Engel esperaba de brazos cruzados apoyado contra la pared del prolongado y estéril pasillo del edifico de clínicas médicas mientras la psicoanalista, a la puerta de su consultorio, exponía a sus padres sus conclusiones preliminares. Su madre (virdeana), con un largo abrigo gris plateado que le cubría el cuerpo, escuchaba con atención asintiendo con la cabeza y presionaba fuertemente el asa de su bolso. Su padre (sierano), un hombre muy alto y de porte erudito, con lentes anticuados y una chaqueta marrón con parches en los codos, escuchaba de brazos cruzados, con una mano cubriéndole la boca, no miraba directamente a la mujer, sino que sus ojos se perdían en una expresión de culpa.
Ahora debe estarles diciendo que no tengo reparo, pensó Engel, que sería mejor reiniciarme, o ya de una vez; desconectarme. Aunque... al fin y al cabo no tiene caso ahora que me marchare a la academia. Podrán volver a empezar, desde cero, cada quien, en su planeta, mientras yo muero guerreando por motivos que no estoy seguro de comprender.
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Abordaron el aerotaxi auto controlado en la azotea del
edificio de clínicas. El sol ya se había perdido en la línea del horizonte, así que la gran cruz roja de neón que resplandecía ahí arriba bañó de rojo el interior de la oscura cabina del vehículo antes de que este alzara vuelo tras que su padre le transmitiera la dirección del apartamento mediante neuroenlace. El taxi se incorporó con suma precisión al circuito de tránsito, y volaron por entre miles de otros vehículos automatizados y abigarrados edificios tapizados de hologramas 3D publicitarios con sus bases que se perdían introducidas en la neblina pintaba en los colores por las luces de neón cercanas, por debajo.
La colosal hiperaguja vigilando sistemas desde el horizonte, punzando el cielo sin estrellas con su anillo de hologramas y rayos girando en torno a su punta. Varias naves del ejército se punteaban como pequeñas sombras con luces parpadeantes navegando hacia ella. Un impulso azul eléctrico la recorría en sentido ascendente; las pulsaciones del corazón de la ciudad. Lotes de taxis se posaban sobre las azoteas, yendo o viniendo al llamado mediante la red desde todos los rincones de la ciudad. Drones de seguridad AMBROS, escaneando con sus conos luminosos a la agitaba población en las calles, o bien; a las que esperaban en las paradas del (ya no tan utilizado para transporte civil) sistema de transporte por tubos al vacío.
Sin embargo, desde el interior de la cabina todo era muy silencioso, apenas se escuchaba el soporífero zumbido del vehículo. La cabina constaba de dos cómodos asientos de espuma negra, uno enfrente del otro, Engel se acomodó por su cuenta justo al centro de uno, y los señores Leckhert se sentaron distantes en el otro, cada quien perdió la vista en su respectiva ventana. Los lentes de su padre reflejaban las luces de la ciudad al pasar. Engel odiaba aquellos estúpidos lentes rectangulares. Si bien es cierto, que el SNI, con sus funciones tomando lugar en la corteza cerebral, no tenía función de corrección alguna en los problemas de refracción del globo ocular; se contaba (por supuesto) con métodos correctivos avanzados de los cuales algunas personas como su padre, o la psicoanalista parecían prescindir por motivos puramente estéticos, o como Engel pensaba; creían que los hacia ver más inteligentes. Engel pensó muchas veces en tirarlos por la ventana del alto edificio de apartamentos en el que vivían, pero nunca lo hizo.
Hubo un pequeño atascamiento en el circuito del tránsito vehicular, y se detuvieron justo al lado de un holograma de la campaña de "Mueve ese trasero", en el cual una mujer de cuerpo atlético se movía enérgicamente; "¡Vamos! ¡Levanten esos culos gordos de su asiento!". Las comodidades de la tecnología pasaron factura al cuerpo del hombre, y por todos lados se le estimulaba a "mover el culo" en pos de que la raza humana no terminase convertida en una bola de grasa sudorosa y pulsátil con capacidades inalámbricas.
Sus padres apenas intercambiaron palabras –reclamos y comentarios sarcásticos– y entre ellos ondulaba el aire divergente de un matrimonio fallido. Engel prefería no formar parte, y simplemente... observaba. Tras un rato de engorroso silencio, el ícono en realidad aumentada de "En llamada" se apareció sobre la cabeza de su madre, tornando aún más incómodo el ambiente en aquella pequeña cabina de taxi en la que ninguno de sus pasajeros quería estar. Sin embargo, la señora Leckhert –técnicamente– ya no estaba ahí, pues se perdió en la neurollamada con quién sabe quién, a lo que su padre le miraba disgustado con el ceño fruncido desde el otro extremo del asiento.
Su madre reposaba el brazo izquierdo en el marco de la ventana del taxi, y su mejilla sobre el puño cerrado de este. Asentía inconscientemente con la cabeza a lo que se le decía en aquella llamada privada interna. Llevaba su lacio cabello rubio, casi grisáceo a los hombros. Su rostro era pequeño y tenía una nariz frágil; sus ojos eran perfectas esmeraldas (el típico color de ojos del virdeano). Bajo el gran abrigo plateado llevaba un cuello de tortuga negro, y dos cristalinos aretes le colgaban de las orejas, entre el cabello.
Finalmente, el señor Leckhert se hastío y decidió encender el anticuado sistema de audio del taxi. Sintonizó un programa de redifusión aleatorio. (Odiaba tener que escucharlo "dentro de su cabeza".)
"...así que el sector Lunder está atrapado en esta especie de micro guerra asimétrica contra la fuerza insurgente Noxista..."
Dijo una voz grave, masculina y añosa en la transmisión.
"...en lo que a mí respecta, Boster –dijo otra voz más joven en el estudio–, el único pecado de esta gente (los Noxitas) es el de ser los esclavos de su propio pasado; los remanentes de una generación muerta."
La producción del programa reprodujo un efecto de sonido con murmuraciones y abucheos sintéticos de desaprobación.
"Bueno, bueno –dijo el abucheado experto en polemología–. A ver; me explico, déjenme terminar, amigos, déjenme terminar..."
Engel y su padre intercambiaron miradas incómodas, y su padre cambio a otra transmisión; a una de noticias.
"... a pesar de todo, los Estados Virdeanos del norte continúan movilizando numerosas tropas a Mender disipando toda esperanza de poner fin próximo al conflicto popularmente conocido como La Guerra Roja..."
Su padre continuó escaneando transmisiones, se detuvo en una en la que se podía escuchar un salvaje tumulto.
"...reportando desde las afueras del capitolio del sector Antho en Lúttrades II –dijo un agitado periodista–, donde una multitud de ciudadanos continúa aglomerándose; exigen la deportación de la población virdeana de su sector".
"¡Fuera Verdosos, fuera Verdosos!"
Engel y su padre escuchaban absortos cuando la señora Leckhert interrumpió de repente; –Por los Sabios... ¿Puedes callar eso? Por favor.
Volaban sobre el circuito periférico de suburbios. Ahí, los complejos habitacionales cambiaban los tapizares holográficos del centro de la ciudad por unos más bien naturales; como bosques verticales, las torres de apartamentos tenían huertos frutales en las azoteas, jardineras en los ventanales y balcones (de personalización posible mediante bioedición) y techos de cristal cubiertos con césped dentado. Todo enlazado al sistema de E.Flora que generaba mediante la fotosíntesis de las plantas, una prudente fracción de energía de apoyo para una pequeña parte de las necesidades básicas de un apartamento mediano. Lo que fuera que pudiese hacerse para ahorrar energía, se hacía. Contaban también con postes de iluminación autoalimentada por turbinas eólicas de eje vertical; un intento masivo de reconciliación por desnaturalización urbana.
El taxi se detuvo sobre la torre de apartamentos de los Leckhert y levitó allí por un rato mientras el padre de Engel verificaba los permisos por ID antes descender al pad vehicular de la azotea. Se dispusieron a bajar a su piso usando el elevador y el taxi se perdió en lo alto dejando atrás un suave olor a armiza quemada que se entremezclaba con el aire fresco del jardín que crecía en la terraza. Engel olfateó pensando: "armiza, la causa de todo".
¿Qué es la armiza?***
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Me hastié de este color –pensó la madre de Engel, mientras
configuraba el pequeño panel de control junto a la jardinera–. Me apetece un magenta. –Con un rápido presionar de botones, las hermosas plantas decorativas que colgaban del balcón, cambiarían (en aproximadamente cinco días) al nuevo color seleccionado–. Combinará con mis nuevas cortinas.
Su padre estaba concentrado en su estudio. Un arqueólogo especializado en el periodo Antómano. Se llevaba las manos a la cabeza ante la frustración de su última y complicada publicación sobre reliquias del Sector Blanco Inferior. La pieza entera alrededor de su escritorio estaba atiborrada de estantes con antigüedades acumuladas en sus viajes; curiosidades del mercado de Venassi, fragmentos de rocas de templos olvidados de El Jerén; ciudad vieja, cilindros de textos prohibidos encontrados en las tierras bajas al Zide Bons. Cilindros... como aquel que robarían los pequeños hermanos Leckhert en la imprudencia de la infancia alguna vez...
Engel permanecía tendido en su cama con las luces de la habitación apagadas. La pequeña luz azul de su SNI parpadeaba a ritmo cardiaco en su sien izquierda. Pensaba en lo que tendría que afrontar en la academia. Sin importar lo duro que fuera, sería un buen nuevo comienzo. También pensaba en el porqué de su reclutamiento. En un inicio, la noticia había sido motivo de frustración para él, y sufrimiento para su familia, pero con prontitud supo darle brillo al lado positivo. En cierta forma, cumpliría el sueño cosmonauta de su hermano. Lo haría por él; por Keiden. Alcanzaría las estrellas, de otra forma, pero lo haría... y eso lo hacía sentirse mejor consigo mismo. Pero... por otra parte, estaba el asunto de las alucinaciones virtuales. Engel no le habría contado todo a la psicoanalista aquella tarde, y había sabido ocultarlo bien cuando ella estuvo ahí. Había algo más en su SNI, algo que no se comportaba como un recuerdo, quizás por ello se le pasó por alto a la especialista. Quizás era algo que ni siquiera ella comprendería.
Voces subidas de tono en la otra habitación. Sus progenitores discutían otra vez. Engel soltó un gemido de frustración y se llevó una mano a la frente. No pueden callarse, dijo a sus adentros, y, sin mirar, buscó a tientas en la oscuridad para sacar un implante RV de una pequeña gaveta al lado de la cama. Revolvió pequeños cachivaches hasta que lo sintió. Este chico se larga de aquí, dijo en voz baja, cediendo a la tentación, y colocó el pequeño rectángulo oscuro mate en su región pre auricular. Solo una última vez, de verdad. El implante se adhirió a él, extendió los brazos a lo ancho de la cama, y... Engel ya no estaba.
¿Adonde fue Engel? ¿A que universo virtual le habia llevado aquel implante RV? Continuamos en la siguiente parte>>
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El Tecnomesías: Saga Sistema aislado, primer libro
Science FictionUn joven cosmosoldado atormentado por su pasado y la maldad humana. Una beatificada figura pública con dos rostros e intenciones subrepticias. Un ser virtual que perdió su propósito. Y un sistema al borde del colapso. La Gran Retención, un fenómeno...