Una joven solitaria caminaba sigilosamente por el bosque. Vestida con una larga túnica negra con una capucha, se camuflaba en la oscura noche. Avanzó entre los arbustos y las abundantes zarzas de aquel frondoso y oscuro bosque. Por encima de los árboles, a lo lejos, pudo divisar un poblado con un enorme castillo alzándose sobre él. Estaba segura de que aquello era lo que buscaba: el reino de Leht. Siguió andando: su misión había comenzado.
Caminó unos metros más hacia adelante. La chica, de unos diecisiete años de edad, tenía el cabello de color marrón oscuro, contrastado por el color de sus intensos ojos verdes. La luz de la Luna hacía que brillasen con fuerza en la oscuridad. Siguió avanzando con el mayor silencio posible, ansiosa por lo que deseaba. Pasaron las horas, y no vio nada que le pudiera servir de ayuda. Por un momento, creyó que no lo lograría, pero en un instante, todo parecía haber cambiado. La atmósfera que sumía al bosque en la oscuridad, había cambiado. Se detuvo y se ocultó entre los arbustos, por miedo a ser descubierta. Cerró los ojos y se dejó guiar por su oído.
Estaba en lo cierto. No era la única que merodeaba por esa zona. Alguien más había llegado hasta ese lugar del bosque. La joven entreabrió los ojos, pero, a pesar de sus esfuerzos y su excelente visión nocturna, no vio nada que estuviese fuera de lo normal. Esperó unos segundos, y se dio cuenta de que estaba equivocada: de entre unos arbustos que estaban a unos metros de distancia, salió una chica rubia de cabellos rizados, tez pálida y vestimentas que parecían muy caras. La muchacha, que aparentaba no haber llegado a los dieciséis años de edad, iba montada sobre un caballo blanco que se detuvo. El animal comenzó a olfatear, y agudizó sus oídos: había notado su presencia.
La chica encapuchada salió con una sorprendente agilidad y mucha velocidad de su escondite, intentando mantener el silencio de aquel extraño lugar. Había salido al claro en el que se encontraban la otra joven y el caballo blanco. La chica rubia se bajó con dificultad del caballo, e intentó tranquilizarlo, pues, por alguna razón, aparentaba estar realmente tenso. Le susurraba algunas palabras al oído mientras acariciaba uno de sus costados. La encapuchada no debía dejar escapar aquella oportunidad. Se acercó.
El enorme animal había perdido completamente el control. Empezó a hacer fuertes movimientos con sus patas, hasta que empezó a dar saltos. Estaba tan nervioso que salió corriendo entre los árboles. Su dueña trató de atraparlo, pero fue en vano: su vestido se había enganchado en unas zarzas y había tropezado. Estaba en el suelo y una de sus piernas sangraba por los rasguños que se había hecho. Cuando se levantó, el caballo había desaparecido de su vista: estaba sola. O eso era lo que ella pensaba. En la oscuridad, pudo ver dos brillantes formas verdes, que cada vez parecían hacerse más grandes: Eran ojos. Ojos humanos. Alguien la había seguido hasta aquel lugar de las profundidades del bosque rodeado por árboles, arbustos y zarzas. La adolescente se sobresaltó y soltó un leve grito ahogado. Los ojos verdes se cerraron, por lo que no sabía donde estaba la otra persona. Escuchó una voz:
- No grites más, no merecerá la pena. Aquí estás sola, encerrada, y lejos de tu casa. ¿Tu nombre? -dijo con impaciencia, para comprobar si era la persona que buscaba-.
La otra joven, soltó con un débil hilo de voz:
- Soy Adeline... princesa de Leht -Adeline se dio cuenta del gran error que había cometido al decir que era la princesa, pues no sabía las intenciones de aquel ser-.
- Princesa... princesa Adeline... ¿qué haces a estas horas de la noche en este oscuro bosque? Nadie puede oírte. Nadie puede protegerte... ¿acaso tienes idea de quién soy yo? -dijo con una voz misteriosa, y sonrió con maldad al terminar sus palabras-.
Adeline negó con la cabeza, y dijo que no.
- Mi nombre es Cleo.
El silencio había vuelto. Sin embargo, pasados unos segundos, el corazón de la princesa comenzó a latir con intensidad: la desconocida se estaba acercando. Un paso... dos pasos... tres pasos... y pudo escuchar su respiración. El pulso de la princesa se aceleró todavía más. De repente, los brillantes ojos verdes se abrieron: la tenía a escasos metros de ella, por no decir centímetros. Adeline gritó con mas fuerza que antes. De pronto, aquella misteriosa persona de ojos aterradores, encendió una antorcha que soltaba unas intensas llamas de fuego. El brillo de sus ojos se había debilitado. Su rostro le resultó algo familiar. No lo podía creer: era una melys.
- Vaya... pero si eres una asquerosa melys... una repugnante, y asquerosa melys... -dijo la princesa-. ¿Que pretendes hacer conmigo, estúpida? -dijo con burla, queriendo mostrarse más fuerte de lo que estaba-.
- No cantes victoria todavía, princesa. Veremos quién es la estúpida -dijo mientras sacaba un imponente puñal de plata de entre su túnica-.
Presa del miedo, se dio cuenta de la gravedad de su situación: a altas horas de la noche, no tenía ayuda, y estaba herida en un bosque algo lejano al castillo: su vida corría peligro. Comenzó a correr como pudo, pero Cleo la atrapó en cuestión de segundos. El viento movía sus cabellos, y la antorcha se apagó. Los brillantes y terroríficos ojos verdes de la chica del puñal volvieron a brillar.
Cleo empujó a Adeline, la cual cayó de nuevo al suelo. Rápidamente, fue a su lado y se agachó. Adeline, queriendo escapar, lanzó varios puñetazos al aire, sin éxito. Siguió forcejeando, hasta que el puñal tocó su cuerpo: Cleo le estaba haciendo un lento y doloroso corte con él. Un último grito rompió el silencio del bosque: la princesa de Leht estaba a punto de morir. Gracias a su buena visión, pudo ver el cuerpo de la joven tirado en el suelo de aquel claro del bosque. La sangre brotaba de su abdomen y desembocaba en un gran charco rojo. Se acercó para comprobarlo: Adeline, a pesar de sus profundas heridas, seguía respirando con dificultad. Su corazón latía cada vez más lentamente. Limpió el puñal y volvió a meterlo entre su oscura túnica. La asesina se puso la capucha, y antes de continuar caminando hacia su próximo destino para poder seguir con su misión, contempló a la chica que agonizaba en el suelo, y esbozó una sonrisa mientras veía como sus ojos se iban cerrando lentamente para siempre.
- Dulces sueños, repugnante, asquerosa y estúpida princesa de Leht.

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Asesina
FantasíaEl reino de Leht corre peligro: recientemente, varios cadáveres ensangrentados han aparecido brutalmente asesinados. Una asesina se esconde en la oscuridad de la noche, y solo sus brillantes ojos verdes la delatan. Estará lista para matar. Cualquie...