CAPITULO 3

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Al llegar al lugar acordado, Arianna divisó a Mathew a lo lejos. Su corazón se aceleró, y sin pensarlo, lo llamó:

—¡Matt!

Mathew, al escuchar su voz, se acercó a ella con pasos firmes, pero su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho. Al envolverla en un abrazo cálido y protector, sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía. La amaba con toda su ser; Arianna era su primer amor, su compañera, la luz que había iluminado su vida desde el instante en que se cruzaron sus caminos. No podía imaginar un futuro sin ella, y cada vez que pensaba en lo que significaba para él, una oleada de emociones lo abrumaba.

Sin embargo, la realidad era ineludible. Sabía que, en ese momento, no podía ofrecerle lo que su corazón anhelaba: un compromiso formal, una promesa de matrimonio. Las circunstancias no eran las adecuadas. Su situación económica no le permitiría afrontar el costo de un matrimonio ni de una vida juntos, al menos no por ahora. A pesar de su profundo amor, sabía que tenía que hacer sacrificios. Su mente se llenaba de pensamientos sobre el futuro: después de terminar su especialidad en el extranjero, regresaría decidido y preparado, con la intención de construir una vida juntos. Esa idea lo mantenía enfocado, dándole la fuerza necesaria para seguir adelante con sus planes.

Mientras la abrazaba, deseaba que Arianna pudiera ver su determinación y su amor inquebrantable. Quería que entendiera que cada paso que daba, cada esfuerzo que hacía, estaba destinado a un futuro compartido. Ella merecía lo mejor, y él estaba dispuesto a luchar por ese futuro con ella.

Finalmente, después de un momento en el que ambos parecían estar atrapados en sus pensamientos, Mathew la miró a los ojos y, con un tono serio, dijo:

—Arianna, sabes que yo te amo.

Arianna sintió cómo el aire se le escapaba del pecho. Con una voz temblorosa, respondió:

—Y yo a ti. No sé qué sería de mí si me faltaras.

—Sabes que jamás te faltaré —afirmó él, apretando su mano con firmeza—. Pero hay algo que necesito contarte. Me llamaron hace unos días... mi beca ha sido aprobada.

Arianna, atónita, se dejó caer en la suave hierba, y Mathew se sentó a su lado. Un silencio denso llenó el aire entre ellos, como si el mundo exterior se hubiera desvanecido. Ella no podía creerlo; la idea de que el amor de su vida pronto se iría se instaló como un nudo en su estómago. Sin dudarlo, sabía que él aceptaría la oportunidad.

Después de un momento que pareció eterno, armándose de valor, ella le preguntó con ansiedad:

—¿Cuándo tienes que irte?

—Mañana mismo. Ya tenía todo listo, solo faltaba que me confirmaran —respondió Mathew, notando la sombra de tristeza en el rostro de Arianna.

Ella se levantó, su corazón latiendo con fuerza, y lo abrazó con los ojos llenos de lágrimas. La idea de separarse de él le rompía el alma.

—Cinco años pasan muy rápido —dijo Mathew, intentando infundirle un poco de esperanza—. En cuanto termine, regresaré para casarme contigo y ya nunca más nos separaremos. Aquí mismo construiré el hospital que siempre soñé. Sé que no tengo dinero ahora, pero buscaré la ayuda necesaria para lograrlo.

Sintiendo la angustia de la inminente despedida, la miró a los ojos y, con voz entrecortada, dijo:

—¿No confías en mí? ¿Me esperarás?

—Si, Matt, toda la vida, si es posible. Sabes que te amo y claro que confío en ti.

Mathew sonrió, aliviado por su respuesta.

—Gracias, amor. Tu confianza en mí es lo que me da fuerzas para continuar. Mis padres se han ofrecido a ayudarme económicamente para mi estadía allá, ya que la beca no cubre todos los gastos. Serán cinco años de muchos sacrificios, pero al final nos espera la felicidad. No podré venir de vacaciones, ya que los pasajes son caros, pero nos enviaremos correos electrónicos con frecuencia.

—Sí, Matt, eso haremos. Lo importante es que tengamos comunicación —respondió ella, abrazada a él, sintiendo cómo la tristeza comenzaba a invadirla.

En un momento de silencio, él tomó su mano y, con un tono más serio, dijo:

—Quiero que en este momento juremos ante Dios que vamos a amarnos toda la vida, y que un día nos convertiremos en marido y mujer para así poder pertenecernos. ¿Qué dices?

—Sí, sí quiero —respondió Arianna, con la voz firme aunque llena de emoción.

Tomados de la mano, hicieron una promesa de amor eterno. Allí, en medio de la hierba, fueron testigos de una intimidad intensa, un momento que se grabaría en sus corazones para siempre.

—Te juro que un día regresaré y serás mi mujer —declaró Mathew con fervor.

—Yo te juro que te esperaré, serás mi esposo y te amaré mientras viva —respondió ella, sintiendo que cada palabra estaba cargada de significado.

De repente, Mathew, con una mirada intensa, le dijo:

—Arianna, quiero que hagamos el amor. Eso me consolará en mis días de soledad.

Arianna se quedó paralizada, sorprendida por la súbita propuesta, pero en su interior sabía que su amor por él superaba cualquier miedo. Se sintió envuelta en una mezcla de deseo y vulnerabilidad, y antes de que pudiera pensar más, sintió los labios de Mathew sobre los suyos, ahuyentando todas sus dudas.

Así, allí, solos y acostados en la hierba, Arianna se entregó a Mathew por primera vez. En medio de sus caricias y susurros, el dolor de la despedida se mezcló con la dulzura del momento, creando una conexión que sabían que llevarían consigo a donde quiera que fueran. Mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, sellaron su amor con la promesa de un futuro juntos, a pesar de la distancia que pronto los separaría.


La Traición (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora