Raziel Nox
Sírlen Mikxens
Makno-Kent-Nox
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Esquema de la problemática: fragmento No. 110
Misceláneos
Enrid, el Espiral Cósmico:
También referido en antiguos epigramas como "El Dragón del Otro Lado" o "La Fuerza que nos trajo". Es la figura central de las religiones Niridistas de las Sagradas Tierras Amarillas del ahora nominado sector Kent. Se le describe en las divinas leyendas como una entidad en forma de dragón serpiente, que, en el inicio de los tiempos, brotó a nuestra realidad desde un "agujero" en las estrellas. Surcó el cosmos en sentido espiral mientras de su cuerpo se iban desprendiendo de a poco pequeños segmentos que terminarían formando cada uno los distintos planetas que conforman hoy nuestro sistema iridal. Su cabeza, por último, se posó en el centro del sistema, y está ahí, desde entonces, dando forma al gran astro luminoso.
*"Se dice que, cuando el momento sea propicio, Enrid pondrá en marcha a lo que muchos se refieren como "El Gran Desfile Cósmico", llevándose consigo a todos los dignos y fíeles.
Si tal rapto llegase a ocurrir... yo ahora ruego por ser dejado atrás."
-comentario adjunto firmado por R.N.
__________________________________________________________Siera: Sector Kent 3, Venassi.
El reflejo policromo del charco en las calles del gran mercado de Venassi se disolvió cuando el pequeño Raziel lo pisó con sus sandalias mientras escapaba muy juguetón de sus nerviosos cuidadores.
–¡Joven Raziel, por favor! –suplicaba correteando atrás de él uno de los guardias del Supremo Señor del Sector 3, Makno- Kent-Nox, su padre. "Si pierdo a este niño, el Señor Kent se asegurará entonces de que pierda yo mi cabeza" pensó el atormentado hombre. Salinas gotas de sudor se le deslizaban por la frente a causa del intenso calor del centro de la antigua ciudad dorada. Cargaba su casco bajo el brazo.
–¿Cómo puedes ser tan tonto? –renegó muy agitado el otro guardia que corría a su lado–. Me descuido por un segundo y ya has perdido al niño de vista.
–¿Por un segundo? –exclamó irritado el otro. Sus negros trajes de la guardia militar crujían en su correr–. Todo el día te has dedicado a echarle el ojo a las concubinas de quien sabe quién, cara de lagarto.
–Alguien tiene que velar por la seguridad de nuestras valiosas damas, ¿no? –respondió el guardia mujeriego y presionó contra su espalda la correa de su rifle de plasma que le revoloteaba en ésta–. Hago labor social. Ahora aligera el paso y atrapa al niño.
El pequeño pero ágil Raziel se movía con destreza entre gente y puestos de venta. Pasó bajo carpas, pequeños espacios, mesas e incluso cruzó bajo la gran falda de una señora corpulenta impidiendo que aquel par de robustos guardias entrenados que entonces parecían más bien torpes pudieran atraparle. Él apenas escuchaba las suplicas del guardia entre aquel bullicio; mercaderes vociferando sus (increíbles) ofertas, predicadores, gente preguntando por productos, hologramas musicales y ruidosos aerocamiones herrumbrados transportando mercadería. Un sindar (bestia de transporte ungulada parecida a un camello) se asustó a su pasar y se encabritó, a lo que su dueño tuvo que domarlo con la correa. Los guardias se disculparon de modo apresurado y siguieron su paso tras el niño
Raziel se detuvo en seco cuando se topó con las piernas de un hombre altísimo, calvo y de apariencia recia parado como una gran muralla frente a él.
–¿Adónde va con tanta prisa, amo Raziel? –dijo el hombre acuclillándose frente al niño que permanecía quieto y firme ante él en un símbolo de profundo respeto. Respeto con el cual aquellos torpes guardias solo podrían soñar.
–¡Señor Mikxens! –dijo el niño recuperando el aliento–. Vi a Enrid deslizarse entre la gente, así que sentí deseos de correr, de atraparle.
Para aquel entonces el par de guardias les alcanzaron y se detuvieron frente a ellos. Uno se encorvó sin aliento sobre sus rodillas mientras la frente le goteaba.
–¡Ruego nos disculpe, señor! –dijo el guardia mujeriego, firme y con la mano izquierda contra el pecho, en saludo–. Tuve que ayudar a una pobre anciana con su carga, a lo que el niño se le escapó a mi torpe compañero.
El otro guardia le vio frunciendo el ceño.
–Ya hablare con ustedes dos más tarde –dijo el hombre calvo, clavándoles la mirada por sobre la cabeza del niño que seguía de espalda hacia ellos, sin prestarles atención.
El hombre llevaba una larga gabardina abotonada de hombros anchos y un par de lentes adheridos a sus órbitas, sin marco, sin patillas, se acoplaban a su piel; como parte de él. Así que lo que vieron aquellos guardias no fue un par de ojos humanos, sino el resplandor de la luz sol reflejada en los pequeños cristales ovalados.
–¿Encontraste lo que buscabas, señor Mikxens? –curioseó el pequeño Raziel con sus rizos cobrizos de cabello bañados en sudor cubriéndole la frente y orejas.
El misterioso señor Mikxens dio unas palmadas a un pequeño bolso que llevaba bajo el brazo y afirmó con la cabeza.
–Me ha costado –dijo–, pero los he encontrado. Por eso te he dejado tanto tiempo con este par de ineptos. En parte esto también es mi culpa –dijo en voz alta para que los guardias pudieran escuchar también.
–¡Rogamos nos disculpe, señor! –dijeron firmes y al unísono.Los ojos azules del pequeño Raziel bailaban de un lugar a otro apreciando la bastedad de formas en la ciudad mientras uno de sus guardias lo cargaba sentado sobre sus hombros cuando caminaban a las orillas del abarrotado canal de Venassi. El otro guardia les seguía el paso cuidándoles las espaldas, o quizás desde ahí atrás podría echar mejor el ojo a las señoritas.
–...por eso su padre le ha permitido acompañarme esta tarde, joven amo –iba diciendo el señor Mikxens caminando al lado del guardia que lo cargaba con amplias zancadas y con las manos cruzadas tras la espalda–. Es propicio que vaya usted conociendo la ciudad de primera mano; sus calles, su gente... Su pueblo. El pueblo que alguna vez le corresponderá gobernar a usted como el próximo señor Kent cuando se acabe el tiempo de su padre.
El intenso calor reverberante distorsionaba el paisaje urbano al otro lado del canal. Algunas naves muy cargadas cortaban suavemente sus aguas y numerosos aerovehiculos de todos los tamaños lo atravesaban como insectos zumbando sobre un charco. Las siluetas de las grandes torres de los templos de piedra al otro lado parecían hervir sobre los caseríos y balnearios de purificación. La ciudad más antigua que las leyendas y tradiciones juntas era un símbolo anacrónico resguardando (casi) su cultura del infectante modernismo. Aquí y allá, gente de todas las clases, envueltas en ropas de seda, tatuajes y turbantes, ya fueran humildes o de alto estatus se detenían y hacían reverencias al pequeño Señor de Venassi que se paseaba en lo alto, sobre los hombros de su guardia. El niño (como se lo había enseñado su padre) levantaba la mano hacia ellos y esbozaba una sonrisa imperial a cada uno. Llevaba una holgada túnica de seda blanca con bordes dorados. El joven Raziel era, por muchos, considerado el niño más hermoso de todo Venassi.
–¿Cómo lo haré, Señor Mikxens? –dijo el niño, aferrado con sus pequeñas y delicadas manos al visor del casco del guardia– . ¿Cómo sustituiré a padre? El luce tan fuerte... ¿Por qué yo? ¿Por qué no tengo hermanos aquí conmigo?
A esa altura, él apenas estaba unos cuantos centímetros por encima del altísimo señor Mikxens.
–De todos los hijos que su padre ha tenido, solo usted, mi amo, cumple los requisitos para un posible señor Kent – respondió Mikxens–. Y cuando nació, el amo Makno supo que era usted el indicado. Por orden del mismo Enrid, me dijo. Así que se lo llevo con él, a su palacio.
El críptico Sírlen Mikxens, consejero de confianza del Supremo Señor Makno-Kent-Nox, y la vez cuidador y educador del joven Raziel Nox, parecía no ser afectado por los efectos del tiempo. Su rostro no exhibía arruga alguna (a pesar de que era igual o mayor de edad que su padre) y en su calva no se dibujaba ni un poro, ni un folículo piloso (como si nunca hubiera tenido cabello alguno), ni un vaso sanguíneo; solo un extraño tatuaje que parecía un hibrido entre antigua simbología antómana y un circuito de computadora se dibujaba desde su región temporal izquierda hasta parte de su zona occipital, por la nuca.
–¿El mismo Enrid se lo ha ordenado? –preguntó Raziel, apoyando su quijada sobre el casco del guardia. Cansado y pensativo.
–En un sueño, sí. –respondió Mikxens–. Eso me ha revelado su padre.
–Yo mismo he visto a Enrid esta tarde –dijo Raziel, irguiéndose sobre los hombros del guardia con súbita determinación–. Así que debe ser cierto –afirmó con la cabeza– , tengo yo un deber para con el pueblo. Quiero ser como mi padre algún día.
–Y ser un Señor Kent demanda sabiduría, mi joven amo – agregó Sírlen Mikxens–. Los tomos que he encontrado hoy nos serán muy útiles. Mañana comenzaremos con las lecciones, a primera hora.
–¡Si, señor! –dijo el inocente Raziel muy animado.
Nadie se percató de la sonrisa sombría y desdeñosa que se dibujó en el rostro sin ojos humanos del señor Sírlen Mikxens en ese momento...
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El Tecnomesías: Saga Sistema aislado, primer libro
Science-FictionUn joven cosmosoldado atormentado por su pasado y la maldad humana. Una beatificada figura pública con dos rostros e intenciones subrepticias. Un ser virtual que perdió su propósito. Y un sistema al borde del colapso. La Gran Retención, un fenómeno...