Diaphoros

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La vuelta a la residencia fue tranquila. Volvió igual que fue: andando. Llegó para la hora de comer. No entendía para qué hacían esa presentación. Lo que había dicho el rector podían haberlo mandado por email y se ahorraban el tener que ir por la mañana a dar una charla de quince minutos. Y ni eso. Si aún explicaran algo más... pero no era el caso. Así que le parecía una reverenda tontería ir a una charla que en realidad no hacía falta. Pero al final fue. ¿Por qué? Ni ella lo sabía.

Al entrar en la residencia y subir por las escaleras, pudo oír en aumento el sonido de unas cuantas voces discutiendo sobre algo que no llegó a entender.

—¿Cómo voy a acercarme a ella? ¿Tú la viste el primer día? ¡Si parecía que nos quería matar a todos! De hecho, creo que lo hacía con la mirada.

—Tienes que hacerlo. Te lo mando, son las reglas.

—¡Pero...!

La voz se calló cuando Dorcas llegó a su piso. Había tres personas en el pasillo. Dos chicos y una chica. Se les quedó mirando, pero enseguida pasó de ellos y entró a su habitación. Mientras entraba, pudo ver de reojo como uno de los chicos le daba un codazo a la chica y ella lo miraba con una especie de terror en la cara. A los pocos minutos de la escena del pasillo, escuchó cómo llamaban a su puerta. Tenía la música puesta y estaba tumbada en la cama y no pensaba levantarse a abrir la puerta. En primer lugar, porque rehusaba al contacto de cualquier tipo con los demás humanos. Y en segundo lugar, por pereza. Pero la persona detrás de la puerta siguió insistiendo. La pelinegra lo arregló subiendo el volumen de la música y, justo después, los golpes cesaron. Cerró los ojos y dejó que la música la consumiera. Pero al poco tiempo empezaron a rugirle las tripas. Al fin y al cabo era humana, y como cualquier humano necesitaba comer.

Bajó al comedor de la residencia y buscó una mesa. Todas ocupadas. Tendría que joderse y sentarse con todos los demás, así que se sentó en el primer sitio que vio. Se echó la comida en el plato y empezó a comer. Al poco rato, alguien se sentó en el sitio de enfrente. No le hizo caso y siguió a lo suyo. Pero a esa persona le dio por hablar.

—Hola.

Dorcas levantó la mirada del plato para ver a una chica morena y sonriente mirándola y hablando con ella. Pero no le hizo caso. Era la misma chica que estaba en el pasillo de su habitación cuando ella había llegado de la presentación.

—Me... me llamo Selena—dijo ella apoyando los antebrazos en la mesa y sin obtener respuesta—. ¿Y tú?

Volvió a levantar la vista para fulminarla con la mirada, para intentar que la dejara en paz, pero no surtió ningún efecto. La puso nerviosa, pero no era ese el desenlace de los hechos que ella esperaba.

—Mira... yo sé que no quieres hablar conmigo. Pero esto es una novatada y necesito que me des tu nombre para que se termine de una vez.—confesó Selena.

—¿Y se supone que hablarme es una novatada? Qué divertido, ¿no?—dijo intentando sonar lo más borde posible.

—Es que das una impresión... fuerte.

—Y esa impresión "fuerte"—hizo las comillas con los dedos— se diría que sería algo así como... ¿miedo?

—Sí, algo así—bajó la cabeza y se mordió el labio nerviosa—. Pero de veras necesito tu nombre.

—¿Quién lo pide?

—Ellos dos.

Selena señaló a los dos chicos que estaban antes con ella. Dorcas los miró y les dedicó una sonrisa, saludándoles con la mano. Luego se giró de nuevo hacia Selena y le hizo un gesto para que se acercara a ella. Cuando se hubo acercado, Dorcas comenzó a hablar.

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