Día 1: El pequeño corazón del Sr. Loop

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Se encontraba sentado con las manos esposadas a la silla, ladeó la cabeza mirando de reojo al señor rubio y un poco canoso que lo interrogaba.

—¿Por qué lo hizo? —preguntó rompiendo el silencio aquel hombre desconocido.

—Mi mamá me dijo que no hablara con extraños. —dejó con sorna. La habitación era relativamente pequeña. Las cuatro paredes eran blancas, pero en una se encontraba un espejo que cubría la mayor parte de esta. Dedujo que este era uno de esos espejos unidireccionales los cuales se encargaban de mostrarle un total panorama de lo que pasaba dentro de la habitación a quienes estuviesen del otro lado de la pared. Por lógica, también debería haber muchos micrófonos y cámaras captando todo lo que sucedería.

—Mucho gusto, soy Jack Jhonson, oficial encargado de tu caso. —comentó el extraño que ahora tenía nombre, a lo que suspiró con desgana.

—Ponte cómodo, porque estás por escuchar una larga historia. —dijo haciendo énfasis en larga. Cerró los ojos mientras daba un largo suspiro y empezó.

***

Tomé el cuchillo de la cocina y lo miré tentativo, lo veía como si fuese un atractivo turístico del cual gozarse sería lo mejor del mundo. Apreté el mango de este con fuerza y vacilante lo impulsé hacia mi pecho. El dolor era intenso, tan intenso como si fuese la peor tortura de esta y otras dimensiones. Sentía como si todo dentro de mí se desgarrara en un segundo, pero eso no fue suficiente como para atentar contra mi vida.

A sólo centímetros de mi pecho se encontraba la punta afilada del cuchillo que usábamos, generalmente, para cortar carne. 

Recordando todos los momentos que viví junto a mi familia, mis ojos se inundaron de lágrimas, lágrimas que se hicieron caminos desde mis lagrimales, pasando por mis mejillas hasta llegar a la comisura de mis labios donde hicieron una pequeña parada para luego seguir su camino a estrellarse contra el suelo. Haciendo un sonido que escuchaba como ecos dentro de mi cabeza.

Mi mundo se había acabado en ese momento, pero lo peor es que mi vida aún seguía en vigencia. ¿Sabes cuál es uno de los peores sentimientos del mundo? Sentirse muerto aun estando en vida. Sentir que, aunque tu corazón late, no haya motivos para que este siga haciendo su trabajo.

Y en ese momento supe que sí había un motivo, motivo por el cual no estuve en el instante en el que ocurrió la tragedia. Si por algo el destino no me precisó en ese escenario de muerte, si no tuve las fuerzas necesarias para quitarme la vida, fue porque tenía que vengarme. Ya yo estaba muerto, pero mi alma seguía dentro de mi cuerpo. Y eso hizo que mi miedo desapareciera y mi coraje aumentara a mil por segundo. Como dijo un protagonista de una película de acción algo vieja, "Teman al condenado, porque este no tiene nada que perder".

Simplemente, me decidí a hacer lo que tenía que hacer. Lo que sabía que el estado, por más que las leyes lo dictaran así, no lo haría. Tomar justicia. Y esta justicia no sería en un tribunal con abogados corruptos y demás jueces encubriéndose bajo la ley para hacer lo incorrecto. Sería un juicio en el que, sí o sí, los culpables tendrían que pagar. Y no con muchos años en la cárcel estando seguros y coleando, sino con sangre. 

Aún recuerdo aquella vez que desmembré a Gails Loop con un martillo de esos que usan los jueces y un cuchillo. Los había comprado recientemente.

Era una noche como cualquier otra, pero esta vez la justicia estaba en la calle. Exactamente en el Callejón de la calle 45 de los High Shots, con un cuchillo en una mano y un martillo en otra. Estaba vestido totalmente como un juez. 

Subí por las escaleras de emergencia hasta que llegué al departamento indicado. (Que pobre, no tiene tanta seguridad para tanto dinero que maneja). De un martillazo traté de romper la ventana y esta no cedió sino hasta el tercer intento. Una vez dentro del departamento me dirigí a la habitación del imbécil ese.

Un señor obeso, calvo y de baja estatura, quien fue un sádico abogado que se encargaba de hacer rodar la corrupción por toda la vida, por los demás funcionarios públicos, amenazándolos o simplemente comprándolos a precios razonables. Factor clave en la liberación de muchos asesinos seriales, mafiosos y terroristas; entre ellos, 3 de los 7 más influenciados en mi desgracia.

Abrí la puerta de golpe y me encontré con una escena para no olvidar. Una prostituta haciendo su trabajo sobre el señor Loop. Sonreí de lado y di dos pasos hacia delante. La "mujer de compañía" se lanzó al costado opuesto de la cama. Nuestro querido Loop me miró con cara de ver a diez mil demogorgones juntos sedientos de sangre. Pero no se equivocaba mucho, ya que yo estaba sediento de su sangre.

—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó forzadamente. Se notaba a leguas que tenía la lengua hecha un nudo.

—Soy tu padre. —contesté con ironía. ¡Benditas referencias—! Dime ¿Por qué no fuiste a la cita que se te pidió? —pregunté acercándome lentamente hacia él mientras movía el filo del cuchillo.

—¿Cuál cita? —preguntó con los nervios de punta mientras se arropaba cada vez más con la sábana como si esta lo fuese a salvar—. ¿La del folleto negro?

—Esa misma. —dije sonriendo con sorna. Él se arropó de pies a cabeza—. ¡Oh, rayos! Ya no lo puedo matar. —exclamé tratando de parecer molesto—. ¡Se arropó! — grité en dirección de la prostituta señalando a nuestro amigo. Él medio saco la cabeza para observarme y le clavé el cuchillo en el ojo—. No debiste asomarte. — dije luego de que el grito del señor Loop bajara unos tonos.

—¡No sabes con quién te estás metiendo, bastardo! —exclamó con la voz llena de dolor.

—Sacaste el ojo, era mi oportunidad. —dije sentándome a un lado de él—. Oye, ¿cómo te llamas? —le pregunté a la dama que se encontraba mirando la escena con pánico.

—K-katlen. —dijo tropezándose con sus propias palabras.

—Lindo nombre. ¿Podrías traernos una cerveza? —pregunté señalando la salida, a lo que asintió y salió pitando del lugar. Obviamente no volvería.

—¿Qué quieres de mí, imbécil? —dijo con odio en la voz.

—Tranquilo, amigo. Sólo quiero todas y cada una de tus gotas de sangre. —dije sonriendo de lado—. Hoy es el día de tu penúltimo juicio. —dije levantándome—. Tómalo como si fuera un juicio final antes del juicio final. —dejé levantándome con una sonrisa de medio lado. Nuestro querido amigo abrió los ojos como plato; bueno, el ojo que le quedaba; y su respiración se agitó rápidamente. Aunque sea casi imposible, podría jurar que, haciendo mucho silencio y prestando atención, se escucharían los latidos acelerados de su pequeño corazón. Sí, el corazón era diminuto, lo afirmo luego de haberlo tenido en mis manos.

Pero esa no fue la primera vez que hice justicia, ni la última, por claros motivos. Simplemente era un abre-bocas para mostrar la razón y el dolor que me llevó a jugar a ser Dios.

Asesino De Las Sombras |Memorias Del Asesino|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora