Aquí me encuentro esperando a que la lluvia cese. Observo a un señor ciego a un lado de la plaza. El ciego toca el violín mientras que una pareja, tomada de la mano, lo observan y escuchan con ternura. Diez minutos después la pareja se retira. Todos miran al ciego sorprendidos mientras él intensifica las notas con el violín soltando una carcajada. Ríe mientras toca. Pero como si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo. Me acerco para percibirlo mejor.
Observo cómo los músculos de su rostro se contraen por su sonrisa. Termina la música soltando un suspiro, como si doliera. Empieza a tocar las cuerdas del violín como si las estuviese contando.
— ¿Por qué hizo eso?—pregunto de repente.
— ¿El qué? — coloca el violín en su estuche.
—Reír.
Me muestra una sonrisa. En eso, se levanta del banquillo y encuentra mi mano para luego jalarme hacia la lluvia. Me sorprende cómo empieza a mover el cuerpo, a bailar bajo la lluvia mientras que yo le observo con miedo a que pueda tropezarse y caer entre sus pasos.
— ¡Vamos, baila conmigo! —exclama.
Sintiendo un poco de vergüenza, bailo con él. Le sigo los pasos e imagino una orquesta en mi mente para poder disfrutar el baile improvisado. La atención de la gente cada vez se vuelve numerosa. Algunos nos observan sonriendo, otros como si fuésemos dementes. Unos niños gemelos se nos unen al baile debajo de la lluvia. Mi corazón empieza a tambalear de la alegría al escuchar sus risas. Era mucho lo que se me está ofreciendo, demasiadas emociones en este panorama.
La vista de un ciego observa todo eso que el mundo ignora. Ve toda la belleza de lo que ni siquiera es común. Ve el viento entre sus cabellos mientras que el núcleo de la música ejecuta nuevas emociones. Hace creer al idealismo la perfección de su imaginación al sentir al mundo. Porque aquellos que no sienten aún con ver, esos sí que están ciegos del corazón.
Y de repente la recuerdo a ella. Ella era un poco de todo. Me encantaba su personalidad porque claramente era diferente, o al menos eso trataba ella. De ser diferente. Porque de alguna manera (aunque pareciera molesto) trataba de buscar cosas poco comunes que le hicieran inspirar. Ella siempre decía que la vida era para llenarla de inspiración. Andaba gritando a todos lo que le apasionaba, siempre contagiaba su humor. Anotaba todo lo que pensaba como "Mi filosofía de Vida". Nunca se quedaba quieta, porque nunca estaba satisfecha con sus planes. Si quería escribir, buscaba una razón para hacerlo. Si quería abrazar, tenía que sentirlo. Y si sentía amor, a veces huía. Ella era casi lo que se estaba convirtiendo de vida. Recuerdo cuando el color de su labial dependía de su estado de ánimo. Le encantaba el ruido cuando estaba ausente pero si quería escuchar su mente, hacía silencio. Se juntaba con personas de mente y corazón grande porque decía que si no lo hacía, se quedaría pequeña. Con mil libros guardados y unos cuantos pendientes, se quedaba, siempre buscando el significado de la vida. A veces cuando se enojaba, te lastimaba, pero sé que no eran sus intenciones porque cada vez que se sentía así era más probable que perdiera la cabeza que el mismo enojo. También tenía buena imaginación, lo malo, es que no sabía explotarla. Cuando escribía, se bloqueaba. Cuando su abuelo murió, sintió que le sacaban el corazón. Pero luego nos dijo a todos lo que pensaba de la muerte: "La muerte es vida. Sin la muerte no viviríamos intensamente. Porque la muerte nos hace creer que la vida tiene tiempo y que si no valoramos el mismo, no viviríamos nada."
De repente, huyó. Nadie sabe dónde está. Bueno, al menos yo lo sé, porque la veo. En ocasiones hablamos, pero no mucho. Siempre le digo que la extraño. Ya no vive donde solía vivir. Donde vivía era diferente, estaba decorado tal y como su mente era, es decir, de colores y muchas fotografías. "El color de la imaginación abarca hasta los grises del corazón" decía. A veces me pregunta que si la quiero y no le respondo porque tengo miedo de lastimarla. Pero en el fondo sé que le quiero. Me entristeció mucho cuando se enteró de que yo tenía amante. Cuando ella supo quién era. Se fue.
Le grité tantas cosas de las que me arrepiento demasiado. Ahora sé por qué yo le mentía mucho: hay mentiras que temen ser descubiertas. Porque el mínimo prejuicio que les abarca, es un filo que arranca a la verdad en su mínima batalla. Sin poder explicar el dolor absoluto, se sabe que uno, en particular, es la cruda verdad.
— ¿Hoy es San Valentín?—me pregunta el ciego.
—Sí. Pero tengo una pregunta que hacerle.
Asiente.
— ¿Cómo se sabe cuándo se ama a alguien?
— Para eso todos tenemos una respuesta diferente, algunas bien acertadas. Una vez estuve enamorado. Sentía que todo me era bueno. Me sentía con energía. Toda la química de eso que le dicen dopamina, serotonina y oxitocina estaban trabajando en mi cerebro. Sin embargo, no puedes dejar de pensar en esa persona. No todo el amor es en parejas. Hay mucha gente que está tan desesperada a enamorarse que ni si quiera se conocen a sí mismos. Cuando sientes amor hacia ti, sabes lo que vales, por lo tanto, sabes lo que mereces. A veces no es necesario buscar, hay que permitir que nos encuentren.
En ese momento me di cuenta lo que debía hacer. Buscarla. No debía perderla. No otra vez.
— Muchas gracias por todo. En serio. —le doy un abrazo al ciego. El ríe.
— ¡Permítete enamorarte de la vida! — le oigo gritar mientras corro hacia la parada de buses.
Antes de subir al bus. Le grito un "gracias".
Cuando llego a su casa, a donde ahora vive. Me asusto cuando no la encuentro. Sintiendo una desesperación en mí, trato de mantener la calma sobre la silla del escritorio. Me levanto de golpe cuando una idea de dónde puede estar se me viene a la mente. Voy a su antigua casa, donde solía vivir cuando era niña. Tampoco estaba allí.
En vano, me rindo. Estando en mi habitación, lloro de enojo. Tanto enojo que sin darme cuenta, empujo unas cuántas cajas sobre la mesa. De esas cajas se salen un montón de cosas. Libros, cuadernos, fotografías y papeles. Pero un sobre en particular llama mi atención. Un sobre crema. Lo que parece ser una carta.
Lo recojo y abro la carta. Era de ella.
"Si encuentras esta carta. Es para ti. Para recordarte lo mucho que te quiero y que vales mucho la pena. Una vez leí que si no floreces en un lugar, entonces no debes permanecer ahí. Tienes que seguir hacia adelante, tener el valor de conseguir cada pétalo que te pertenece hasta llegar a donde tienes que brillar. Sé que en algún momento que te sientas perder, tienes que leer esto. Hay días en los cuales te mueres. No puedes ni siquiera respirar la voluntad que se mueve dentro de ti. Hay palabras, momentos, recuerdos (que más que eso) son espinas que clavan cada parte de ti. Sin embargo, en toda esa lucha, tratas de ser lo más fuerte posible. Porque para vivir en este mundo hay que saber sobremorir. Hay que tratar de que el mundo te pertenezca y no pertenecerle para vivir extraordinariamente. Porque hay cosas maravillosas, solo hay que saber encontrarlas. Como tú.
Cuando me enteré de tu amante, me enojé muchísimo. No porque le tenías, sino por quién era. No te valoraba, yo sí.
Déjale, no vale la pena, tú sí."
Ahí comprendo todo. Y que ella tiene razón. Tomo un pedazo de papel y un bolígrafo y escribo: "Te escribo a ti, amante mío, llamado miedo. Que ya no quiero permitir que sigas a mi lado porque quiero realmente vivir con mis sueños."
Busco entre mis cajones mi cajeta de metal, en la que guardé todo los preparativos de mis viajes. Arreglo mis cosas, mis maletas, mi lista de deseos por cumplir, los boletos de avión, todo. Me pongo la mejor ropa, perfume, calzado.
Miro hacia un costado mío, al espejo. Me encuentro a ella. A mí misma.
Sonrío dejando todo y salgo de ahí a buscar todo lo que quiero. Y sintiendo mucho amor por mí y de lo feliz que me siento conmigo misma.
En el pasado, me había perdido horriblemente de mí misma que llegué a tal punto de construir mi propio camino. Ahora quiero compartir también mis ideas, pensamientos y sentimientos. Quiero irme y regresar siendo. Convertir la tristeza en nostalgias, los miedos en retos y la felicidad en una constancia. Las heridas que el tiempo nos da son para crecer sanando. Jamás olvidaré un día como hoy, el día del amor y la amistad: recordé lo que soy y lo que quiero de mí. Me elijo a mí misma y quererme.
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Encontrándonos bajo la lluvia
RandomQuién diría que me la volvería a encontrar bailando bajo la lluvia.