John
Durante toda su vida, invariablemente, tuvo que pelear. No conocía otro camino, como un animal de pelea, adiestrado para atacar a quien se le pusiera por delante. Sin reglas, sin remordimientos, ni espacio para las emociones. Si vida era una pelea, y él era un peleador.
Los golpes recidivas solamente lo hicieron más resistente. Las murallas que le impedían avanzar, se convirtieron en sacos de boxeo que golpeó hasta destruirlas, fortaleciendo sus puños e ímpetu. Las personas a su alrededor solo servían como meras entretenciones pasajeras.
North Collan solamente fue la consumación de los sucesos en su vida. El lugar donde pudo soltar a la bestia interna que reprimió durante sus años en la milicia. Poco importó que fuese injusta su condena, que tuviese que cargar con la responsabilidad de los altos mandos cuando la misión en Guantánamo falló.
La prisión de los miserables, de los bastsrdos sin gloria. Lo habían desterrado al único lugar donde podrían detenerlo y darle un propósito. Cuando desfiló por la pasarela de North Collan, obteniendo burlas de los reos locatarios y promesas de muerte segura; John supo que ese lugar de convertiría en su reino. Fue Martín, un mafioso amante de las peleas, quien lo descubrió. Tras su primera pelea en el Underground, se ofreció para ser su manager y él, saboreando la calidez de la sangre ajena recorrer su cuerpo, aceptó.
John Lennon era el emperador de aquel reino caído. Del lugar donde los demonios no se atrevían a entrar por miedo a ser devorados. Donde un hombre podría dar un ojo por obtener una pieza de pan. Los fuertes no abusaba de los débiles, los esclavizaban. Los menesterosos no sufrían necesidades, se ahogaba en ellas hasta que morían congelados en sus camas. Cosas tan simples como una barra de chocolate podía ser el trofeo de una pelea a muerte entre hombres.
Ese lugar no era un reformatorio, era el Hades de la desesperación. De los lamentos y desgracias. Volvía loco al más cuerdo y acababa con los sueño del más creyente. John podía ver como el espíritu de los convictos caía a pedazos con cada día; olvidándose de su condición humana.
Los veía luchar en un intento por salvar sus vidas. Pelear contra sus demonios internos, pelear contra otros convictos, contra los guardias, contra la prisión. En algún punto, todos peleaban. Todos eran sus semejantes, sus desamparados súbditos.
Todos, menos el corderito que le fue designado.
El hombre de ojos color hazel, casi miel y voz cortés y refinada. Con mejillas pomposa y un pequeño cuerpo tibio que olía a sol y flores. El cordero manso de mirada melancólica e inocente. Paul McCartney, el médico de sonrisas coquetas y frondosas pestañas, que no peleaba. Sin importar cuanto John lo intentará, cuanto lo convencía para hacerlo batallar, Paul no luchaba. Se dejaba golpear, humilla y manillar, pidiendo con un llanto lastimero y desgarrador, con ojos clamorosos a John, que se detuviera.
Eso le abruma a, lo descoloca a en tantas formas que no podía siquiera racionizarlas. Paul lo desafiaba con palabras y luego cedía, lo alejaba y luego buscaba acercarse. Se exponía a John con el pecho abierto, con el corazón en mano y sin esperar nada a cambio. Bordeaba la estupidez, con su idea de ayudar a los demás, sin comprender que en North Collan tu mejor amigo podría matarte por una cajetilla de cigarros; eso lo enfurecia.
El emperador se veía arrastrado por las acciones de su mascota. Deslumbrado por los movimientos, por el sacudir de sus pestañas y la preocupación en sus palabras; como si estuviera con John por voluntad propia y no por obligación. Como si no tuviera una cadena alrededor de sus pies, atándolo a él. Se aferraba a John como ningún otro lo había hecho antes, buscando no lastimar a su dueño.
Estaba llevando a John por senderos desconocidos. Imponiendo sus sentimientos al hombre de sangre metálica, demostrando que no le importa a morir, no iba a pelear contra John y por el contrario iba a reclamarlo hasta el final como la consecuencia de sus emociones infantiles.
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Captive. - McLennon. AD
FanficCuando Paul McCartney escuchó la sentencia del jurado, el mundo se desmoronó a sus pies. Condenado a cinco años de cárcel por una negligencia medica que no cometió, fue trasladado hasta una prisión de máxima seguridad. Tenia sus días contados, lo sa...