2. Su cabaña y el bosque

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—Al señor Collins en mi vida lo he visto, pero traigo una foto de él que me mandaron los del jodido Comité. ¿A qué no me habías preguntado, eh? —dijo Olivia, sintiéndose empoderada.

—¿Viviremos bajo el techo de un completo desconocido? Me habías dicho que le conocías bien —replicó Joan turbadamente—. ¿Y, tiene familia, esposa, o un perro...? ¿Por qué es el guardabosques? No me has querido decir nada en todo el trayecto...

—Eres tan ofuscada y tontona; me recuerdas a tu padre —le dijo con desdén, y luego calló. Su boca se resecaba del sol y la caminada. Si Olivia expresaba algo negativo, Joan sabía que era mejor hablar hasta la próxima oportunidad.

Todo el equipaje, que pesaba más de cinco kilos, estaba a responsabilidad de Joan. Ésta de pronto se sentía como una mula de dos patas. «Pero con un vestido de tafetán —pensaba—, y con estampados florales.» Ella se sentía libre, con las piernas descubiertas desde las rodillas, y la brisa recorriendo suavemente su morena piel, a diferencia de su abuela, que llevaba puestos harapos y harapos de colores negruzcos encima, como si el clima estuviese helando hasta el esqueleto.

También era demasiado tarde para abrir la boca de curiosidad: se encontraban a pocos pasos para plantarse en la entrada. Era una cabaña de aspecto rectangular y alargada, y, contemplando desde su faz, predominaba un ventanal enorme a la izquierda de la puerta principal. Por los rayos del sol, era difícil percibir lo que habría en su interior, adecuándose a que faltarían unas cortinas que cubriesen la privacidad.

Alrededor de donde se pararon en seco, contemplaron con algo de desconfianza la cabaña. Había algo de maleza crecida; pero se podía vislumbrar un jardín a lo lejos, y bastante vívido era para la propia expectativa de Joan. La cabaña era apreciablemente sofisticada para su árido frontal, pero se podía distinguir todo lo contrario hacia la proximidad de la parte trasera.

—¡Por aquí! —gritó un hombre que salió del lateral de la casa, vendría desde el ala sur. Se mostraba sereno y confiado, acercándose a paso lento. Alzó al mismo tiempo la mano, en señal de saludo distante, y luego llegó a inmediación de las mujeres—. Las hemos estado esperando desde temprano. Soy Collins, Brendan Collins. Para servirles.
—Un gusto —dijo Olivia, y ofreciendo la mano desganadamente, y al mismo tiempo haciendo un gesto desagradable.
—Un gusto —imitó Joan. Y Collins le dirigió ampliamente una mano, estrechando con mesurado fervor a Joan. Joan sintió un acaloramiento por todo el cuerpo, y se sonrojó con inmediatez.

Se trataba del señor Collins, un hombre de casi cuarenta años. La apariencia del señor Collins parecía sombría y jovial, debido al color azul de sus ojos, que le resaltaba e impactaba de manera peculiar. Tenía las mandíbulas pronunciadas, y figuraba tener labios rollizos pero exquisitos, su piel lucía bastante pecosa por el debido sol al que acostumbraba, pero eso no afeaba en nada sus facciones masculinas.


―¿A qué se dedica, señor Collins? ―cuestionó Olivia.

—Oh, creí que ya habrían leído la cartilla de presentación —respondió, entre risas apagadas, y sin perder la vista sobre Joan. Joan bajaba la vista de cuando en cuando, sintiendo la misma vergüenza que sentía con desconocidos—. Soy guardabosques, protejo tres millas de radio en toda la circunferencia del área, junto otros tres que me ayudan a espantar lobos, coyotes y osos silvestres, que acechan a plena luz del día. Y también soy escritor, señora Lambert. Por ahora me encargo de editar guiones para obras de teatro; no es la gran cosa —añadió, con modestia y engruesando la voz.

—¿Y, sólo eso? —inquirió, con prepotencia.

—Han venido a filmar películas a pocos kilómetros de aquí. A las personas les interesa ver los bosques, sienten alguna clase de atracción tenebrosa hacia ellos. Pero es pura fantasía, aquí no hay nada por lo que deban preocuparse —profirió, manteniendo una seriedad casi extraña, mientras su vista se dirigía al bosquejo que empezaba a unos metros hacia al este.

Olivia resopló, ya que se había referido a él al preguntar, y no específicamente al bosque.

―Nosotras nos quedaremos sólo diez días, señor Collins, me temo entonces que no podré conocer del todo este lugar que realmente me parece fascinante... —mintió con arrogancia, alzando el mentón y levantando una ceja. Después recordó que su nieta seguía detrás de su presencia, y le notó el nerviosismo, por lo que no dudó en darle un codazo en las costillas, mientras Collins perdía por segundos la atención hacia ellas cuando hablaba del bosque—. Joan, querida, ¡será mejor que pasemos!, ¿no te aparece justo el momento...?

—Sí, ¡vamos! —respondió como un soldado a su coronel, sintiendo el dolor aún bajo la piel. 

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⏰ Última actualización: Apr 04, 2019 ⏰

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