Capítulo Uno

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—Hola, ¿puedo sentarme contigo? —Sonreí con picardía.

Isabel se quitó los auriculares y dejó de escribir. Luego, encogió sus delgados hombros y abrió el libro que tenía sobre el escritorio.

Nada parecía llamar su atención, ni siquiera el chico buenorro que estaba frente a ella: yo.

—¿Qué lees? —pregunté, vacilante.

—Orgullo y Prejuicio —respondió con tono cortante.

—Ah —musité. Luego, dejé caer la cartera y me senté en la silla.

Isabel continuó leyendo su libro sin percatarse de mi existencia, o más bien le daba igual.

—Es interesante —comenté para romper el silencio.

Los ojos de Isabel se iluminaron.

—¿Lo has leído? —inquirió con asombro.

—Sí —respondí. Aunque no había llegado ni a la mitad.

—¿Qué te pareció? —Ella soltó el libro y se inclinó hacia mí.

Aquello sí que parecía llamar su atención, incluso más que cualquier otra cosa porque sus ojos se iluminaron aún más.

—Es bueno, me gusto el personaje de Elizabeth —admití.

—¿En serio? —Isabel arqueó las cejas, repentinamente emocionada.

—Sí —murmuré.

Ella sonrió.

Era la sonrisa más encantadora que había visto jamás. Definitivamente, era ella. La chica de la que me había enamorado.

***

—¡Quiero que te marches! —bramó su madre. Luego, cogió la copa que había sobre la mesa y la lanzó con tal violencia que termino en el suelo hecha añicos.

Su padre inspiró profundamente.

El niño al otro lado de la puerta se estremeció.

—¡Vete! —rugió—. ¡No te quiero ver!

—Por favor, detente —le suplicó; y acto seguido, colocó una mano sobre su hombro.

—Quiero el divorcio —murmuró, y se apartó de él.

Su padre parpadeó con sorpresa.

Ya no había marcha atrás.

Todo había terminado.

Hablar, era inútil.

—No —le dijo.

—¿Acaso no me has oído? —exclamó ella con voz áspera—. ¡No te quiero ver! ¡Quiero que te marches!

Aquello era tan ridículo. Su matrimonio era una gran farsa.

El amor que alguna vez había sentido por su padre se había esfumado en un parpadeo. No podía más. Ya era suficiente.

—Olvídalo —dijo su padre con irritación—. ¡No te daré el divorcio!

Ya no podía soportarlo más. Se dirigió a la entrada principal y cogió su maletín para marcharse, dejando atrás a su esposa.


***


La primera vez que nos conocimos fue así.

Tenía ocho años y mi madre la había invitado a jugar a nuestra casa. Sus padres vivían en el primer piso, en el mismo edificio que yo. Por supuesto, como éramos vecinos nuestras madres se llevaban muy bien.

Hasta ese día...

El día que ella desapareció de mi vida.




—¡No! —chilló una voz a mis espaldas. La niña que vivía en el primer piso, irrumpió en mi habitación y se escondió debajo de la cama.

«¡Ay, no!», susurré para mis adentros.

—Oye —dije. Luego, me incorporé y dejé el libro sobre la mesa. En ese momento, estaba haciendo los deberes de matemáticas y no tenía tiempo para jugar con ella—. ¿Qué crees que estás haciendo? —Torcí los labios en una mueca.

—No hables —musitó.

Entorné los ojos.

—¡Oye! —repetí.

—Chss —Ella me lanzó una mirada de pocos amigos.

Solté un bufido.

¿Quién diablos se creía?

—¡Isabel! ¡Ven acá! —La voz resonó con autoridad desde el otro extremo de la habitación.

Era su madre.

Sonreí.

Ahora sí las cosas se pondrían interesantes.

Jamás Pude OlvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora