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La clase terminó y Sana seguía con su cajita entre sus sueves manos.

Se acercó a su profesor, mientras las mariposas revoloteaban en su estómago y respirar se tornaba cada vez más dificultoso.

Sakura estaba ahí, primero que ella, riendo...

-Oh, Sana- dijo él.
Ella nunca creyó que diría su nombre, con aquellos labios que la traían loca.

-Sí, sí- dijo emocionada, mientras apretaba sus manos en puño. Tanto así que estaban blancas de tanta presión.

-Las dos, acompañenme, por favor.- y sonrió. Oh Dios mío. Pensó, estaba en el paraíso mismo.

¬
Caminando por ese hancho pasillo, Sana llevaba la caja con ella, nunca la soltó.

Sakura estaba al lado del profesor, mientras ella lo seguía un poco más atrás. Quizás por vergüenza.

Las cosas que Sana descubrió con el tiempo de su lindo adulto eran muy pocas; era soltero, llegó hace dos años al instituto, tiene veinte y ocho años, le gustan las ardillas y es genial.

Sana se ruborizó debido a pensar aquello.
Su corazoncito se apretujó y se removió en su pecho.
Su cabeza bombeaba a cada segundo...sus sentimientos
Hacían sus latidos llenos cariño y adoración por aquél dulce y júbilo adulto.

Tal vez no era mucha información, pero con tan poco pudo enamorarla hasta los mismos huesos.
¬
Llegaron, era una oficina con tres escritorios.

-Lo que tienen que hacer es; ordenar los certificados.
Gracias por ayudarme, chicas- y salió por la puerta

Sana se quedó viéndolo, hasta que se fue.

Tengo que hacerlo lo mejor que puedo. Afirmó
¬
Terminó su trabajo.
Cerró sus ojos. Esperando que su trabajo sea el mejor.

-Listo.- bufó ella
Sakura le sonrió, pero no de la misma forma que pensó Sana.

Ella la miró. Dios, era hermosa, una verdadera obra de arte.
Tenía melena lisa, una pálida y tersa piel.
Sana miró sus labios, tan rosados y dulces.

Tragó saliva. Qué te pasa. Pensó.

-Sana, ¿haz terminado?- sonrió ampliamente. Con ese rostro tan dulce y delicado.
Como pétalos de una rosa.

-S-sí- sin pensarlo, la confundió.

Quitándole el aliento.

Sakura con sus ojos brillosos pudo ver desde su escritorio como Sana se moría por ella.

Já.

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Terminaron sus dichas tareas, y con eso sus inocentes miradas que se robaban.

Sana todavía tenía esos pancitos. Decidida lo fue a entregar a su profesor.

Si no lo hago ahora, nunca lo haré.

Sus pasos eran cada vez más despacios. Debido a la vergüenza y pena que sus mejillas rosadas reflejaban.

Tranquila.

-Oh, Sana. ¿Qué te trae por aquí?- sonrió
Es la sonrisa más linda. Pensó.

Su lengua no respondía.
Sus orbitas estaban enbobadas con aquella sonrisa...aquellas mejillas regordetas, tan...hermosas.
Ese aroma. Tan delicado.

-Vengo a...entregarle.- miró sus manos, apretujando esa pequella caja.
-esto...- sonrió. Mordiendo su propia lengua, bajó la mirada y extendió el presente.

-¿oh?- dijo él.
Sorprendido.
-Waa. Qué lindo de tu parte, Sana. Gracias- Sus ojos se cerraron, terminando en una bella risa cantarina y melodiosa.
Esa risa que a Sana la hacía suspirar y enamorarse. Otra vez. Esa risa...

La risa más bella del mundo.

La risa que ella podía ver por un buen rato.

La risa que ella guardaba en sus recuerdos para pasar los momentos más difíciles.

Esa risa...

ℬlush . SanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora