CAPITULO 4

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Arianna, acostada en su cama, miraba al techo mientras sus pensamientos revoloteaban caóticos en su mente. La despedida de Mathew aún resonaba en su corazón como un eco persistente. Se preguntaba cómo sería su vida sin él, sin sus risas, sin sus abrazos. De repente, su teléfono celular sonó, rompiendo el silencio de la habitación. Con rapidez, lo tomó y vio el nombre en la pantalla: Matt.

—Arianna, te amo con toda mi alma —comenzó él, con una voz entrecortada—. Si no fuera por esta gran oportunidad, jamás me separaría de ti.

—Lo sé —respondió ella, sintiendo que su corazón se hundía un poco más.

—Estoy en mi habitación preparando mi equipaje —continuó Mathew, su voz era un torrente de emociones que apenas lograba contener.

—Oye, está bien, te amo —repitió Arianna, tratando de sonar fuerte, aunque las lágrimas amenazaban con brotar.

—¿Estás triste? —preguntó él, notando la quiebra en su voz.

—Sí, no lo puedo remediar. Me vas a hacer mucha falta.

—Mañana, antes de irme al aeropuerto, pasaré por tu casa a despedirme de ti y de tu mamá —dijo Mathew, intentando transmitirle un rayo de esperanza.

—Te esperaré —respondió ella, sintiendo una mezcla de alegría y dolor.

Siguieron hablando por un buen rato, intercambiando promesas de amor eterno, de cartas, de correos electrónicos, de la vida que tendrían juntos una vez que él regresara. Pero cada palabra, cada risa, también traía consigo el peso de la inminente despedida.

Al día siguiente, el sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte cuando Mathew llegó a la casa de Arianna. Con el corazón en un puño, entró y fue recibido con un abrazo cálido de Sofía, la madre de Arianna, quien sabía que este momento sería difícil para ambos.

A medida que los minutos avanzaban, el ambiente se tornó tenso. Arianna permanecía en silencio, su mirada fija en el suelo. Sofía, preocupada por el estado de su hija, decidió dejar a los jóvenes solos y se retiró a la cocina, dándoles un espacio para su despedida.

Mathew se acercó a Arianna, sus ojos reflejaban la tristeza y la angustia que ambos sentían.

—Arianna, cariño, no estés triste —dijo él, abrazándola con fuerza—. Me llevo el recuerdo más hermoso de toda mi vida.

—Cuídate mucho, por favor —respondió ella, tratando de mantener la compostura mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Se abrazaron con una intensidad palpable, y luego se besaron, un beso cargado de pasión y amor, como si quisieran sellar en ese instante todo lo que significaban el uno para el otro.

—Mathew, en cuanto llegues, escríbeme, por favor —le pidió Arianna, su voz entrecortada.

—Eso haré, cielo. No te preocupes —prometió él, mientras su mirada se mantenía firme en la de ella.

Mathew la volvió a besar, pero el tiempo parecía estar en su contra. La realidad de la partida estaba al acecho.

—Matt, tienes que irte. Se te hará tarde —dijo ella, sintiendo que el nudo en su garganta se hacía más fuerte.

Arianna no pudo más y las lágrimas comenzaron a caer libremente por sus mejillas.

—No, no llores, cariño —dijo él, acariciando su rostro con suavidad—. Piensa que volveré para casarme contigo. Te seré fiel y me dedicaré a los estudios.

—Se me está haciendo muy difícil despedirme de ti —respondió Arianna, su voz un susurro lleno de desesperación.

—Ya, cielo, no quiero dejarte así. Lo último que quiero es verte triste —dijo él, apretándola contra su pecho.

—Está bien, estoy bien... anda, vete o si no perderás el vuelo —dijo ella, intentando calmarse.

Mathew la besó por última vez, un beso que significaba tanto, que se sentía como una promesa de que todo lo que vivieron no se desvanecería con la distancia. Cuando finalmente salió de la casa, el mundo exterior parecía tan diferente, tan vacío sin su presencia.

En el jardín, Jonas, el vecino, estaba podando unos arbustos. Al verlo, Mathew se detuvo.

—¡Adiós, señor Mendoza! —saludó con una sonrisa forzada, tratando de ocultar la tristeza que le llenaba el corazón.

—Adiós, y cuídate, muchacho —respondió el hombre, notando la tensión en su voz.

—Eso haré, y por favor, cuide mucho a Arianna y a su mamá. Usted que es un buen vecino y amigo de ellas, se las encargo —dijo Mathew, sintiendo el peso de su responsabilidad.

—Por supuesto, no te preocupes. Las dejas en muy buenas manos —aseguró Jonas, con un gesto de entendimiento.

—Muchas gracias —dijo Mathew, antes de dirigirse a su auto.

Con el corazón pesado, subió al vehículo y se dirigió al aeropuerto, cada kilómetro que lo alejaba de Arianna era un recordatorio doloroso de lo que dejaba atrás. Las imágenes de su risa, sus abrazos, y el calor de su amor se grabaron en su memoria, mientras él se prometía a sí mismo que haría todo lo posible para regresar y cumplir con la vida que habían soñado juntos.

La Traición (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora