El oficial Jhonson sonrió de lado sosteniendo una mirada de superioridad, mientras él sólo se recostó en su silla para parecer relajado.

—Ayer me dijo que usted fue quien asesinó a Leonardo Masllow. —comentó el oficial.

—¿El tal Breaker se apellidaba Masllow? —preguntó riendo a lo que el rubio puso una cara enojada.

—Dígame, ¿cómo fue que dejó usted encharcado en su propio orín a un sicario tan despiadado y buscado como Leonardo Masllow? —preguntó esta vez el oficial con tono de duda e intriga.

***

Para poder juzgar a alguien se le estudia bien, hay que saber todo lo malo que esa persona ha hecho y, por supuesto, también lo bueno y así poder equilibrar la balanza.

Así actuaba yo todo el tiempo. De este peculiar amigo pude observar que siempre su defensa se basó en armas largas. Es decir, sólo actuaba como francotirador, era un genio con los explosivos y, saliendo de todo eso, no tenía ninguna responsabilidad a parte de sí mismo. También pude darme cuenta de que era Ateo, así que decidí jugar con él antes de darle su juicio final.

—No te sugiero que continúes con esto, amigo. —dijo Leo luego de que lo golpeara unas cuantas veces en el estómago—. Te vas a arrepentir, viejo. —continuó en un intento fallido de calmarme.

—Tú hiciste algo de lo que debes estar arrepentido ahora mismo. —dije sonriendo macabramente. Aguantando las ganas de llorar a causa del dolor que me hacía recordarles.

—¿De qué hablas, hombre? —preguntó retrocediendo lentamente—. Si es dinero no hay problema. Yo...— decía momento en el que lo sorprendí con un golpe en la boca.

—Hace cinco años. —dije—. Dos niños y una mujer. —expliqué brevemente. Abrió los ojos como plato.

—¿Eres el abogado? —preguntó asustado.

—Amén. —dije con sorna.

—Discúlpame, hermano. —dijo arrodillándose frente a mí.

—A mí no me pidas perdón. —dije tratando de calmar mis ganas de asesinarlo. ¿Cómo puede ser tan hijo de puta y pedir perdón después de cinco años de haber asesinado a alguien—? Después de todo de Dios es la venganza. —aclaré sonriendo.

—Hermano, yo no creo en dios, —alegó casi en lágrimas—. por eso te pido perdón a ti. —explicó.

—Entonces la venganza me pertenece. —lo tomé por el cuello unos minutos y luego lo solté para que tomara aire—. Eres hombre muerto. —dije para golpearlo nuevamente en el rostro.

—Perdóname. —suplicó entre lágrimas—. Te juro que no lo volveré a hacer.

—No puedes, porque ya estamos muertos. —aclaré tomando mi Beretta 92 y cargándola—. Ahora es tu turno de morir. —anuncié mientras me aseguraba de que el arma tenía el seguro puesto. Sí, que lo tuviera puesto. No quería llamar la atención de las autoridades con el sonido de un disparo en una casa abandonada un poco alejada de la ciudad.

En ese momento nuestro querido amigo, el señor Leo, quiso dárselas de habilidoso e intentó quitarme el arma. Y, como deben imaginar, falló.

—Sólo un milagro de Dios te puede salvar de este juicio. —dije guardando el arma para agarrar una estaca que se encontraba a un lado mío—. Así que es su oportunidad. Rece, querido Leo. Rece. —para mi sorpresa se puso a rezar el padre nuestro mientras se orinaba encima. Pero al parecer Dios decidió que esa fuera su hora, porque nada me impidió clavarle la estaca en la garganta y verlo agonizar hasta morir.

Asesino De Las Sombras |Memorias Del Asesino|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora